Ayer se celebró una reunión del Patronato del Museo Reina Sofía de la que se esperaban detalles sobre el proceso de sustitución de Manuel Borja-Villel, cuyo contrato de dirección termina en enero de 2023. Pero no: lo único que el museo ha comunicado es que convocarán un nuevo concurso a principios de febrero.
Todo son dudas y rumores. En cualquier institución seria, de este calibre, debería haber tenido ya lugar una comparecencia del Ministro de Cultura y Deporte y de la Presidenta del Patronato para explicar ante la prensa y los ciudadanos cuáles son los planes inmediatos para el museo, con fechas, formas y publicación, ya, de las bases, de manera que no se produzca un vacío en la dirección y se demuestre la máxima diligencia y transparencia en el procedimiento.
Pero el empeño de Borja-Villel en conservar el cargo o, al menos, en dejar adivinar a todos que pretende conservarlo, entorpece y enturbia el desarrollo de la sucesión. ¿Cree acaso ser la única persona en el mundo que puede dirigir este museo? Todos somos reemplazables.
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El comunicado difundido ayer por el museo menciona un “informe” que se ha entregado a los miembros del Patronato, con “las principales líneas de actuación para la elección de la persona que ocupará el cargo de director”. ¿Qué impide hacerlo público? Y, sobre todo, ¿qué impide iniciar ya el proceso?
Borja-Villel, que aseguró en exclusiva a El País que se ausentaría de esta reunión del Patronato cuando tocara abordar el asunto de la elección de director, ha optado por no hacer tal cosa, según publica hoy el mismo medio, porque “todo se ha tratado en términos muy objetivos”.
El empeño de Borja-Villel en conservar el cargo, o en dejar adivinar a todos que pretende conservarlo, enturbia el desarrollo de la sucesión
¿Qué significa eso? O tiene tanta confianza en sus bazas que ni contempla que alguien vaya a protestar por su participación en las decisiones que afecten a un concurso que él mismo podría ganar o tiene ya claro que no se va a presentar (pero, entonces, ¿por qué no lo dice claramente?).
Todo este juego da lugar a sospechas, y es terriblemente injusto para quienes puedan tener en mente postularse como candidatos. No entiendo cómo los responsables del Ministerio, que están representados en el Patronato, y el resto de miembros del mismo, con su Presidenta, Ángeles González-Sinde a la cabeza, permiten tal falta de rectitud. Con estos precedentes, el concurso empieza ya a mostrar vicios que comprometen un final irreprochable.
El Reina Sofía ha querido justificar ante eldiario.es que “se considera más oportuno que el inicio formal de dicho proceso por parte del Patronato, se produzca cuando el actual director ya no forme parte del mismo. Ello abundará en una garantía de plena independencia, transparencia y ausencia de conflicto de intereses”.
Si el director hiciera lo que debe –aceptar el final de su contrato y colaborar con la institución para que la transición sea perfecta– no habría ni que hablar de un posible “conflicto de intereses”.
Un ejemplo que encontramos en el museo del que procedía Borja-Villel cuando llegó al MACBA: Ferran Barenblit avisó a propios y ajenos en julio de 2020, con un año de antelación, de que dejaría el puesto al término de su contrato –renunciando a la posibilidad de renovación–; el Patronato del museo empezó a preparar la sucesión y convocó el concurso en marzo de 2021, publicándose el nombramiento de Elvira Dyangani Ose en julio del 21. Barenblit, que tenía razones para irse, se mantuvo al frente de la institución el tiempo que hizo falta. Sin “conflicto de intereses” y haciendo gala de responsabilidad.
Las bases del concurso internacional para la dirección del Reina Sofía convocado en 2007 (difíciles de encontrar hoy pero aquí las tienen) son clarísimas: “El candidato designado para ocupar la plaza que se convoca, suscribirá un contrato de alta dirección, regulado por el Real Decreto 1382/1985, de 1 de agosto, que contemplará una duración mínima de cinco años, con la posibilidad de su renovación como máximo por otros dos periodos de igual duración”. Borja-Villel conocía perfectamente las condiciones cuando aceptó el puesto. Y esos quince años se han cumplido.
