Los Watson (Nórdica) es una pequeña novela inacabada
de
Jane Austen (1775-1817). Se lee con total satisfacción
y aprovechamiento, ya que, si bien su trama no llega a
su completo desarrollo y desenlace, sí adquiere su pleno
significado, y más cuando el libro concluye con una nota
de
James Edward Austen-Leigh, sobrino y biógrafo de la
escritora inglesa, que desvela los planes que Austen tenía
respecto al destino final de los principales personajes.
Los Watson no tiene la envergadura de las, al menos,
cuatro obras maestras que Jane Austen publicó en vida:
Sentido y sensibilidad (1811),
Orgullo y prejuicio (1814),
Mansfield Park (1814) y
Emma (1816). Sin embargo,
participa esencialmente de sus constantes estilísticas
y temáticas: la ironía crítica y la fina observación a la
hora de describir las cuitas de mujeres con personalidad,
un tanto rebeldes, pertenecientes a la burguesía rural
británica, cuyo ambiente familiar -el único que conoció
en profundidad la escritora- se recrea magistralmente.
Emma Watson, la otra Emma de Jane Austen, es una
muchacha que regresa a su poco boyante hogar, tras
haber sido educada por unos tíos de posición más
desahogada, y tiene que enfrentarse a la problemática de
tantas heroínas de la autora: manejar su futuro personal
y económico por los inciertos vericuetos del amor y
del matrimonio. Jane Austen, que murió a los 42 años, permaneció soltera.
La chica es invitada a un baile ofrecido por una familia
más potentada, ocasión de oro para que oriente sus
pasos, al tiempo que es advertida de que será objeto
del acoso de un tal Tom Musgrave, galán depredador e
informal que ya ha causado estragos entre sus hermanas.
La inexperta Emma sabrá manejarse con más soltura y
habilidad de las previstas, lo cual no quiere decir que su
porvenir deje de ser incierto.
¿En qué consiste el porvenir de una muchacha de su
clase y de su tiempo? En casarse con un joven lo más
adecuado posible, lo cual significa que el candidato ha de
disponer de suficientes recursos económicos. No hay otra
salida para las mujeres que, en su tiempo, carecían de la
independencia que solo proporcionan una capacitación
profesional y un trabajo remunerado. El ambiente social
no les asignaba otro papel que el de esposas y madres
a buen recaudo, excepción hecha de la opción por la
soltería, cuidar de los viejos padres y de los hermanos
pequeños.
Elizabeth, hermana de Emma, le explica así su punto
de vista acerca de sus aspiraciones ante un horizonte
tan poco estimulante:
"Ya sabes que no tenemos más
remedio que casarnos. Yo me arreglaría muy bien sola;
con unos pocos amigos y un agradable baile de vez en
cuando me contentaría, si una fuera a ser siempre joven.
Pero nuestro padre no puede asegurarnos el porvenir, y es
muy triste envejecer, ser pobre y que se rían de ti".
La vejez, claro, es el gran inconveniente, el gran
fantasma. Y más para una mujer pobre y soltera. Así
era, hasta hace nada, el panorama que atisbaban
muchas mujeres excluidas, por una cosa o por otra, del
matrimonio, una solución y una condena. El mundo
ha cambiado. Las mujeres han cambiado. El mundo ha
cambiado a las mujeres y las mujeres han cambiado el
mundo.