El pasado día 30 La Tristura por fin estrenó su montaje, previsto para el mes de abril, y al que ha puesto título tan oportuno para estos tiempos como Renacimiento. Era un ensayo para prensa, al que asistimos convenientemente “protocolizados” en los Teatros del Canal, el único espacio abierto en Madrid, y me dicen que en Europa. Renacimiento se ve bien, respira juventud, tiene esa ligereza de las cosas sencillas, de las cosas que pasan como si nada, hasta su profundo mensaje -el de que los tiempos están cambiando- parece intrascendente.
La obra mantiene un tono lírico que potencia la música, planos visuales estéticamente hermosos y situaciones que suceden a un ritmo deliberadamente tranquilo. No sabría decir exactamente de qué trata la pieza, son varios los asuntos por los que pasa, pero sí hay un hilo conductor que es el teatro como espacio de resistencia y de cambio, y una filosofía que es la de vivir de frente, buscando las mejores cosas posibles y en comunidad. La escena final, muy potente y punto álgido del espectáculo, en la que un numeroso grupo de mujeres baila la canción "People’s Face" de la poeta inglesa Kate Tempest, concentra y resume esta filosofía, un canto con evocaciones del célebre himno protesta "The times are a changing" de Bob Dylan.
Como ya acostumbra la compañía, todo el equipo firma la obra: Celso Giménez, Violeta Gil e Itsatso Arana. Siguen un planteamiento ingenioso, un ejercicio metateatral que muestra el desmontaje y el montaje de una obra teatral pero desde la perspectiva del equipo de iluminación, que lo hace más novedoso. Cada una de las etapas teatrales se equipara con un episodio de nuestra reciente Historia, desde 1975 hasta nuestros días, aunque la naturaleza de lo contado nada se parezca a una crónica histórica, afortunadamente, y sí a una puesta en escena casi coreográfica trenzada con diálogos y situaciones cotidianas.
La disponibilidad de medios ha permitido a La Tristura emplear a casi treinta actores. Aplaudo su arriesgada puesta en escena, con planos generales que abarcan y aprovechan la enorme caja escénica de la sala verde de los Teatros del Canal. El equipo crea panorámicas en los que integra muchos personajes, que se mueven como una coreografía (me recordó 10.000 Gestes de Boris Chamartz, salvando las distancias), y dentro de las cuales se insertan diálogos teatrales humorísticos que hablan de amor y relaciones de pareja, de padres e hijos, muy divertida la anécdota de Franco, de la soledad y del tiempo, del combate y la protesta en los nuevos tiempos como la escena de la asamblea de los trabajadores del teatro, y del renacimiento que necesitamos tras este episodio sanitario que vivimos.
Con este montaje La Tristura muestra madurez y dominio para armar en escena un relato dramático original, bien contado, que entretiene y a la vez testimonia el momento crucial que vivimos. Olé a Cecilia Molano por ese bonito telón de inspiración japonesa, a Carlos Marquerie al frente de la iluminación, y a Adolfo García en el sonido. Ir al teatro protocolizada, con la máscara, en aforos reducidos y separados de otros espectadores, sin poder abrazar y hacer corrillos con los conocidos, produce una sensación extraña, pero vale la pena si es para ver espectáculos como Renacimiento.