One1one de HRM199, 2018. Obra que puede verse en el CCCB dentro de Cuántica. Foto: Rob Battersby
Sánchez Ron pone de relieve la importancia en nuestras vidas de la física cuántica y la conecta con la actualidad a través de la exposición que aún puede verse en el CCCB de Barcelona y de los libros de Philip Ball, Al-Khalili y Paul Halpern. "Merece la pena adentrarse en ese mundo", afirma.
El atractivo que tienen algunas teorías científicas es algo que no siempre entiendo. Sí lo comprendo en el caso de las teorías especial y general de la relatividad einsteiniana, aunque el proceso que condujo a esa popularidad no es tan sencillo como se puede pensar. Por supuesto, su creador, Albert Einstein, un personaje que por su presencia y la naturaleza de sus contribuciones a la física podría parecer el típico científico encerrado en su torre de marfil -no lo era en absoluto- tuvo que ver con semejante popularidad, pero en realidad se debió al momento histórico en que se presentó públicamente. El comienzo de la fama mundial de esas teorías se produjo en noviembre de 1919, cuando se anunció el resultado de una observación astronómica (la curvatura de los rayos de luz debida a la fuerza gravitacional) que confirmaba una de las predicciones de la Relatividad General; y el público, los legos en ciencia, que acababan de padecer cuatro años de una guerra terrible, la Primera Guerra Mundial, recibieron con satisfacción una noticia relacionada con uno de los intereses atávicos de nuestra especie: el universo. Luego, aquel interés se resumió con frecuencia en frases estúpidas -que aún perduran- del tipo: Ya lo dijo Einstein, todo es relativo. Y si de frases manoseadas se trata, qué decir de la famosa: El aleteo de una mariposa en Brasil puede producir un tornado en Texas, que es lo que la inmensa parte de las personas saben de la teoría del caos, cuya base se halla en la matemática no lineal.
De la física cuántica, lo que ha trascendido las fronteras del mundo de los científicos son apartados como que no existe seguridad en los resultados de medidas-observaciones, sino solo una probabilidad, cuya magnitud, eso sí, determina la teoría, un pilar éste que choca con la certidumbre que, al menos en principio, ofreció durante más de dos siglos la física newtoniana, certidumbre que el físico y matemático francés Pierre-Simon Laplace expresó con irresistible fuerza en su Ensayo filosófico sobre las probabilidades (1814): Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos.Hay frases estúpidas como "ya lo dijo Einstein: todo es relativo". Y qué decir de "el aleteo de una mariposa en Brasil puede producir un tornado en Texas"
Más chocantes todavía para nuestras mentes son otros contenidos de la física cuántica, como: la denominada dualidad onda-corpúsculo, esto es, que un electrón, por ejemplo, se comporta a veces como una onda y otras como una partícula; el célebre principio de incertidumbre (Heisenberg, 1927), que afirma que existen límites insalvables en la precisión con que se puede medir posiciones y velocidades (si medimos con total precisión una de las dos, del valor de la otra no podemos decir nada); el denominado colapso de la función de onda, que viene a decir que antes de que se efectúe una medida el objeto o situación en cuestión se encuentra en todos los estados posibles, y que sólo al medir se concreta, con una cierta probabilidad, en uno de esos estados (es como si dijéramos que, en el fondo, vivimos en un mundo borroso; recuerden el famoso gato de Schrödinger); o que se pueden crear y aniquilar, aunque sea por breves instantes, partículas. Y no he mencionado otra posible consecuencia, esta más problemática y de la que no existen por el momento pruebas experimentales, siendo su apoyo, sobre todo, conceptual: que nuestro universo es únicamente uno entre una infinidad de multiversos.
Ese es el contraintuitivo mundo cuántico que tanta atención atrae, una atención por otra parte justificada ya que el globalizado mundo contemporáneo se asienta sobre sus pilares, uno de cuyos frutos es el transistor. Y todo apunta a que en el futuro seremos más dependientes de ese mundo; piénsese, por ejemplo, en la computación cuántica, o en el denominado entrelazamiento, la posibilidad de comunicarse, aparentemente de manera instantánea, a grandes distancias. Esta última propiedad ya se está utilizando para el intercambio cuántico de información, preludio de una posible internet cuántica global. No es sorprendente que compañías jóvenes como la suiza ID Quantique, la estadounidense MagiQ o la australiana QuintessenceLabs, además de otras bien establecidas como Hewlett-Packard, IBM, Mitsubishi o Toshiba, estén muy interesadas en la criptografía cuántica. La bibliografía de carácter general sobre este apasionante y misterioso mundo cuántico es inmensa. Y crece constantemente. Tres aportaciones más o menos recientes son: Cuántica. Qué significa la teoría de la ciencia más extraña (Turner, 2018), de Philip Ball, Cuántica [guía de perplejos], dirigida por Jim Al-Khalili (Alianza, 2016) y El laberinto cuántico. Cómo Richard Feynman y John Wheeler revolucionaron el tiempo y la realidad (Crítica, 2019), de Paul Halpern. Que ustedes los disfruten y comprendan. Merece la pena adentrarse en ese mundo que, aunque extraño, es el nuestro.