En general, no es deseable que un director se eternice en el puesto, porque tiende a entender como suyo lo que no es
Si ahora se volviera a presentar al concurso sería porque está muy seguro de vencer. Y si lo hiciese, ¿no estaría violentando el espíritu del contrato inicial, que por algo fijaría un límite de renovaciones? ¿Sería posible para otros candidatos recurrir el fallo por ese motivo?
En general, no es deseable que un director se eternice en el puesto, porque tiende a entender como suyo lo que no lo es y porque puede inducir arteriosclerosis en fondo y forma. Así lo planteaba en un artículo de 2015, ¿Directores para siempre?: “Un prolongado mandato no equivale necesariamente a un trabajo impecable. Algunos de estos casos son percibidos en las respectivas áreas culturales como un problema, un lastre que impide la renovación de los museos o centros. Unos han permanecido por su buen hacer, otros por su habilidad para bandearse en política, otros por desinterés de los responsables últimos…”
Es cierto que no hay un modelo de contrato establecido para la contratación en directores, pero déjenme que traiga a colación dos reformas que se han legislado en países cercanos, que limitan muy estrictamente la duración de los mandatos.
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En 2015, el ministro Dario Franceschini quiso dar un vuelco al sistema de museos italianos –con algo más de autonomía– y convocó de golpe veinte concursos para renovar a sus directores. Se unificaron las bases de todos ellos y se marcó una duración del contrato: cuatro años con posibilidad de una sola renovación de otros cuatro. Ocho en total. En 2019, unos firmaron la renovación y otros no.
En Francia, la ministra Fleur Pellerin armonizó también en 2015 los contratos en los museos estatales: la regla general es una duración de tres años renovable dos veces pero para las instituciones más grandes –Louvre, Orsay, Pompidou, Versalles y Grand Palais– es de cinco años con dos renovaciones de tres. Once en total.
Es el Presidente de la República quien nombra a los directores del Louvre e incluso cuando toca (o no) renovar, el Ministro de Cultura debe presentarle cuatro candidaturas. Es decir: el director se “examina” en cada renovación.
Por otra parte, el hecho de que Manuel Borja-Villel esté en este momento trabajando para la Bienal de São Paulo, podría constituir como ya comenté aquí días atrás una violación de la Ley 3/2015, reguladora del ejercicio del alto cargo de la Administración General del Estado: “los altos cargos ejercerán sus funciones con dedicación exclusiva y no podrán compatibilizar su actividad con el desempeño (…) de cualquier otro puesto, cargo, representación, profesión o actividad, sean de carácter público o privado, por cuenta propia o ajena.
El director del Reina Sofía no ha aclarado si percibe remuneración de la Fundación Bienal de São Paulo por este trabajo o si ha solicitado autorización para faltar a la exigencia de dedicación exclusiva. He hecho una solicitud a la Oficina de Conflictos de Intereses a través del Portal de Transparencia para conocer este último extremo pero tardarán semanas, quizá meses en dar respuesta.
La Bienal se inaugura en septiembre por lo que Borja-Villel estará todavía al servicio de los brasileños cuando se abra y cuando se cierre el concurso para el Reina Sofía. ¿Podrá justificar esa dedicación ante la comisión asesora que debe valorar las candidaturas? Se ausente él o no de las reuniones, será su actual Patronato –en el que cuenta con la total entrega de González-Sinde– el que elija a los componentes de esa comisión.
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En casi todas partes se han arbitrado procedimientos más o menos aceptables para elegir directores. Hay claramente concursos manipulados, en los que algún candidato es “invitado” a participar con garantías de éxito, y fórmulas inadecuadas como la de la licitación de cargos de dirección.
Pero hemos pasado de la designación arbitraria, política, a la posibilidad de concurrencia de profesionales preparados, con obligación de presentar un proyecto y cierta rendición de cuentas.
El modelo no es perfecto y uno de los extremos en el que se producen tensiones en el de la terminación del contrato. Pero los directores tienen que admitir que, si no son funcionarios y firman contratos laborales, están sometidos a las mismas dinámicas que en cualquier empresa.
No son habituales los despidos en los museos de arte: tendrían que darse circunstancias gravísimas. Lo que sí suele suceder es que no se acuerden las renovaciones contempladas en las bases o que el director dimita por presiones políticas, a veces disfrazadas de “razones personales”.
