Comienza Valle-Inclán Luces de Bohemia presentando al poeta e “hiperbólico andaluz” Max Estrella. En nuestro caso, descontadas las similitudes entre Andalucía y Sicilia -que las hay, y no son pocas-, Giovanni Battista Guccia fue un hiperbólico palermitano. Hasta ahí las similitudes, pues Max Estrella vivió y murió (y seguramente nació) pobre, mientras Guccia nació, vivió y murió siendo muy rico. Hoy queda poco que recuerde a Guccia (como a Max Estrella). En Palermo: un palacio en ruinas, aunque todavía en pie y habitado, el recuerdo de otro palacio (que fue sustituido por un banco en los años 60), dos pequeñas calles en el centro de la ciudad, y un retrato pintado por el pintor italiano del estilo Liberty Ettore de Maria Bergler. En el resto del mundo, centenares, sino miles, de ejemplares de la revista que fundó, guardados en los estantes de las bibliotecas científicas. Porque a Guccia el azar y el destino le llevaron a vivir para las matemáticas.
"El Circolo Matematico di Palermo era la mayor sociedad matemática del mundo, con 924 miembros, muy por delante de la alemana, inglesa o francesa"
De la vida pública de Guccia a partir de 1884 (cuando tenía 29 años) lo sabemos casi todo. La razón es sencilla: los archivos de la revista de la sociedad matemática que fundó en ese año siguen existiendo, tras haberse salvado de los bombardeos de Palermo por las fuerzas aliadas en mayo de 1943. No se salvó el edificio que acogía los archivos, pero las cajas que los contenían fueron recuperadas de entre los escombros por voluntariosos ciudadanos. Contienen estos archivos todas las cartas escritas y recibidas por Guccia en su labor como editor de la revista científica Rendiconti del Circolo Matematico di Palermo. Son treinta años de trabajo continuado e intenso, en correspondencia con los mejores matemáticos del mundo. Aparte de las discusiones científicas (en unos momentos históricos apasionantes para la creatividad matemática), las cartas están repletas de actualidad: Guccia comenta con el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler las consecuencias para Suecia del referéndum de independencia de Noruega en 1905; o el matemático francés Henri Poincaré pregunta a Guccia sobre el sonado caso judicial del asesinato por la Mafia del alcalde de Palermo.
Guccia había estudiado matemáticas y hecho su tesis doctoral en Roma, bajo la dirección de uno de los grandes matemáticos italianos, el geómetra Luigi Cremona. De su maestro, Guccia aprendió mucho: matemáticas, conocimiento del ambiente científico europeo, rectitud profesional, y algo que fue una componente esencial de su personalidad, compromiso. Cremona pertenecía a la generación de científicos italianos que se había formado a la vez que Italia vivía el Risorgimento, que llevaría a la unificación. Junto a la dedicación a la ciencia, esa generación sintió como parte de sus obligaciones contribuir a la construcción de la nueva Italia, a través del compromiso en la gestión administrativa y en la política.
Guccia trasladó ese compromiso a la matemática. En el último tercio del siglo XIX se estaban creando las sociedades matemáticas nacionales y las revistas especializadas en matemáticas. De vuelta a Palermo, y todavía sin puesto de trabajo, Guccia fundó, en la planta baja del palacio familiar, el Circolo Matematico di Palermo, que pronto se convirtió en un centro de discusión matemática, y eventualmente fundó una revista. Un fino olfato para la calidad científica y la mucha dedicación del fundador, llevaron a la sociedad y a la revista desde el anonimato local al máximo reconocimiento internacional.
Cuando la sociedad cumplió treinta años, en 1914, se celebró un congreso para celebrarlo. Unas cuarenta instituciones científicas del mundo estuvieron representadas y otras noventa enviaron mensajes de apoyo. El Circolo Matematico di Palermo era en ese momento la mayor sociedad matemática del mundo, con 924 miembros, muy por delante de las sociedades matemáticas alemana, inglesa o francesa; dos terceras partes de sus miembros era extranjeros. La revista, los Rendiconti, era la de mayor tirada del mundo y estaba entre las cinco más reconocidas. Todo esto era fruto del trabajo personal de Guccia, que llegó a comprar una imprenta e instalarla en su palacio para mayor control de la calidad de la revista.
La gran incógnita era, hasta hace poco, el Guccia anterior a la fundación del Circolo Matematico. Apenas se sabía nada de sus orígenes familiares, de sus estudios, de su vocación matemática y de su fortuna. La razón, de nuevo, es sencilla: a su muerte, en 1914, su fortuna pasó a una de sus sobrinas, que murió en soledad en el palacio familiar en 1955, donando todos sus bienes una organización religiosa, que vendió el palacio completo, con bienes personales incluidos, a una empresa inmobiliaria, que levanto allí la sede del Banco de Sicilia. Pero en 2012, quiso el azar que se descubriese que Guccia era sobrino de Giulio Fabrizio Tomasi, personaje histórico en el que se modeló el protagonista de la novela Il Gattopardo. Ese hilo permitió descubrir a Giovanni Battista Guccia e Bonomolo, a la vez abuelo paterno y tatarabuelo materno del matemático, que amasó una enorme fortuna en el siglo XVIII, entre otros medios, por la concesión de aguas de la ciudad de Palermo, y compró un título de marqués a la caída del Antiguo Régimen en Sicilia. De esa familia, dedicada a los negocios, obtuvo Guccia la fortuna que le permitió una vida lujosa (suyo fue el primer coche de Palermo) pero sin extravagancias, y el apoyo a su sociedad científica.
Fue su tío, Il Gattopardo, que se había construido un observatorio astronómico en su villa del campo, quien sembró la semilla de la ciencia en el joven Giovanni Battista, y a través de quien pudo asistir, con veinte años, al Congreso para el Avance de la Ciencia celebrado en Palermo, donde conoció a Luigi Cremona y donde decidió marchar a Roma para dedicarse a las matemáticas.
Lo que no pudo la muerte de Guccia, ni la Primera Guerra Mundial, lo pudieron las leyes de exclusión racial de Mussolini: al excluir a extranjeros y judíos del Circolo Matematico lo abocó a la práctica desaparición, que sancionaron los bombardeos del 43.