En El ventrílocuo, Jaime Figueroa logra hablar con ocho o nueve voces distintas, tantas como los personajes que interpreta. Él no lleva la cuenta con exactitud, dice que “a veces soy una voz, dos, tres o toda una familia del Opus”. Armoniza dos o tres en cada historia que cuenta, añade pajaritos y ruiditos varios e, incluso, es capaz de cantar a la vez. Tranquiliza saber que esta soledad relativa no le ha generado trastornos de personalidad, aunque confiese que tiene una gran confianza en los psicólogos, tanta que incluso pregunta al inicio del espectáculo si hay alguno entre el público.
La programación de Primavera en el Price se abre con este espectáculo de Figueroa que estará hasta el domingo 26. Corran a verlo, es simpático, original, de factura impecable, resulta todo un descubrimiento para el neófito de la ventriloquía y una sorpresa para el que no ha pasado de Mari Carmen y sus muñecos y José Luis Moreno. Él se anuncia como el primer ventrílocuo en actuar en el Price, lo que a mi entender no deja en buen lugar a los gestores de este circo municipal que han tardado casi veinte años en programar uno. Figueroa los disculpa: “Es que era imposible, no había manera de encontrar ventrílocuos en este país”.
El desprecio de ciertas artes circenses en el pasado explicaría que hoy este artista brille casi en solitario en nuestro país. Hay que recordar que en los inicios del siglo XX los ventrílocuos todavía seguían compartiendo las barracas de feria con freaks como la mujer barbuda, las siamesas o el hombre gigante, hasta que encontraron refugio en los espectáculos de revista y variedades y en el cine. Pero esto no fue posible hasta la aparición de los micrófonos, que les permitió ir conquistando las pistas circulares y los escenarios de los teatros.
En nuestro país la televisión les dio bastante cuartelillo a partir de los años setenta del siglo pasado, oportunidad que supieron aprovechar Mari Carmen y José Luis Moreno, los dos con su tropa de muñecos. Este último llevaba el arte en sus genes, es sobrino de dos figuras del género, los hermanos salmantinos Felipe Moreno, polifacético artista que brilló con su mordaz loro Kiko en la primera mitad del siglo XX, y el Señor Wences, una de las figuras más importantes del género, que triunfó en Estados Unidos en el show de Ed Sullivan a partir de los años cincuenta.
Poner en valor la ventriloquía
El espectáculo de Figueroa se sale de lo trillado, no esperen ver al tradicional muñeco o dummy en gracioso diálogo con su manipulador. Está ideado para ofrecer otras formas de presentar este arte tan peculiar, como una suerte de antología de historietas originales de Figueroa, hábilmente dramatizadas con ayuda del director Rafael Boeta y el músico Gonzalo García Baz, que exploran otras morfologías escénicas. Estas se manifiestan en variadas maneras de presentar a los interlocutores imaginarios de Figueroa, y con el apoyo de canciones y música, original del pianista García Baz, que le acompaña en escena junto a la violinista Violeta Veinte.
“A los ventrílocuos del pasado se les recuerda por sus muñecos: Rockefeller, doña Rogelia… Yo me he salido de este guion, quiero poner en valor al ventrílocuo, por eso se llama así el espectáculo, mi intención es dignificar el oficio y ofrecer algo diferente”, explica el artista.
El espectáculo está tejido con buenos mimbres luminotécnicos, musicales y de construcción de marionetas. Es evidente que son muchas las fuentes de inspiración de Figueroa. Una de ellas es el citado Señor Wences, al que rinde homenaje en una historieta preciosa y simpatiquísima, inspirada en el teatro de sombras. El Señor Wences utilizaba su mano para construir frente a los espectadores el muñeco con el que interactuaba y Figueroa se acerca a recrear también muñecos con una gran habilidad y una simplicidad de medios e imaginación asombrosa, como por ejemplo, el primer diálogo en torno a Harry Potter.
No le van a la zaga ni su circo de pulgas en el que él ejerce como domador, ni su profunda conversación con el Príncipe de las Tinieblas en su pacto demoníaco, fabulosa también la conversación en humor negrísimo con el buitre, única marioneta que saca y que funciona espectacular. Y hay espacio también para la magia en un número paródico y la astracanada.
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Nada aquí está improvisado. Su figura negra contrasta en un extremo con una rubia y lacia melena que mueve con gracia para despeinarla, y en el otro, con acharolados zapatos acordonados con primorosos lazos amarillos. Se muestra cálido y chistoso, antes de que comience la función recibe al público en el patio de butacas. Además de sus habilidades con la voz, guarda más sorpresas artísticas: actor de cualidades cómicas y payasas, experimentado mago con muchas galas encima, baila un poco de claqué y canta unas canciones autobiográficas escritas a su medida por Rafael Boeta.
Canta él y cantan sus personajes y, en contra de lo que pueda parecer, no resulta más difícil cantar que hablar, según explica: “Tiene que ver con las habilidades cantoras de cada uno. Es llamativo que si uno está formado en canto lírico, obtiene un mayor volumen de voz si se ejercita en la ventriloquía”. Figueroa tiene espectáculo para rato y el público se lo agradecerá.
Ficha técnica
Reparto: Jaime Figueroa
Dirección: Jaime Figueroa
Texto: Rafael Boeta y Jaime Figueroa
Dramaturgia: Jaime Figueroa, Rafael Boeta y Gonzalo García Baz
Música: Gonzalo García Baz
Piano: Gonzalo García Baz
Violín: Violeta Veinte
Letra: Rafael Boeta
Coreografía: Sonia Dorado
Escenografía y diseño de personajes: Jaime Figueroa
Fabricación de magias y muñecos articulados: Alex Idealex
Producción: Naka Márquez