Idoia Salazar
Presidenta de OdiseIA y coautora de El mito del algoritmo (Anaya)
…al robot que compone sinfonías
Un lienzo en blanco, una sinfonía inacabada… una novela por escribir, un poema que componer. La creatividad es un don del ser humano. Más de algunos que de otros, desde luego. Pero, al menos hasta el momento, nadie había cuestionado esta peculiaridad que admiramos y valoramos. Consideramos a estas obras únicas e irrepetibles y, a aquél que las creo, genio de su tiempo. Por eso nos impactan las noticias de sistemas de Inteligencia Artificial capaces de acabarla Décima sinfonía de Beethoven con una maestría reconocida por los humanos. Es un hecho que la IA puede superarnos en tareas específicas como el análisis masivo y exhaustivo de datos en un tiempo récord, pero si también nos quitan la creatividad… ¿qué nos queda a nosotros? Esta pregunta que muchos se hacen es perfectamente lógica ante el avance imparable de las peculiaridades de esta tecnología: un robot no puede sentir. Carece de sensibilidad para percibir los colores, sonidos o sutilezas que componen una obra de arte. Jamás podría ser creativo.
Es un hecho que la IA puede superarnos en tareas como el análisis masivo de datos en un tiempo récord, pero si también nos quitan la creatividad… ¿Qué nos queda a nosotros?
La empresa Obvious Art, en desacuerdo con esta premisa, desarrolló un algoritmo capaz de pintar y crear su propio cuadro original. Después del ‘estudio’ fugaz –a través de su entrenamiento– de miles de datos históricos correspondientes a retratos entre los siglos XV y XX, el sistema fue capaz de pintar un cuadro titulado Edmond de Belamy que se subastó en Christie’s por más de 430.000 dólares. Y no son, ni mucho menos, los únicos que apuestan por la automatización de la industria creativa. Tenemos sistemas de IA como Aiva, que han sido reconocidos con el estatus de ‘compositor’ por la sociedad de autores musicales francesa. Otros algoritmos como GPT-3, entre otros, son ‘capaces’ de escribir novelas e incluso poesía. Uno de ellos relató lo siguiente: ‘La máquina, dando prioridad a la búsqueda del placer propio, dejó de trabajar para los humanos’. A pesar de esta alarmante declaración ficticia, actualmente la mayoría de sus usos reales son de complemento al trabajo creativo humano.
Pero la cuestión es que, si seguimos desarrollando la autonomía creativa por parte de los sistemas de IA, ¿no podría llegar un momento en que no quedaría otro remedio que darle los ‘derechos’ sobre su obra? De facto, esta idea ya se está poniendo a prueba. Un ejemplo claro de esto es la lucha en 17 oficinas de patentes de todo el mundo para que se reconozca al sistema de IA DABUS la patente sobre su desarrollo de un contenedor fractal de líquidos y un sistema de señales luminosas fractales. La cuestión es si DABUS podría llegar a ser considerado como ‘inventor’ al no ser humano. Pues bien, un tribunal australiano ha dado ya la respuesta afirmativa.
Parémonos un momento a reflexionar. Si en un momento tan incipiente en el desarrollo de la IA nos estamos haciendo estas preguntas y estamos lidiando con estas opciones, imaginemos nuestro futuro si ahora, en este momento de la historia, no tomamos, como humanos, las decisiones correctas sobre hacia dónde encaminar esta revolucionaria tecnología.
Jesús Rueda
Compositor
Del ‘humano, demasiado humano’…
Asistimos hoy a una publicitaria noticia sobre Inteligencia artificial (IA) y Beethoven. Parece ser que la IA ha podido recomponer su Décima sinfonía a partir de unos bocetos que dejó escritos en sus dos últimos años. Y no puedo sino recordar a aquella pianista médium que en la década de los sesenta interpretaba las obras que ciertos compositores clásicos le dictaban desde el más allá. Y parece ser que esta música, además, convencía a los expertos.
Esa versión de Beethoven no deja de ser un consenso entre expertos, justo lo contrario a la idea artística. Necesitamos el mito humano para creer. Necesitamos reconocer al genio
Vivimos rodeados de música creada por máquinas: en ascensores, hilos musicales, programas televisivos nocturnos, etc. Pero la auténtica IA, tal y como la concibo, no ha aparecido todavía. Alguien ahí arriba tiene que proporcionar algún criterio de partida, ¿o puede la IA crear el algoritmo ‘Beethoven’ por ella misma? Por supuesto que aún no nos ha alcanzado el cínico desparpajo de HAL 9000 (el ordenador de 2001: Una odisea del espacio, de Arthur C. Clarke), esa máquina más consciente que un ser humano.
Con el Big Data tenemos resultados globales de Beethoven: sus notas musicales, instrumentaciones, estructuración, resoluciones, roturas del discurso convencional, etc. Pero, ¡ay!, ¿y los aromas de su tiempo, sus convenciones, los prejuicios, las intuiciones…? El ordenador no podrá resucitar aquella época ni reproducirlas contingencias diarias de su vida, las que le condujeron a elegir un camino y no otro. Beethoven se llevó consigo sus accidentes musicales, sus cambios de ánimo, sus evocaciones, sus errores creativos, sus epifanías y sus nuevas propuestas, y eso no podrá recuperarse nunca.
Beethoven no dejó tanto material esbozado como para poder presentar una sinfonía completa. Se habrán tomado sin duda modelos preexistentes para reconstruir algo tan grande. La máquina genera una sinfonía dentro de la previsibilidad calculada de todo lo escrito por Beethoven. No podrá ‘intuir’ nuevos modos, los que tenía el compositor cuando murió. Porque, evidentemente, esa versión no deja de ser un consenso entre expertos, justo lo contrario a la idea artística.
Por supuesto, la IA podrá en un futuro componer la música más perfecta e irresistible que imaginarse pueda, habrá cuantificado todos los parámetros que nos arrebatan (¿es cuantificable la evocación, la intuición, el infinito…?), y los habrá armonizado en el punto justo, y como en la escena final de El perfume seremos arrastrados a una locura catártica con su escucha.
También sabemos que esta nueva sinfonía no es una obra humana y nuestro fetichismo la consumirá como un producto sintético, sin importarnos demasiado. Seguiremos valorando la obra de nuestros genios, porque genéticamente nos identificamos con sus límites, sus dificultades y su belleza. Necesitamos el mito humano para creer. Necesitamos reconocer al héroe, al genio, al ser que es capaz de ampliar su condición humana.
Tendemos a pensar que la IA se revolverá y nos destruirá (como HAL 9000). Pero comparada con la futura IA la mente humana será algo tan básico que, como apuntó Marvin Minsky, simplemente no se interesará por nosotros.