Sánchez Ron toma como pretexto una taza con la que suele desayunar (y que compró durante alguna de sus estancias en Londres) para recordar a dos figuras capitales de la historia de la ciencia: Newton, "la mente más poderosa de la historia", y Darwin, "compasivo, que abominaba de la esclavitud".
Desde hace ya bastantes años, desayuno todos los días con Isaac Newton. No, claro está, con el Newton real, que falleció en 1727, sino con un mug, una de esas tazas que llevan grabada alguna frase o dibujo, una fabricada en este caso por English Heritage para celebrar a británicos eminentes. En la mía se reproduce, en un lado, la placa (en inglés) con la inscripción "Sir Isaac Newton, 1642-1727, Filósofo Natural, vivió aquí", que el London Country Council colocó en 1908 en el número 87 de Jermyn Street (bastante cerca de la famosa plaza Piccadilly Circus), donde Newton vivió cuando abandonó Cambridge, y su cátedra, y se instaló en Londres para desempeñar los cargos más altos de la Casa de la Moneda (Mint) inglesa. En el lado opuesto se dan algunos datos de sus logros, culminando con la afirmación: "En 1687 publicó Principia, todavía considerado por muchos el libro científico más importante jamás escrito". Yo me encuentro entre esos "muchos".Se preguntarán ustedes: "Bueno, ¿y qué? Yo desayuno café con leche y tostadas y no se lo digo a nadie". De acuerdo, pero permítanme que les cuente la historia de cómo conseguí esa taza. Fue en uno de los viajes que hice a Londres y, como siempre que voy allí, no dejo de pasear por la calle Charing Cross. Últimamente lo hago menos y con más tristeza, pues van desapareciendo las librerías de viejo en las que tanto disfruté y en las que encontré algunos libros de ciencia difíciles de conseguir. Les recomiendo, por cierto, un libro encantador (también fue película) que trata de una de esas librerías, Marks & Co., que yo no llegué a conocer pues cerró en 1970: 84, Charing Cross Road (Anagrama), de Helene Hanff.
Es este, el de la desaparición de librerías -de viejo o no-, un fenómeno que se extiende, inevitable e irreversiblemente, por todas partes; en Madrid, por ejemplo, acaba de cerrar la antigua librería, especializada en medicina, Nicolás Moya, y en París, en el Bulevar Saint-Michel, que linda con la Sorbona, las librerías que existían -salvo Gibert Joseph- han sucumbido frente a tiendas de todo tipo. En el mundo digital, los libros se buscan y compran cada vez más a través de internet, algo que exige tener una idea previa de lo que se busca, mientras que en una librería se descubren obras antes desconocidas (en internet, muchas de las recomendaciones proceden de bots). El efecto del mundo digital también se deja sentir en las grandes bibliotecas, como la Nacional de España donde aumentan constantemente quienes consultan desde sus ordenadores los fondos ya digitalizados, disminuyendo en parecida proporción los lectores in situ. Y no seré yo quien se queje de esta facilidad, puesto que con unos pocos clics, sin levantarme de la mesa donde trabajo, puedo acceder en instantes, no en días como antes, a materiales de diversas bibliotecas del mundo que necesito para mi trabajo.
Derecha:
Pero estaba comentando sobre mi taza de Newton. La compré en una de las librerías de Charing Cross, y no fue una decisión fácil porque tuve que elegir entre la taza de Newton y la análoga de Charles Darwin (había otras, de escritores o políticos, pero, francamente, no eran rivales, por muy conocidos que fuesen, de mis dos héroes científicos, quienes junto a Einstein forman mi laica santísima trinidad científica). Pude, por supuesto, comprar las dos, pero no me parecía correcto. Tenía que elegir. Elegir entre dos científicos supremos, ambos ingleses, pero muy diferentes. De un lado, Newton, físico y matemático, en mi opinión la mente más poderosa de que tiene constancia la historia, intérprete tanto de los movimientos terrestres como de los celestes, explorador de la multicolor naturaleza de la luz, e inventor de esa joya suprema que es el cálculo infinitesimal. De otro, Darwin, observador incansable de las formas de vida, presentes y pasadas, que se han dado y dan en la Tierra, que desveló la conexión (evolución) que existe entre ellas.Newton es el intérprete de los movimientos terrestres y celestes, el explorador de la naturaleza de la luz, el inventor del cálculo infinitesimal
Newton, solitario, suspicaz, vengativo, cruel en ocasiones, creyente apasionado, pero no en la - esta sí religiosa- Santísima Trinidad cristiana, sino en un único Dios: fue lo que en la Inglaterra de su tiempo se denominaba un "hereje arriano", él que era miembro del Trinity College, el Colegio de la Trinidad, de Cambridge (no sorprende, por consiguiente, que mantuviera en secreto su creencia; tan profunda era ésta que en la segunda edición de su gran libro, Principios matemáticos de la filosofía natural, añadió un epílogo que no es sino una serie de consideraciones, y definiciones, de lo que es Dios, su imponente Dios). Darwin, el hombre que después de viajar durante cinco años por el mundo a bordo de un buque de la marina británica, el ahora famoso Beagle (dicen que Newton nunca vio el mar, él que iluminó la ciencia de las mareas), se asentó en una casa de campo en la que formó una familia numerosa y que, aunque apenas abandonó aquel seguro refugio, tejió una red sin igual de corresponsales que le suministraban los datos que él ya no iba a buscar.
Darwin, un hombre compasivo, que abominaba de la esclavitud y la crueldad que vio en sus viajes (léanse en este sentido los últimos pasajes de su, junto a El origen de las especies, otro gran libro, El origen del hombre), y que al embarcar en el Beagle era completamente ortodoxo en sus creencias religiosas, pero al que la ciencia que él mismo fue componiendo le condujo a un descreimiento total: "Me resulta difícil comprender", escribió con tremenda dureza en su postrera autobiografía, "que alguien deba desear que el cristianismo sea verdadero, pues, de ser así, el lenguaje liso y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen -y entre ellas se incluiría a mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos- recibirían un castigo eterno. Y ésa es una doctrina detestable".
Sé que en mi decisión de comprar la taza de Newton pesó decisivamente mi formación de físico, pero, lo confieso, tiempo después, según fui conociendo mejor la vida y obra de Darwin, me arrepentí de mi elección. En un viaje posterior intenté encontrar la taza de Darwin, pero fracasé (además, la librería en la que la había comprado había desaparecido), y tampoco mis esforzadas búsquedas por internet dieron resultado. Como tantas cosas en la vida, hay oportunidades que cuando no se aprovechan no vuelven a aparecer.