Óscar, medicina para el espíritu
[caption id="attachment_1869" width="560"] Yolanda Ulloa en Óscar o la felicidad de existir[/caption]
Juan Carlos Pérez de la Fuente ha rescatado un antiguo texto que estrenó en 2005 de Éric-Emmanuel Schmitt, versionado para la escena por Juan José Arteche: Óscar o la felicidad de existir. Una obra para una actriz, que tras un mes de su estreno prorroga su estancia en la sala Arapiles debido a la buena acogida de público que está teniendo. Yolanda Ulloa es la única protagonista, pero se multiplica en varios personajes y conduce la función con emoción y ternura hasta provocar en el público un efecto catártico.
No es fácil en estos tiempos en los que las dramaturgias de nuevo cuño tienden al narcisismo y la visión agria de la existencia poner en pie un texto de tono humanista, que habla del sentido de Dios y de la muerte. Schmitt lo hace a través del personaje del niño Óscar, aquejado de una leucemia terminal, que vive en un hospital junto a otros amigos enfermos (como en la película Planta 4), y que recibe la milagrosa visita de Mami Rose, una voluntaria excéntrica dispuesta a explicarle a él, un niño sin referencias espirituales ni morales, el sentido de la vida y la utilidad de la religión para encontrarlo.
Hay que advertir de que no hay proselitismo ni moralina en la pieza. Todo lo contrario, Schmitt tiene una sencilla manera de escribir, capaz de explicar asuntos trascendentales de forma inteligible y delicada, desde la perspectiva de un autor interesado en indagar sobre cómo incide la religiosidad en el hombre. Y en este sentido, la pieza ofrece momentos magníficos, como por ejemplo la explicación que ofrece Mami Rose a Óscar sobre la crucifixión de Jesús o la célebre carta 12, en la que Ulloa consigue emocionarnos con un monólogo sobre el misterio de nuestra existencia.
Tampoco estamos ante una obra didáctica sobre el cristianismo. El autor ha escrito una pentalogía sobre las religiones -en España se han estrenado dos: ésta e Ibrahim y la flores del Corán (sobre el islam), y tiene otras tres dedicadas al judaísmo, al budismo y al zen- y lo ha hecho interesado en conocer, en una época presidida por el relativismo moral, cómo inspiran las religiones al hombre, pues considera que estas son una especie de arquitectura invisible que se erige en las vidas de los hombres, sean de la cultura que sean. El autor, antes de consolidarse como una gran escritor en el país vecino, fue profesor de Filosofía, y ha explicado que los niños son los protagonistas de todas las obras de su pentalogía porque en su opinión son "los filósofos por excelencia, se asombran, cuestionan y reflexionan. Cuando llegamos a adultos creemos poseer respuestas y dejamos de ser filósofos".
En su vuelta a los escenarios Pérez de la Fuente ha sorprendido con una hermosa obra, un monólogo de gran sencillez en su forma, pero con un argumento de calado. La puesta en escena está al servicio de Yolanda Ulloa, que hace un trabajo soberbio, multiplicándose en varios personajes: Óscar, Mami-Rose, narrador, amigos de Óscar... en tono medido, sin caer en el sentimentalismo y, sobre todo, transmitiendo al público un sentimiento liberador, que llega al corazón, a pesar del dramático destino del personaje. Solo hay que detenerse a leer los mensajes que el público deja escritos en la pizarra que hay en el vestíbulo.