Sánchez Ron conmemora los 100 años del nacimiento de Richard Feynman recorriendo algunas de sus principales publicaciones, ahora que Alianza reedita ¿Está usted de broma, Sr Feynman?. "El físico estadounidense mostró su amor por la ciencia de diversas maneras", señala.
El 11 de mayo se cumplirán 100 años del nacimiento de Richard Phillips Feynman. No fue el más genial de los físicos del siglo XX - aunque genial fue y mucho, ¿cómo competir con Einstein, Bohr, Heisenberg o Dirac?-, pero seguramente, sí el más querido. Entre sus contribuciones científicas figuran la explicación, en términos de la física cuántica, de la teoría fenomenológica del helio líquido creada por el físico soviético Lev Landau para dar cuenta del hecho de que el helio continúe en estado líquido a temperaturas muy próximas al cero absoluto; la mejora, junto a Murray Gell-Mann, de la teoría de la desintegración beta (emisión de electrones en núcleos de átomos radiactivos) que Fermi había producido en 1932; y, sobre todo, su versión de la electrodinámica cuántica, que permite acomodar a los principios cuánticos la electrodinámica que James Clerk Maxwell estableció a mediados del siglo XIX. Su electrodinámica cuántica es una de las tres versiones que se desarrollaron -las otras dos se debieron al japonés Sin-Itiro Tomonaga y al estadounidense Julian Schwinger (los tres recibieron el Premio Nobel de Física en 1965)-, pero la suya fue, y es, la más utilizada, debido a que permite realizar cálculos con mayor facilidad, al emplear la técnica conocida como "diagramas de Feynman".Pero si solo fuese por aportaciones como estas, valiosas como son, su recuerdo no conmovería todavía hoy a los físicos, incluyendo a aquellos que únicamente saben de él bien por lecturas o bien por la tradición oral que, como en todas las profesiones, también tiene su hueco en la física. Porque, lejos del espíritu pomposo, acartonado, de algunos científicos distinguidos, Feynman se mostró siempre como un hombre desenfadado, sencillo y accesible. Sobreviven multitud de anécdotas de esta faceta de su personalidad, muchas recogidas en dos espléndidos libros que Alianza mantiene en su fondo desde 1987-1990: ¿Está usted de broma, Sr. Feynman? (éste se acaba de reeditar con un prólogo de Bill Gates) y ¿Qué te importa lo que piensen los demás? En ¡Ojalá lo supiera! (Crítica 2006), una recopilación de cartas suyas, encontramos numerosas muestras de la humanidad y humildad de Feynman. Una de ellas es la que dirigió el 3 de febrero de 1966 a un antiguo alumno, Koichi Mano, en respuesta a la felicitación que éste le envió tras saber que había recibido el Premio Nobel. En ella, intentaba quitarle de la cabeza la idea de que lo único que valía la pena en ciencia eran los grandes problemas. "Un problema es grande en ciencia", escribía, "si se presenta ante nosotros irresuelto y vemos alguna manera de avanzar en él. He trabajado en innumerables problemas que usted calificaría de humildes, pero con los que disfruté y me sentí muy bien porque a veces podía obtener un éxito parcial. Ningún problema es demasiado pequeño o demasiado trivial si realmente podemos hacer algo con él".
Su amor por la física, y su originalidad, se mostraron de muy diversas maneras, una de ellas a través de libros que guiaron a los físicos, no sólo a los avezados, también a los que comenzaban su camino. El mejor ejemplo en este sentido es su famoso curso de física, Feynman Lectures on Physics, fruto de los cursos que dio en el California Institute of Technology entre 1961 y 1963. Y a un nivel más avanzado quiero recordar el texto -que escribió con un colaborador suyo, Albert Hibbs-, Quantum Mechanics and Path Integrals. No he entendido mejor la mecánica cuántica, en tantos aspectos contraintuitiva, que estudiando este libro.
Su amplitud de miras lo llevó también a escribir otros libros, destinados a un público más general. Obras como El placer de descubrir o Seis piezas fáciles (ambos en Crítica). De este último quiero citar un pasaje que muestra la que considero la mejor forma de entender la ciencia, una forma que no pocos científicos parecen olvidar, ensimismados en los tremendamente especializados problemas que tratan de resolver (otra ilustre excepción en este sentido fue Michael Faraday, autor de La historia química de una vela, que la editorial Nivola publicó en castellano en 2004): "Un poeta dijo en cierta ocasión: ‘Todo el universo está en un vaso de vino'. Probablemente nunca sabremos en qué sentido lo decía, pues los poetas no escriben para ser entendidos. Pero es cierto que si miramos un vaso de vino lo suficientemente cerca, vemos el universo entero. Están los objetos de la física: el líquido que se mueve y que se evapora dependiendo de viento y del clima, los reflejos en el vaso, y nuestra imaginación añade los átomos. El vaso es una destilación de las rocas de la Tierra y en su composición vemos los secretos de la edad del universo y la evolución de las estrellas. ¿Qué extraña ordenación de elementos químicos hay en el vino? ¿Cómo llegaron a formarse? Existen los fermentos, las enzimas, los sustratos y los productos. Allí en el vino se encuentra la gran generalización: toda la vida es fermentación. Nadie puede descubrir la química del vino sin descubrir, como hizo Louis Pasteur, la causa de muchas enfermedades".
Admirado por sus colegas, y distinguido con los mayores honores que se podían ofrecer a un científico, Feynman se convirtió en una figura pública cuando, en sus últimos años, en enero de 1986, el presidente Reagan le designó para formar parte de una comisión para investigar la causa de la explosión del transbordador espacial Challenger. En una audiencia televisada del comité, que causó una profunda impresión en millones de telespectadores, realizó un sencillo experimento con un vaso de agua helada y un trozo de un elemento en forma de anillo (una junta tórica) del transbordador destruido, para mostrar que el origen del desastre estaba en la pérdida de rigidez de ese tipo de juntas.
Durante una década luchó contra un liposarcoma, un tipo cáncer, ante el que sucumbió el 15 de febrero de 1988. Su recuerdo tardará en desvanecerse.