Juan Mayorga estrenó ayer Silencio en el Teatro Español de Madrid. Se trata de un espectáculo basado casi íntegramente en la ceremonia de su ingreso en la Real Academia Española (RAE) y en su discurso de aceptación, que versó sobre el silencio en el teatro y en la vida en general. Blanca Portillo, única intérprete de la obra, logra con su actuación extraer al máximo las numerosas posibilidades teatrales de este discurso y ofrecernos una magnífica velada teatral.
En mayo de 2019 yo estaba entre el público del salón de actos de la Real Academia que asistió a la ceremonia de recepción de Juan Mayorga, cuando dijo su discurso prácticamente de memoria y sin apenas leer el texto. El de ingreso es un ceremonial solemne y reglado desde hace más de dos siglos, en el que todos los académicos, vistiendo frac y sus joyas distintivas, ocupan su lugar asignado para recibir al nuevo miembro. Se permite que también asistan invitados. En su hermoso discurso, Mayorga ya indicó al comienzo lo teatral que todo le resultaba: "La situación es tan teatral que al anticiparla con su fantasía y temiendo estropearla, quien escribió estas palabras, pudo sentirse tentado, mientras las preparaba en soledad, de pedir, como acostumbra, a un intérprete que las pronunciase en su nombre". Y luego continuó: "Es muy probable, sí, que quien ahora lee o finge leer estas palabras no sea el que las escribió sino un representante".
Hasta tal punto él tenía prefigurada la ceremonia como un acto teatral que finalmente ha terminado llevándola al teatro, ante el público, y creo que justamente por eso la obra resulta tan efectiva. Pero en esta traslación de la Academia al corral de comedias, ¿qué ha cambiado realmente entre aquel ritual honorífico y la obra a la que ahora asistimos? El contexto obviamente: ahora se representa en un teatro a la italiana ante un público y, sobre todo, que el conferenciante ha sido sustituido por un cómico que interpreta varios personajes.
El texto apenas ha sufrido modificaciones, sí ha incorporado algunas frases, pero manteniendo lo sustancial. Y la escenografía evoca una disposición parecida a la del salón de actos de la RAE: en el centro del foro cuelga el marco de un cuadro vacío donde se nos dice que está Cervantes (como en la RAE); debajo hay una mesa presidencial con sillas también vacías como las que se han dispuesto a los lados, ocupadas por imaginarios académicos.
Palabras y espacio son solo una parte de la transformación, porque lo que realmente vuelve dramático este discurso es la actriz. Y aquí el autor y también director ha tenido la suerte de contar con una versátil y entregada Blanca Portillo que con su entonación, sus gestos, sus movimientos y sus silencios logra multiplicar y darle nuevos significados a las palabras. Logra también que deje de hablar Mayorga para que sean una galería de personajes los que lo hacen por su boca.
Blanca Portillo se nos presenta vestida con frac y zapatones acharolados y sutilmente adopta con sus pies la posición en tres menos cuarto que nos recuerda a Chaplin. Dice su discurso, primero dirigiéndose a los académicos imaginarios, como un clown, adoptando formas gesticulantes exageradas, y suelta alguna ironía sobre la institución, mientras va repasando las diferentes formas que adopta el silencio. Cita la pieza 4'33" de John Cage para hacer un experimento, va a estar callada frente al público durante el mismo tiempo: cuatro minutos y treinta y tres segundos. ¡No creo que nunca se haya utilizado en el teatro un silencio tan prolongado durante el parlamento de un actor! Dura muchísimo más que el revolucionario acorde final de A Day in the Life de los Beatles, pero en vez de poner punto final como hace la canción, a partir del silencio el ritmo de la obra cambia y la actriz pasa a dirigirse al público de forma más emotiva, dejando un poco de lado a los imaginarios académicos.
Es cuando se desdobla en actriz y confiesa que el autor llegó el día de antes para pedirle que leyera el discurso y ella, que llevaba más de ocho años sin subirse a un escenario, aceptó por necesidad y por amistad. Se resiste a decir los fragmentos del discurso más eruditos e indescifrables, porque ya advirtió al autor que quería eliminarlos. Ella lo que quiere es contarnos su experiencia como actriz, qué significa representar un texto a diario para un actor, repetirlo y repetirlo. Los autores de teatro escriben los silencios y luego los actores los improvisan, nos cuenta.
En la última parte la actriz representa breves escenas de obras que Mayorga cita en su discurso a modo de ejemplo de modos distintos de hacer y decir silencio: Antígona, La casa de Bernarda Alba, Woyzeck, El gran Inquisidor, La vida es sueño, Tres hermanas… Termina con Hamlet y su célebre frase final "el resto es silencio". Portillo lleva más de una hora y media en el escenario, sus amplios registros interpretativos y su gran dominio de la escena hacen que parezca fácil su actuación. Verla teatralizar el silencio como hace aquí es realmente magnífico.