En realidad, fijar una duración para estos contratos e incluso limitar las renovaciones puede entenderse como una ventaja no solo para los responsables políticos y órganos de gobierno de las instituciones, que tienen “ventanas” temporales para terminar pacíficamente con una relación que no funciona –y admito que seguramente tales decisiones son en ocasiones caprichosas y obedecen a intereses no confesables en público– sino también para los contratados, que se benefician de la ausencia de “drama” y pueden cambiar de rumbo sin que se cuestione su profesionalidad. A veces, cuando se anuncia la no renovación, hacen un poco de ruido, pero no tienen más remedio que irse.
Hay una excepción: el director del Museo del Prado. No hay duración de contrato establecida porque no hay contrato. Miguel Falomir tiene rango de Director General en el escalafón de la Administración General del Estado, lo cual tiene ciertas desventajas: al ser un cargo de designación política puede ser despedido en cualquier momento.
Es por esta razón por lo que no hubo concurso para suceder a Miguel Zugaza, aunque sí consultas con los grupos políticos por ser el Prado, desde 1995, objeto de un pacto parlamentario. Es una situación que sería conveniente corregir cuando llegue el momento.
Y a propósito del Prado, quiero recordar lo que dijo Zugaza cuando ya había anunciado su marcha y el Patronato del museo estaba trabajando en su sucesión: "no va a haber ningún vacío de poder. Siempre he querido mantener al museo alejado de las crisis, y no voy yo a abrir una". Borja-Villel podría tomar nota. Zugaza comunicó a la prensa que se iría el 30 de noviembre de 2016 pero permaneció en el despacho hasta el 17 de marzo de 2017, cuando se produjo el nombramiento de Falomir.
Vamos finalmente a revisar algunos concursos recientes en España, en fecha descendiente (los enlaces les conducirán a las bases publicadas) para comprobar qué duraciones marcan los contratos. Excluyo los museos estatales y aquellos con puestos de dirección reservados a los cuerpos de conservadores de museos. Y falta alguno pero ya se hacen con esto idea.
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Fundación Helga de Alvear, Cáceres. Abierto. Duración: cuatro años (sin mención de posibles renovaciones).
EACC, Castellón. 2021. Por licitación. Dos años, prorrogables en otros dos. Director: Carles Àngel Saurí.
MUSAC, León. 2021. Cuatro años prorrogable por otros cuatro años más como máximo. Director: Álvaro Rodríguez Fominaya.
MACBA, Barcelona. 2021. Cinco años con posibilidad de renovación, sin fijar límites. Directora: Elvira Dyangani Ose.
IVAM, Valencia. 2020. Cinco años, con posibilidad de renovación, como máximo, por otros cinco (previa presentación, por parte de la dirección, de un proyecto renovado para el nuevo periodo). Directora: Nuria Enguita. Al anterior director, José Miguel Cortés, no se le renovó el contrato (con excusas administrativas)
Es Baluard, Palma de Mallorca. 2019. Cuatro años, con la posibilidad de prórroga por dos años más. Finalizado el período de seis años, el contrato puede prorrogarse por años sucesivos. Directora: Inma Prieto. A la anterior directora, Nekane Aramburu, no se le renovó el contrato.
TEA Tenerife. 2019. Contrato “mercantil” con duración de tres años, y posibilidad de dos prórrogas de un años (cinco años en total). Director: Gilberto González. Fue un concurso recurrido.
Patio Herreriano, Valladolid. 2019. El contrato tendrá una duración de 4 años, prorrogable hasta por otros 4 años (el director deberá presentar un proyecto museístico renovado para el periodo de prórroga). Director: Javier Hontoria.
MARCO, Vigo. 2019. No encuentro las bases pero el Alcalde afirmó que sería director entre cinco y diez años (es decir, contrato de cinco años prorrogable una vez). Director: Miguel Fernández-Cid.
Muchos de estos directores accedieron al puesto por la no renovación de sus predecesores. Cuatro años, o cinco, es poco tiempo para consolidar una línea de trabajo. Pero ocho o diez parece un período de tiempo razonable.
Los quince del Reina Sofía pueden justificarse por las dimensiones nacional e internacional de la institución, aunque es ya un tiempo inusualmente largo. En cualquier caso, es muy conveniente que se establezcan límites. Y que se respeten.