El fogonazo de Leila Slimani
[caption id="attachment_1529" width="560"] Leila Slimani[/caption]
He leído con cierto retraso Canción dulce, de Leila Slimani (Rabat, 1981), Premio Goncourt 2016, segunda novela de su autora. Aparecida en marzo en Cabaret Voltaire, con excelente traducción de Malika Embarek López, acaba de alcanzar su quinta edición. Comprensible: es impresionante, magistral, dura, interpelante. Nos concierne, nos retrata. La vida de hoy, con crudeza.
Su estructura es hábil. Perfecta. En las primeras páginas se nos cuenta que dos niños pequeños, Mila y Adam -apenas un bebé-, han sido asesinados por Louise, su cuidadora, en el cuarto de baño de su domicilio, la casa de una joven pareja de profesionales de clase media, Paul y Myriam Massé. Myriam ha querido volver a su trabajo de abogada, y por ello se ha hecho necesario contratar a una niñera.
A partir de ahí, de ese breve comienzo abrumador, Slimani cuenta el desarrollo de la vida en la casa desde que Louise entró a trabajar en ella: cómo se convirtió en la niñera perfecta, cómo trajo la felicidad a los padres y a los hijos, cómo se hizo omnipresente, imprescindible y molesta, cómo se fraguó el proceso que llevó al desenlace que acabamos de conocer.
¿Quién es Louise?, ¿cómo es Louise?, ¿cómo ha sido y es la vida de Louise? Nadie parece estar muy interesado por Louise, la sirvienta. Slimani, sí. Con la mencionada habilidad para manejar la estructura de su relato –en los tiempos y en los espacios-, Slimani nos habla de la solitaria y patética vida de Louise en un cuchitril de barrio después de la muerte de Jacques, su rudo y agrio marido, y de la huida de su hija Stéphanie, una adolescente disfuncional e insatisfecha.
Canción dulce, limitándose a contar, cuestiona el generalizado modo actual de vida, el de las parejas profesionales con ambición de libertad, tiempo propio, dinero y éxito laboral que se separan a diario de sus hijos y los dejan en manos de Mary Poppins, como llegan a considerar Paul y Myriam a Louise. La maestría dramática de Leila Slimani consiste en no señalar culpables desde un punto de vista o una ideología prefijados. Señala hechos, muestra un estilo de vida bien reconocible. Que cada cual saque su conclusión. Louise y Myriam también son víctimas. Son dos retratos de mujer nada ajenos a los determinismos de sus respectivas clases sociales, en relaciones de poder, servidumbre y conflicto multilaterales, que les desbordan. El drama nace del desbordamiento, de que no hay orden feliz posible fundado en la insatisfacción y en un originario desorden beligerante.
Siempre que de un relato se conoce desde el principio su desenlace -anhelo que persigue el lector-, la plena satisfacción en la lectura ha de confiarse a lo genuinamente literario. Es el caso. Slimani nos adelanta el final, pero nos retiene con un estilo magistral -escenas y frases cortas-, con su pleno acierto en los detalles y en las descripciones realistas -a veces, brutales-, con sus atmósferas, emociones y climas, con su dominio de la evolución de los procesos psicológicos y de construcción de los personajes, incluyendo varios secundarios que suministran miradas y piezas rusientes al puzle. Con el tránsito pausado y pautado que va de la aportación e iluminación de las minucias de la cotidianidad a la creación del intenso y revelador fresco global. Con una poderosísima creación de verdad al rojo vivo: de la chispa al incendio.
Así se describe en sus inicios la todavía satisfactoria actividad de Louise en casa de los Massé: “Los trastos inútiles han desaparecido. Con Louise, nada se acumula, ni la ropa ni los cacharros sucios, ni las cartas que uno se olvida de abrir y encuentra de pronto debajo de una revista atrasada. Nada se pudre, nada caduca. Nunca descuida nada. Es meticulosa. Anota todo en una libreta con tapas de florecitas. Los horarios de la clase de danza, de la salida del colegio, de las citas con el pediatra. Anota el nombre de las medicinas que toman los niños, el precio del helado que les compra cuando les lleva al tiovivo y la frase exacta que le ha dicho la maestra de Mila.
Al cabo de unas semanas, ya no duda en cambiar las cosas de sitio. Vacía por completo los armarios, cuelga bolsitas de lavanda entre los abrigos. Coloca flores en los jarrones. Siente una serena satisfacción cuando, Mila ya en el colegio y Adam dormido, se sienta y contempla su tarea. El piso en silencio está íntegramente bajo su yugo, como un enemigo que pide clemencia”.
El yugo. ¿Cuál es el yugo, en qué consiste, quién lo impone y a quién afecta? Eso es lo que Canción dulce trata de averiguar poniendo los datos del drama a disposición del lector.