El 14 de septiembre de 1769 (pronto hará por consiguiente 250 años) nació en Berlín Alexander von Humboldt, una muy poco frecuente combinación de viajero, explorador, científico, político e incluso filósofo. Un hombre que quería conocer y comprender la naturaleza, pero de forma global, no especializándose en algún pequeño rincón de ella. La celebración, que traspasa fronteras nacionales extendiéndose por el planeta, y la publicación de un nuevo libro dedicado a estudiar su vida y contribuciones, Alexander von Humboldt. El anhelo de lo desconocido (Turner), de Maren Meinhardt, me animan a ocuparme de este singular personaje, que poseyó una cualidad que admiro especialmente: la pluralidad de intereses y habilidades. Aunque algunos parezcan (a la cabeza de ellos, los programas de estudio en institutos y universidades) no haberse enterado de ello, vivimos ya en un mundo dominado científica y profesionalmente por la interdisciplinariedad, entendiendo por tal la reunión de ciencias o técnicas otrora consideradas como especialidades nítidamente separadas. Y Humboldt bien puede ser considerado como un adelantado, o mejor como el paradigma de ese universo interdisciplinar; fue (o actuó como) geólogo, geofísico, botánico, físico, astrónomo, ingeniero (de Minas, en particular), meteorólogo, químico, antropólogo e incluso en cierto modo lingüista, aunque solo fuera para suministrar materiales a su hermano, Wilhelm, recordado sobre todo como educador (fue uno de los fundadores de la Universidad de Berlín).
En un tiempo en el que el Renacimiento era ya solo un lejano recuerdo, a Alexander von Humboldt se le puede clasificar como plenamente renacentista, un Leonardo evidentemente carente de las facultades artísticas de éste, y con una visión menos futurista y más actual que la del de Vinci, pero al que animaba la misma ambición de conocimiento universal. Su pasión intelectual no tenía límites. Ansiaba describir la naturaleza prestando atención especial a las interrelaciones existentes entre las diferentes fuerzas físicas presentes en la naturaleza. "He concebido la idea de una física del mundo", escribió el 24 de enero de 1796 a un colega. Y en ningún lugar u ocasión mostró más y mejor lo que quería decir con esa frase que el viaje que, junto al botánico francés Aimé Bonpland, realizó por América del Sur durante cinco años, desde el verano de 1799 hasta el 1 de agosto de 1804, cuando llegó a Burdeos.
Hace ya más de dos años, en estas mismas páginas señalé que Humboldt había conocido a Goethe, Darwin, Napoleón, los presidentes de Estados Unidos Thomas Jefferson y James Madison, Cuvier, Lamarck, John y William Herschel, Gay-Lussac, Simón Bolívar, Gauss, Lyell, Babbage, Arago o Haeckel. Solo pensar en esto produce una sensación en la que reinan el asombro, la admiración y la envidia. De Goethe, el literato amante de las ciencias (quiso ser un Newton, a cuya teoría de los colores se opuso, pero en la ciencia carecía del genio que le sobraba para la literatura), aprendió su enfoque globalizador, aunque no está claro quién terminó beneficiándose más de la relación que mantuvieron: el 11 de diciembre de 1826, conversando con Johann Peter Eckermann (lean esas conversaciones, están disponibles en Acantilado), Goethe le dijo: "Esta mañana ha pasado unas horas conmigo Alexander von Humboldt. ¡Qué gran hombre! Con lo mucho que hace que lo conozco y, sin embargo, ha vuelto a sorprenderme. Se puede decir que en lo relativo a sus conocimientos y sabiduría no tiene igual. ¡Y tampoco he visto nunca una naturaleza tan polifacética como la suya! No importa el tema que se trate, él siempre está familiarizado con todo y nos colma de tesoros intelectuales". Otro gigante del pensamiento, Charles Darwin, también reconoció la importancia que tuvieron para él sus escritos: "Yo leo y releo a Humboldt. ¿Hace usted lo mismo?", escribió al botánico John Henslow el 11 de julio de 1831. Y desde Río de Janeiro, entre el 18 de mayo y el 16 de junio de 1832, manifestaba en otra carta a Henslow: "Aquí [en Rio Macao] vi el bosque tropical en toda su sublime grandeza. Nada, salvo la realidad, puede dar idea de lo maravilloso y magnificente que es esa escena. Nunca experimenté semejante placer tan intenso. Antes admiraba a Humboldt, ahora casi lo adoro; sólo él da una idea de los sentimientos que se han producido en mi mente al entrar por primera vez en los trópicos".
"¡Qué gran hombre Humboldt! nunca he visto una naturaleza tan polifacética. No importa el tema que se trate. Él siempre está familiarizado con todo". Goethe
En Sudamérica los talentos de Humboldt florecieron. El niño al que su madre consideraba débil y apocado se reveló –al igual que sucedería con Darwin algo más de treinta años después, durante su viaje en el Beagle– como un intrépido y resistente explorador (estableció, por ejemplo, un nuevo récord mundial al subir al Chimborazo –no alcanzó, sin embargo, la cumbre– en junio de 1802), además de dedicado científico. Muy frecuentemente la ciencia se hace en un laboratorio (efectuando experimentos) o en un despacho (construyendo teorías). Humboldt, sin embargo, la desarrolló en el campo, midiendo todo lo que podía medir (presiones atmosféricas, temperaturas, altitudes, coordenadas geográficas, campos magnéticos…), recogiendo plantas (recolectó unas 60.000, de las cuales 6.300 eran desconocidas en Europa) y estudiando pueblos y sus costumbres. Hizo, en una palabra, de la naturaleza su laboratorio.
Escribió muchos libros, la mayoría dependientes de lo que vio y estudió en América, pero ninguno más "global" que Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo, que se publicó en cinco volúmenes (el último póstumo, basado en sus notas) entre 1845 y 1862 y del que existe una magnífica edición en castellano (Los Libros de la Catarata-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2011). "Próxima a su fin mi existencia", escribió en el Prefacio del primer tomo, "ofrezco a mis compatriotas [el libro apareció en alemán] una obra que ocupa mi pensamiento hace ya medio siglo. La he abandonado en diferentes ocasiones, dudando de que empresa tan temeraria lograra al cabo realizarse, pero otras tantas, quizá imprudentemente, he vuelto a proseguirla, persistiendo así mi propósito primero".
Durante las vacaciones de verano se pueden hacer muchas cosas, una de ellas –de la que no se arrepentirán– es comenzar a leer esta obra magna. Siempre es útil, y ennoblece, asomarse a lo que personas como Alexander von Humboldt sabían y pensaban, aunque el Cosmos que ahora conocemos abarque muchísimo más de lo que aquel alemán viajero pudo incluso imaginar.