Catedrático en el Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma, Ignacio Morgado (San Vicente de Alcántara, 1951) tenía larvado el proyecto de Materia gris (Ariel) desde sus oposiciones universitarias. A través de la psicobiología y la neurociencia, su especialidad, recupera ahora sus inquietudes sobre la dualidad cuerpo/mente, sobre los motivos por los que se tardó tanto en saber que el cerebro es el órgano de la mente, sobre cómo se conoció que los nervios funcionaban con electricidad, sobre las mujeres que contribuyeron a la comprensión de las funciones mentales y sobre cómo empezaron a conocerse las grandes enfermedades neurológicas. El autor de libros como Emociones e inteligencia social, La fabrica de las ilusiones o Los sentidos recorre las ideas y los avances de gigantes como Aristóteles, Galeno, Galvani, Descartes, Ramón y Cajal y Pavlov, entre otros.
P. ¿Qué acontecimiento marcó un antes y un después en el conocimiento del cerebro?
R. El descubrimiento de la electricidad animal por Luigi Galvani en el siglo XVIII. Los antiguos espíritus animales del médico grecoromano Galeno fueron, a partir de entonces, sustituidos por la electricidad para explicar el funcionamiento de las neuronas y el sistema nervioso.
"Cada neurona de las más de 80.000 millones que tenemos es como una pequeña central de producción de electricidad"
P. Cerebro y mente no siempre han estado unidos...
R. En realidad, todavía hoy hay quien piensa que son cosas completamente diferentes, pero el monismo (cerebro y mente son expresiones de la misma materia) ya estuvo presente en filósofos y pensadores antiguos, como el griego Demócrito de Abdera (460-370 a. C). Cuanto más se fue sabiendo a lo largo de la historia sobre el cerebro, más científicos y pensadores han ido apostando por la identidad mente/cerebro. El hecho de que las lesiones cerebrales afectasen a la mente contribuyó mucho a la creencia en esa identidad.
P. ¿Qué papel juega la electricidad en los mecanismos cerebrales?
R. Es básica, fundamental. Las neuronas funcionan manteniendo gradientes de concentración iónicos y transfiriendo cargas eléctricas entre su interior y su exterior. Eso las hace grandes consumidoras de energía, particularmente de glucosa. El cerebro, que no es mucho más del 2% del peso del cuerpo, consume más del 20 % de la energía que ingresamos con la alimentación. Cada neurona de las más de 80.000 millones que tenemos es, en cierto modo, como una pequeña central de producción de electricidad.
P. Y en esto llegó Cajal. ¿De qué forma allanó el conocimiento del cerebro?
R. Cajal puso de manifiesto la estructura anatómica básica del sistema nervioso, lo que, a partir de entonces, permitió establecer su modo de funcionamiento. Sin saber cómo eran las neuronas se complicaba entender ese funcionamiento. Cajal demostró que el cerebro no era una red de fibras nerviosas interconectadas, sino células individuales que se relacionan entre ellas por contacto, y no por continuidad. Eso convertía al cerebro en un sistema funcional con capacidades inteligentes adaptativas, cosa que no ocurríría si el cerebro fuera una red de fibras nerviosas, como proponían otros investigadores.
P. ¿En qué momento podemos hablar de Neurociencia?
R. Es arbitrario con ese preciso nombre, pero desde que se estudiaron científicamente las neuronas ya se estaba haciendo Neurociencia.
P. ¿Cómo ha influido el conocimiento del cerebro en la psiquiatría?
R. Tardó mucho tiempo en aceptarse que las enfermedades psiquiátricas o mentales eran enfermedades del cerebro. Antes de eso se atribuían a causas diabólicas y extrañas y se trataban con remedios igualmente diabólicos, como exorcismo y curanderías. El conocimiento del cerebro lo cambió todo. Desde entonces, ansiamos conocer cómo evitar esas enfermedades tratando al propio cerebro y sus neuronas.
P. ¿Es finales del siglo XX el momento crucial para la profundización en su conocimiento?
R. A partir de Cajal, considerado padre de las neurociencias, se produjo un considerable incremento en el conocimiento anatómico y funcional del sistema nervioso. Ciertamente, el siglo XX ha proporcionado más conocimiento sobre el cerebro que todos los siglos anteriores.
P. ¿Diría que la segunda parte del libro está dedicada a los desafíos del siglo XXI? ¿Cuál sería el mayor de todos?
R. En cierto modo sí, pues esa es la principal asignatura pendiente de la neurociencia: la cura de las enfermedades neurológicas y mentales.
P. ¿Hacía dónde caminan los estudios de la neurociencia?
R. Hay una gran diversidad, pues se exploran todos los procesos neurológicos y todos los procesos mentales, pero el desarrollo de técnicas como la optogenética abre las puestas a un control del cerebro y la mente humana como nunca lo habíamos imaginado. Ahora podemos establecer en animales experimentales las neuronas precisas implicadas en una determinada actividad mental y activar esas mismas neuronas mediante procedimientos poco invasivos como un rayo láser aplicado al cerebro. Eso también podrá aplicarse a la cura de las enfermedades neurológicas.
P. ¿Dónde se ha quedado la ciencia respecto al cerebro? ¿En qué punto se ha parado? ¿Qué es lo que más le cuesta entender?
R. Del mismo modo que el cerebro de un chimpancé no puede entender el concepto de entropía, personalmente pienso que el cerebro humano no ha evolucionado lo suficiente como para entender cómo las neuronas crean la subjetividad y la imaginación. Tenemos dificultades para entender el llamado hard problem, que viene a ser como conocer los mecanismos de la imaginación.
P. ¿Sabemos de qué forma interactúan la distintas zonas cerebrales?
R. Sí, por supuesto. Emoción y razón, por ejemplo, se basan en circuitos particulares de distintas zonas del cerebro, pero se relacionan entre ellas mediante áreas del cerebro prefrontal.
P. ¿Cree que la pandemia ha cambiado de algún modo nuestro cerebro?
R. Todas las experiencias humanas cambian el cerebro. La pandemia de la Covid-19 también, aunque no lo notemos.
Morgado acaba su libro homenajeando a aquellos científicos que por ignorancia o por celos no se les reconoció su aportación a alguno de los hitos: "El propio Galvani nunca reconoció que el profesor suizo y director de la sección de filosofía de la Academia de Ciencias de Berlín, Johann Georg Sulzer, había puesto de manifiesto antes que él la electricidad bimetálica al observar que cuando se sitúan sobre la lengua dos metales distintos la persona sentía lo que él llamó "gustos eléctricos". A Ramón y Cajal, padre de la neurociencia, le costó reconocer que Wilhelm His y Auguste Forel ya habían anotado, también antes que él, la discontinuidad entre las células nerviosas". El psicobiólogo finaliza hablando de la "sinrazón del nacionalismo científico", considerando que los grandes descubrimientos han sido fruto "del conocimiento transversal y multidireccional que se ha ido produciendo en tiempos y entre países y lugares diferentes".