[caption id="attachment_2028" width="560"] Lluís Pasqual[/caption]
La dimisión de Lluís Pasqual al frente del Teatre Lliure de Barcelona viene recibiendo muchas lecturas en los medios. A mí me parece el acto final de un típico proceso de acoso y derribo impulsado por grupos que tienen estatus legal, político y mediático privilegiado. En este caso, la jauría de acoso es de ropaje feminista y la puntilla la ejecuta un comité de empresa. Digo “típico proceso” porque es cada vez más común y cada vez más efectivo.
El proceso se inicia con la denuncia privada, es decir, en redes sociales y no en la policía o en el juzgado, de hechos que generalmente tienen tres características:
a) Supuestamente ocurrieron hace mucho tiempo, por lo que tienen escasas posibilidades de ser realmente contrastados en procedimientos con garantías mínimas de objetividad.
b) Los supuestos hechos no constituyen delito o falta alguna pero hirieron la “especial” sensibilidad del denunciante, o la especial sensibilidad del colectivo que el denunciante se atribuye defender o representar. Es decir, que la “herida” solo es relevante si el sujeto o colectivo supuestamente herido es “especial”.
c) Esa denuncia se propaga como la pólvora en las redes sociales entre los grupos de “esa” especial sensibilidad y al poco tiene cabida en los medios de comunicación, e incluso resonancia entre sindicatos y partidos políticos. Y todos ellos se proclaman defensores de estos grupos “especiales”.
Y así, de la nada, nos encontramos de pronto con una sensación de escándalo monumental, de ruido ensordecedor, de insultos, de ambiente irrespirable…
Pasqual, director del Lliure desde 2011 y uno de sus fundadores, acababa de renovar su contrato con el apoyo casi unánime, -solo un voto en contra-, del patronato de la Fundación Lliure. Esta renovación era por dos años y él se había comprometido a modificar un punto de los estatutos de la Fundación para que su sucesor se eligiera por proceso de selección público. El 29 de junio presentó la temporada 2018-19, y en esa misma rueda de prensa hizo público que había renovado su contrato. Pero…
Dos días después, el 1 de julio, Andrea Ros, una joven actriz que había trabajado en la Kompanya Lliure (la formación de jóvenes actores del teatro) durante dos años, cuelga un largo post en Facebook en el que acusa al director de comportamiento infamante. Antes de dar cuenta de las acusaciones, habla de sus profundas y comprometidas convicciones ideológicas: "el feminismo y la sororidad me han empoderado profundamente” y, ahora, “cuando me piropean por la calle, planto cara con la seguridad de tener miles de mujeres detrás que me animan a cambiar las cosas”. Y termina pidiendo “algún joven al frente de un barco como este” (se refiere al Teatre Lliure) y “mujeres, necesitamos mujeres, exceso de mujeres, porque el teatro ha de ser feminista”.
Entre medias dice más cosas: que su experiencia con Pasqual (con quien solo había trabajado en Rei Lear y en una dramatización) había sido dolorosa: “me ha gritado, ridiculizado y puesto en evidencia, y lo ha hecho impunemente”; y que con solo 20 años tomaba Trankimazin “para poder hacer una previa, temblando, fumando entre lágrimas y sollozos, espantada …”. Cuando la he localizado para que precisara cómo ocurrieron los hechos, ha declinado hablar.
Solo era cuestión de días que apareciera un colectivo feminista que diera refugio a la actriz y proyección a sus declaraciones: Dones i Cultura, una asociación con 2.638 seguidores en Twitter y, según dicen sus portavoces, con 800 socias. En su comunicado del 11 de julio pide la dimisión de Pasqual e insiste en sus “prácticas abusivas”, lo califica de maltratador y déspota. Las redes y los medios de comunicación catalanes le dan gran difusión y la bola gana velocidad de rodamiento y grosor.
Pasqual intenta contrarrestar el ataque con un manifiesto de apoyo suscrito por célebres artistas y profesionales, con nombres y apellidos, que han trabajado con él y que niegan esas acusaciones. Pero en las redes y en algunos medios se pretende invalidar ese testimonio alegando que la mayoría pasa de los 50 años.
El 13 de julio el comité de empresa, dominado por CCOO, propone a la asamblea de trabajadores que el Lliure contrate una empresa de coaching para realizar una encuesta de riesgos psicosociales de los trabajadores (que no es el legal Informe de Riesgos Laborales). O sea, una treta para hacer causa común con Ros y las feministas de Dones i Cultura. La asamblea lo aprueba y su decisión también encuentra gran eco en los medios.
A la vuelta de sus vacaciones, Pasqual sorprende a propios y ajenos. En la carta de dimisión que envía el 31 de agosto a Ramón Gomis, presidente de la Fundación del Teatro, afirma que la consecuencia grave de lo que empezó como una calumnia en las redes, y que se tornó en debate público en el que se mezclaron muchas cosas, es que “se ha contaminado el equipo humano del Lliure y se ha convertido en un debate interno”. Y añade que sin el pleno apoyo del equipo no puede continuar.
Lluís Pasqual es un director de escena extraordinario, de los mejores, he visto de él espectáculos fabulosos. No es por eso por lo que le apoyo, sino porque sé que en estas situaciones el sometido al acoso y la persecución difícilmente puede defenderse y padece un calvario personal. Me hubiera gustado, no obstante, que no hubiera dimitido, que hubiera contraatacado. Cada vez que un sometido al juicio sumarísimo de una jauría pide humildemente disculpas o accede a sus exigencias, esta se enaltece con la facilidad de sus triunfos.
Ayer fue Lluís Pasqual, mañana será cualquier otro, con independencia de sus pasadas credenciales.