De la solidaridad a la agresión
por Francisco Mora
8 julio, 2004 02:00Foto: Ralph Steadman/Discover
El hombre, a lo largo de su evolución, ha mantenido un difícil equilibrio entre la solidaridad y la agresión frente a sus semejantes. El catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid Francisco Mora analiza los rasgos de unos comportamientos que han ido sentando las bases de la Neurohistoria.
En los resultados de un estudio realizado en la selva durante años, se ha podido constatar que, de vez en cuando, algunos chimpancés macho, 2 ó 3, se reunen por cualesquiera circunstancias o razones, por ejemplo, para despiojarse mutuamente. Al poco tiempo otros se unen al grupo y así se forma una banda relativamente numerosa de 18, 20 ó 25 individuos. Alcanzado ese número algo pasa entre ellos, espontáneo, emocional sin duda, que da lugar a algún entendimiento de solidaridad grupal y es entonces, de pronto, cuando todos juntos, en apretada fila de a uno y silenciosos, comienzan a adentrarse en la selva.
En ese caminar, y de vez en cuando, se paran y rompen la fila, se reúnen de nuevo en grupo circular y se espulgan unos a otros o almohazan mutuamente con sus uñas o palmas de las manos los pelos de sus espaldas. Algo así como un entendimiento solidario, emocional, de "estamos juntos", "somos uno"... Al poco reemprenden de nuevo la marcha. Y es de este modo que, de vez en cuando, se agrupan y exploran los límites de su territorio. En ese límite territorial, o quizá un poco mas "allá" de él, ocurre que si se encuentra un chimpancé de la misma especie pero de otro grupo se le ataca y a veces se le mata. Pero no establecen guerras más allá de eso. La solidaridad entre machos sirve para defender el territorio. Es decir, un competidor "que no es de los nuestros" y que eventualmente puede matar a nuestras crías, copular con nuestras hembras o robarnos el alimento. ¿Qué otra cosa han hecho las tribus más primitivas de seres humanos, y aun las actuales, entre tribus vecinas, sino organizar bandas para defender el territorio? Pero entre los seres humanos primitivos hay una diferencia importante añadida. Aquélla que hace que las bandas organizadas vayan más allá de la defensa del territorio y se adentren en el territorio de "los otros" con la clara intención de destrozar, matar y expoliar al vecino.
¿Qué son si no más cerca en el tiempo nuestras propias guerras en un mundo supuestamente civilizado? No hay que ir atrás muchos miles de años y ni tan siquiera cientos de años, sino apenas unas cuantas decenas, y aún hoy, ahora mismo, para darnos cuenta de ello. Es decir, de cómo operan en nuestros cerebros los códigos cervales y violentos que nos llevan a matarnos unos a otros, unos grupos frente a otros. ¿Qué ha ocurrido en el cerebro humano (1.450 gramos) frente al del chimpancé (450 gramos) para que además de peso y complejidad se haya añadido ese "superplus" de agresión, violencia y maldad intraespecie? ¿Qué ha ocurrido para que en esa balanza solidaridad-agresión y en el proceso evolutivo se haya cargado tanto el platillo de la agresión y la violencia? ¿Que ha hecho que esa solidaridad grupal inicial reservada principalmente a mantener la supervivencia la hayamos proyectado, también como grupos (raza, pueblos, creencias), al exterminio de los demás?
Yo vengo sosteniendo que sólo decodificando el significado funcional de los circuitos que se han construido en nuestros cerebros en esa lucha constante con nuestras propias vicisitudes evolutivas podremos alcanzar el conocimiento último de nuestra propia naturaleza. Si ello es así las Neurociencias actuales y futuras debieran ser capaces de desentrañar esos códigos y, como con los genes en la moderna Biología Molecular, encontrar la manera de activar y desactivar circuitos que la evolución ha dejado anclados en el cerebro con significado primitivo pero no actual y que atentan y destruyen las propias leyes de la supervivencia en el hombre de hoy.
Alguien, algún día, tendría que escribir una NEUROHISTORIA de la humanidad no contada como hasta ahora en los libros y enciclopedias y que siempre va de guerra en guerra o de extinción en extinción de grupos, naciones y civilizaciones, sino la historia que subyace a toda esa foresta psicológica, social y filosófica. Es decir, nuestra ‘Neurohistoria’ enlazando Neurociencia y Humanidades y contada no desde hace 5.000 años sino quizá 25.000 años. Y es con ello como quizá algun día se puedan cambiar los destinos del ser humano a través de cotas de conciencia que son las que proporcionan de forma lenta ese "sesudo", denostado e ignorado cerebro humano.