Se adjudica a Louis Pasteur la frase “La ciencia no tiene patria, pero los científicos sí”. Un buen complemento a esta declaración sería decir que “La ciencia no tiene ideología, pero los científicos sí”. Y quien dice “ideología” puede también añadir “sentimiento”, “religión”, “filias” y “fobias”. De hecho, una de las grandezas de la ciencia es su capacidad de transcender características tan humanas como las anteriores. El caso de la ideología, de las opciones políticas, ofrece numerosos ejemplos. Desde “halcones” extremos como el físico húngaro nacionalizado estadounidense Edward Teller, que se esforzó para que Estados Unidos dispusiera de un arsenal nuclear cada vez más poderoso, hasta comunistas como el también físico Frédéric Joliot-Curie (Premio Nobel de Química), pasando por pacifistas como Linus Pauling (Premio Nobel de Química y también de la Paz).
En otra ocasión me ocuparé de las diferencias religiosas, que ofrece ejemplos notables, como el sacerdote católico belga Georges Lemaître, un anticipador de la idea de que el Universo comenzó con una Gran Explosión, que muchos han ligado a la acción de un dios, o el combativo ateo Richard Dawkins, pero ahora aprovecharé la oportunidad que me brinda la noticia de la reciente subasta de una carta que el físico alemán, Premio Nobel de Física en 1905 y notable nazi, Philipp Lenard (1862-1947), escribió en 1927 al también Premio Nobel de Física (1911) germano Wilhelm Wien. Ofrecida por una casa de subastas de Los Ángeles, la carta (de dos páginas) de Lenard tuvo como precio de salida la respetable cantidad de 13.700 euros.
Einstein reunía todas las características que Lenard odiaba. Consideraba que su teoría de la relatividad estaba imbuida de un nocivo espíritu abstracto
El caso de Lenard es representativo del mandarín académico germano, intensamente nacionalista y conservador. La derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial le afectó profundamente. Nazi temprano, cuando Hitler fue encarcelado el 1 de abril de 1924 por su participación en el fallido golpe de noviembre de 1923 en Múnich, salió en su defensa públicamente. Y a la llegada de Hitler al poder en 1933 prosperó rápidamente en la jerárquica estructura académica alemana. Aquel mismo año el Instituto de Física de la Universidad de Heidelberg, en la que era catedrático, fue rebautizado con el nombre de Instituto Philipp Lenard. Expresa bien las ideas que Lenard tenía sobre la ciencia la respuesta que dio cuando los alumnos de la universidad le felicitaron: “Es muy superficial hablar de la ciencia como una propiedad común de la humanidad, accesible por igual a todas las personas y clases y ofreciendo a todos ellos las mismas posibilidades. Los problemas de la ciencia no se presentan de la misma forma a todos los hombres. El Negro o el Judío verán el mismo mundo de una forma diferente a la del investigador alemán”. Para él, la física verdadera debía estar acorde con el “espíritu ario”, una Deutsche Physik (“Física Alemana”).
Y entre los judíos, ¿quién más adecuado para su animadversión que Albert Einstein, que reunía casi todas las características que Lenard odiaba: pacifista, internacionalista, progresista y famoso mundialmente? Y con él, su física, la relatividad en particular, que Lenard consideraba imbuida de un nocivo espíritu abstracto –el de la física teórica–, ajeno, según él, a lo que debía ser la ciencia, la de la observación empírica, como la que practicaba él, un experimentalista. “Espero –manifestó también– que el Instituto pueda mantenerse como una bandera de batalla contra el Espíritu Asiático en la ciencia. Nuestro Líder [Hitler] ha eliminado este mismo espíritu en la política y economía nacional, donde es conocido como Marxismo. Sin embargo, en la ciencia natural, gracias a Einstein todavía se mantiene. Debemos darnos cuenta de que es impropio de un alemán –y de hecho dañino para él– ser un seguidor intelectual de Einstein. La ciencia natural propiamente dicha es de origen completamente ario y los alemanes deben encontrar hoy su propio camino hacia lo desconocido. ¡Heil Hitler!”.
En la mencionada carta a Wien objeto de subasta, Lenard aprovechaba el hecho de que la Academia de Ciencias de Múnich había nombrado miembro a Einstein, para acusarla de estar dominada por judíos. El muy respetado Max Planck, que había iniciado en 1900 el camino hacia la física cuántica, era objeto particular de su ira: “Es empujado hacia arriba –escribía a Wien– porque es un patrón de los judíos, y así estos están también regresando”. Los comentarios de Lenard, el que científicos notables pudieran imaginar y defender ideas como la de una Deustche Physik, muestran que la actividad humana más racional y segura que los humanos hemos producido, la ciencia, se ve inmersa en las irracionalidades y pasiones de algunos de sus profesionales.
El caso de Lenard es representativo del mandarín académico germano, intensamente nacionalista y conservador
Otro dato interesante es el libro, Grosse Naturforscher, que Lenard publicó en 1929, por tanto dos años después de escribir a Wien. En él presentaba su selección de los “Grandes científicos” de la historia. Comenzaba por Pitágoras y terminaba con Friedrich Hasenöhrl (1874-1915), un físico austriaco notable, pero desde luego no uno de los grandes de la historia de la ciencia. Entre los 66 nombres que incluía aparecían algunos sobre cuya grandeza no existe duda, como Euclides, Arquímedes, Copérnico, Kepler, Galileo, Boyle, Newton, Leibniz, Berzelius, Laplace, Gauss, Helmholtz, Kelvin, Darwin, Linneo, Maxwell, Boltzmann y Hertz. Es indudable la “querencia” de Lenard por la física –¿cómo no incluir, por ejemplo, al matemático Euler, al químico Lavoisier o al geólogo Lyell?–, pero si buscamos denominadores comunes en su lista, encontraremos dos: que todos los seleccionados habían fallecido, y que solo uno era judío, Heinrich Hertz (1857-1894).
Por supuesto que Hertz no carecía de méritos; suya fue la crucial demostración de la existencia de las ondas electromagnéticas que predecía la electrodinámica de Maxwell. Pero siendo de origen judío, y habida cuenta de las opiniones de Lenard, ¿cómo es que aparecía? La respuesta es fácil: Lenard fue discípulo de Hertz, a quien admiraba. Y ya se sabe, con la “familia” las cosas son diferentes