Mañana es el último día para ver Centenario Antonio Ruíz Soler por el Ballet Nacional de España (BNE), solo cuatro días en el Teatro Real de Madrid de los que uno no se pudo ofrecer la función por la huelga de técnicos. Ya apenas quedan entradas, de manera que es difícil ver esta maravilla de antología de la danza española de uno de sus más completos y audaces coreógrafos -Antonio (1891-1926)-. La bailarina y coreógrafa Maria Rosa ha escrito que el Ayuntamiento de Madrid debería dedicarle una calle en la capital al bailarín, pero ni siquiera los teatros públicos lo programan como se merece.
No dejo de insistir en los incongruentes calendarios de las carteleras de los teatros públicos madrileños. Qué falta de consideración al público y qué dispendio invertir importantes sumas en espectáculos de gran calidad para que luego tengan un recorrido tan escaso. La dinámica de las instituciones culturales públicas es convertirlas en instituciones gremiales para satisfacer, ante todo, no el interés de los espectadores, sino el interés de los profesionales que viven de ello. Y así políticos y gremio acaban justificando esta dinámica perversa en que solo ellos conocen el interés de la cultura pública. No sé si se dan cuenta de que cuando se elimina al público de la actividad estatal de la cultura el resultado es que siempre somos los mismos los que compartimos el patio de butacas y que el boca a boca deja de tener eco.
Si este espectáculo del BNE estuviera un año en la cartelera de un teatro madrileño, apuesto a que estaría lleno todos los días. Es algo único, bailado por una compañía con un extraordinario nivel técnico y artístico y de una versatilidad como solo la danza española exige: no solo por los distintos estilos que integran el género (bolera, flamenco, estilizada, folclore) y la forma física que se necesita, sino porque el bailarín o bailarina de danza española es también un músico percusionista ya sea con castañuelas, tacones o palmas, lo que añade más complejidad a su labor.
Esto podemos observarlo en el espectáculo, a la vez que comprobamos el profundo conocimiento de la danza que tenía Antonio y su ambición coreográfica. Se puede ser buen bailarín, pero coreografiar es otro empeño y Antonio era bueno en todo. El programa que ha elaborado Rubén Olmo, director del BNE, es variado y ameno y mantiene un equilibrio entre los diferentes estilos de las piezas seleccionadas. Se nota tanto el mimo que ha puesto como el estudio en profundidad que hay detrás de sus coreografías, pero también de su faceta cinematográfica.
Sus películas han sido fuente de inspiración para el equipo del BNE, como por ejemplo el poderoso martinete con el que se abre Estampas flamencas, única pieza moderna coreografiada por Olmo y Miguel Angel Corbacho y que recuerda la estructura de los espectáculos flamencos tal y como Antonio los concebía. Como se sabe, el martinete era una copla que no se bailaba hasta que Antonio lo hizo en la película Duende y misterio del flamenco, de Neville; a ella han recurrido los coreógrafos para ofrecernos uno de los números más impactantes, misteriosos y bellos del espectáculo, con el cuadro flamenco al fondo y con el bailarín principal Francisco Velasco acompañado por un cuerpo de baile exclusivamente masculino que está soberbio.
El programa se abre con una pieza complejísima de escuela bolera, las Sonatas con música del Padre Antonio Soler, que no se representaban desde su estreno en 1982, y que es muy vistosa. Es una coreografía metateatral, ambientada en la corte de los Austrias, en la que Antonio dispone un público cortesano que asiste a la representación en una estancia palatina, vigilada por alabarderos con los que desarrolla disposiciones geométricas. Los bailarines danzan según el ballet clásico, son las bailarinas las que muestran la preciosidad y dificultad de su danza bolera, que al estilo de Antonio se distancia de la original: braceo acusado con codos altos, saltos, giros y cabriolas y, por supuesto, uso de las castañuelas o palillos acompañando puntualmente a la orquesta que dirige Manuel Coves. Débora Martínez estuvo magnífica, pero también Miriam Mendoza y Estela Alonso, demostrando las tres un gran dominio del estilo de danza.
Vito de Gracia revive el Antonio pareja de Rosario, y Olmo nos los trae a la corbata del escenario con el telón bajado, de manera que la pieza cobra una mayor teatralidad. Es divertida, porque José Manuel Benítez recrea con un toque la personalidad y el carácter impetuoso de Antonio y hace estupendo dúo con Irene Tena, que encarna a Rosario. Al parecer, el baile procede de la película Hollywood Canteen y está muy bien traída la despedida del escenario que hace Benítez, arrancando aplausos como resistiéndose a abandonarlo.
Esta primera parte se cierra con Estampas flamencas, al que ya me he referido, que sigue la secuencia de los palos zorongo, martinete, taranto y caracoles. En estos dos últimos brillaron dos bailarinas, que mueven la bata de cola con sensualidad y dominio, Inmaculada Salomón y Noelia Ruíz.
De la segunda parte del programa destacó el célebre zapateado de Sarasate, una de las joyas de su repertorio y virguería del taconeo flamenco en la que volvió a lucirse José Manuel Benítez, y la Fantasía galaica, colorista coreografía de 1956 en la que estiliza las danzas del folclore gallego como la muñeira y que en algunos momentos trae un aroma de musical americano, quizá debido a la música de Ernesto Halffter.