El sueño de la vida ha sido anunciado como una de las grandes producciones teatrales de la temporada madrileña.Ya la foto de la presentación pública del espectáculo tenía un aire oficial, parecía una de esas pinturas pobladas de personajes que escenifican la firma de un tratado de paz: los responsables políticos culturales de las distintas administraciones madrileñas arropados por el equipo artístico de la obra. Y también el estreno en el Teatro Español contó con la presencia del ministro de Cultura el pasado jueves. Pocos como Lorca para concitar a la derecha y la izquierda en este país.
Fue la Comunidad de Madrid quien encargó a Alberto Conejero (Vilches, Jaén, 1978) el añadido a Comedia sin título; y hay que reconocerle coraje al autor por medirse con uno de nuestros grandes dramaturgos poniéndole fin a una obra de la que sólo nos ha llegado el primer acto. Conejero, sin embargo, prefiere presentar su labor como un “diálogo entre lo que fue y lo que no pudo ser”.
Con una obra literaria no ocurre lo mismo que con una obra arquitectónica a medio hacer como, por ejemplo, la Sagrada Familia; uno se encuentra con un mastodóntico edificio semiconstruido y no le queda más remedio que rematarlo; que le pregunten a Esperanza Aguirre por los Teatros del Canal. Pero ponerle punto y final a una obra literaria es más… caprichoso, tiene más de experimento publicitario para el teatro que lo produce, porque cuando alguien quiera volver a representar este texto del granadino, ¿recurrirá al texto de Conejero o solo será fiesta de un día?
La producción dura una hora y media y Lluís Pasqual firma la dirección, -la segunda vez que monta este título, lo estrenó en 1989 en el Centro Dramático Nacional. Su criterio ha sido claro: distinguir qué pertenece a Lorca y qué a Conejero. La Comedia sin título de Lorca se desarrolla en el patio de butacas, como ya hizo en su primer montaje, y siguiendo al pie de la letra las acotaciones del autor, y como en aquella ocasión también rescata para esta la palabra grabada del poeta, que al oírla en el patio de butacas produce una brutal evocación de su presencia.
Lorca escribió este texto en 1936,en el ambiente previo a la Guerra Civil (y a su inminente asesinato), y en él se pregunta por el valor del arte y su función social y su relación con la vida. El personaje Autor (que aquí encarna Nacho Sánchez) está en un teatro, pero ese día decide negarse a representar la fantasía de Sueño de una noche de verano como estaba prevista, cree que lo que está ocurriendo afuera en la calle, los conflictos sociales, exigen que el teatro se implique, que enseñe un “pequeño rincón de la realidad”. Les hará una “encerrona” a los espectadores, dejará que las puertas del teatro se abran a la revolución y esta, pistola en mano, alcance el escenario y acabe destruyendo los propios muros de ese teatro.
La obra se puede ver casi como un monólogo del autor en el que reflexiona con lenguaje poético sobre asuntos que de manera alegórica representan el resto de los personajes que van apareciendo; estos son los trabajadores y espectadores del teatro, pero también los actores que iban a representar Sueño de una noche de verano, lo que permite un juego metateatral entre la realidad y la fantasía. Un texto vanguardista si pensamos en la época en que fue escrito.
Respecto a El sueño de la vida, el texto que firma Conejero, transcurre en el escenario. El título está rescatado del que se cree que Lorca iba a ponerle a su comedia, inspirado en La vida es sueño. La forma y el tono de la pieza de Conejero guarda coherencia estilística con la de Lorca, tiene su inspiración poética, lo que no es poco.
Pero en su opción argumental no ha podido evitar hacernos su relato del conflicto guerracivilista llevado al arte: Los personajes están encerrados en las ruinas del teatro, mientras afuera la última partida de revolucionarios está siendo aplastada por las fuerzas reaccionarias. El teatro es una trinchera, y los personajes que lo habitan también toman partido entre revolucionarios y fascistas; los primeros, representados en personajes como el Autor o el Estudiante, defienden un teatro comprometido con la revolución, que es el auténtico, frente a los segundos, trazados algunos con un esquematismo de parvulario como el Espectador 2 (Sergio Otegui),un belicista, amante de la caza, católico, machista y maltratador, asesino, y por supuesto, declarado enemigo del teatro y de la cultura. Buenos y malos.
En la segunda parte las escenas a lo sumo las protagonizan tres o cuatro personajes, lo que obliga a que el numeroso elenco de 16 actores más dos músicos permanezca la mayor parte del tiempo como observadores de lo que sucede. Hay veces que el ritmo se resiente. Si en la primera parte oímos la voz del poeta, en esta Pasqual ilustra la ilusión revolucionaria con la proyección de una película del entierro del anarquista Durruti.
Del elenco, magnífica Emma Vilarasau en su personaje de primera actriz, actuando en dos estilos interpretativos claramente diferenciados según sea su personaje: cuando hace de Titania, Lady Macbeth, amante del director… se pone trágica y recuerda a una popular dama de la escena, frente a una interpretación desnuda y sin adornos cuando habla de ella misma, y que remata con un potente monólogo en el que se quita todas sus máscaras. Destaco también a los veteranos Luis Perezagua en el surrealista personaje de El Leñador, a Sergio Otegui como el despreciable reaccionario Espectador 2, y a Antonio Medina, extraordinaria voz y extraordinaria presencia para su personaje de empresario del teatro.