Vista del "Mathematical Bridge", en Cambrigde, construido en 1749 por James Essex sin un solo clavo metálico

Sánchez Ron viaja en su quinta entrega sobre las ciudades y la ciencia a Cambridge, un periplo que rastreará las huellas dejadas por nombres como Darwin, Newton (cuya escultura preside el Trinity College), Crick y Watson (desde el Cavendish laboratory) y Stephen Hawking, entre otros.

Cambridge -el inglés, no el de Massachusetts- no es como las ciudades de las que me he ocupado antes en esta serie -París, Berlín y Londres-; frente a los millones de habitantes de esas urbes, Cambridge supera en poco los 120.000. Pero su fama es universal debido a la Universidad que alberga desde comienzos del siglo XIII (actualmente con unos 24.000 estudiantes). Al llegar a Cambridge, uno siente estremecerse: está pisando terrenos que en el pasado hollaron algunos de los más grandes científicos y pensadores de todos los tiempos. Es el lugar donde Isaac Newton, que ocupó la cátedra Lucasiana -la misma que mucho después perteneció a Paul Dirac, uno de los creadores de la mecánica cuántica, y a Stephen Hawking-, escribió Philosophiae Mathematica Principia Mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural; 1687), uno de los libros más importantes producidos en toda la historia de la humanidad (contiene las tres leyes del movimiento y la de la gravitación universal); donde estudió (1828-1831) Charles Darwin, quien gracias a las relaciones que estableció allí pudo embarcarse en un viaje de cinco años en un barco de la marina británica, el Beagle, fletado para realizar diversas tareas cartográficas, viaje que le cambió la vida convirtiéndole en el científico que luego fue; donde Charles Babbage tuvo sus primeras ideas (1812) sobre una gran máquina de cálculo, que nunca construyó; donde James Clerk Maxwell, quien formuló la gran síntesis entre electricidad y magnetismo (electrodinámica), fue el primer director del Laboratorio Cavendish, centro que más tarde tuvo entre sus directores a J. J. Thomson, que identificó allí, en 1897, el electrón, y a Ernest Rutherford; y en donde en 1953 Francis Crick y James Watson dieron con la estructura (una doble hélice) de la molécula de la herencia, el ADN. También fue en Cambridge donde Bertrand Russell y Alfred N. Whitehead (1910-1913) se reunieron para componer ese frustrado monumento matemático que es Principia Mathematica (no lograron lo que pretendían: basar toda la matemática en la lógica); y donde Jocelyn Bell descubrió (1967) los púlsares. Podría seguir ofreciendo más ejemplos -los hay a espuertas-, pero no es de los logros científicos que se obtuvieron en la pequeña localidad sita a orillas del río Cam de lo que quiero tratar, sino de lo que se puede encontrar en ella. Y lo primero que hay que decir es que Cambridge (que significa "puente sobre el Cam") es una pequeña pero muy hermosa ciudad. Un buen lugar para comenzar a recorrerla es la céntrica plaza Market Hill, para dirigirse desde allí al cercano King's College, del que, ahora quiero recordar, formó parte uno de los economistas más importantes de la historia, John Maynard Keynes (1883-1946), quien, por cierto, legó al King's una valiosísima colección de manuscritos de Newton, del que era buen conocedor. La vista que se observa desde la calle King's Parade, dominada por la capilla del college, ejemplo extraordinario de gótico perpendicular inglés, es una de las que nunca se olvidan. Desde allí, recomiendo seguir lo que, de hecho, es la continuación de King's Parade, Trinity Street. Ahora repleta de tiendas como las que se pueden encontrar en cualquier lugar de Europa, recuerdo cuando abundaban en ella librerías de anticuarios y de segunda mano, un tipo de comercio que casi ha desaparecido de Cambridge, aunque en Trinity Street se encuentra todavía una magnífica librería, Heffer's.



Prácticamente delante de ella se halla la humilde entrada a un centro nada humilde: el Trinity College. Si le dejan entrar, algo ahora difícil porque, razonablemente, el college ha decidido resguardarse de esa plaga mundial que son los turistas, verá que penetra en algo semejante a un pequeño Shangri-La, sólo que éste es real y no imaginado. Como en otros colleges, encontrará un gran patio rectangular, flanqueado por edificios de pocas plantas. En uno de los lados está la capilla. Entren y lo primero que hallarán es una sala dominada por una gran estatura de Isaac Newton sosteniendo un prisma, el sencillo instrumento con el que realizó sus investigaciones ópticas; al pie de la estatura se lee: Qui genus humanum ingenio superavit ("Cuyo ingenio superó al de todos los hombres"). Hay otras estatuas -entre ellas las de Francis Bacon, Isaac Barrow, el primer catedrático lucasiano, y William Whewell-, pero a mí me llamaron más la atención las placas de bronce que flanquean toda la sala y que recuerdan a antiguos miembros del college; más que llamarme la atención, me emocionaron. En ellas encontré, con leyendas en latín que rememoran algunos de sus logros, nombres para mí muy queridos: Arthur Eddington (astrofísico), J. J. Thomson, Rutherford, W. L. Bragg y Piotr Kapitza (físicos), Cayley, Hardy y Ramanujan (matemáticos), Michael Foster (fisiólogo), Frederick Hopkins (bioquímico), Russell y Whitehead, que anduvieron a caballo entre las matemáticas y la filosofía, y dos filósofos "propiamente dichos", Ludwig Wittgenstein y George Moore.



A través de una de las puertas situadas al fondo del gran patio, se puede acceder a un segundo patio que, en el lado del Cam -¡que maravillosas son las orillas de este río!-, ocupa una bellísima biblioteca, la "Wren Library", que recibe su nombre en honor a Christopher Wren, el astrónomo convertido en arquitecto que la diseñó, por encargo de Isaac Barrow, en 1676. Como otras bibliotecas de los colleges de Cambridge, la del Trinity alberga joyas inapreciables, tal vez la más importante la copia personal de Newton de los Principia.



Mencioné antes el Laboratorio Cavendish, centro al que la física de los siglos XIX y XX debe mucho, lo mismo que la biología molecular del XX. Desde hace tiempo, los laboratorios del Cavendish están situados fuera del centro (haciendo justicia a su pasado, sus tres edificios toman los nombres de Mott, Bragg y Rutherford), pero recomiendo ir a visitar el emplazamiento original, en el que a partir de 1874 trabajaron Maxwell, Rayleigh, Thomson y Rutherford. Se halla en Free School Lane. A la derecha, en el pasadizo que da paso al patio general, aparece la entrada a lo que fue un laboratorio famoso dedicado al estudio de los campos magnéticos fuertes, y más tarde a bajas temperaturas, el Mond Laboratory, construido en 1932 para Kapitza, al que no tardó demasiado la Unión Soviética en apartar de allí, aprovechando una de las visitas que éste hacía en verano a su patria.



Hay tantas cosas, tantos edificios, tantos lugares, en Cambridge que visitar y admirar, que sería imposible recogerlos aquí. Únicamente, para terminar, recomendaré que visiten el "Mathematical Bridge", el puente diseñado por William Etheridge, enteramente de madera, sin un solo clavo metálico, y construido en 1749 por James Essex, que une las dos partes del Queen's College, separadas por el Cam.