[caption id="attachment_1778" width="560"] Àlex Rigola, Luis Bermejo e Irene Escolar durante un ensayo de Vania[/caption]
Antes era costumbre entre los niños reunir gusanos de seda en una caja de zapatos. Agujereábamos la caja para permitirles respirar, les poníamos hojas de morera de comida y cada día pasábamos un rato observando a estos bichos cómo deglutían las frescas hojas e iban engordando, cómo tejían con finísimos hilos de seda el capullo amarillo donde se encerraban hasta transformarse en crisálida, reproducirse y culminar poco después su ciclo de vida. Ayer me vino este recuerdo tras ver Vania, el espectáculo dirigido por Àlex Rigola en los Teatros del Canal, del que salí trastocada. Un montaje muy, muy singular, intimísimo,directo al corazón, de una pavorosa humanidad.
El dispositivo escénico de Rigola (diseñado por Max Glaenzel) también es una caja, pero de madera, y en ella caben cuatro actores y 60 espectadores. Cuando entramos en ella los actores ya nos esperan allí, y ayer, día del estreno, incluso el propio Rigola saludaba en la puerta de la caja; los actores comienzan a hablar, a mirarnos a los ojos, la proximidad es casi obscena y, sin embargo, de una sorprendente naturalidad. Para dinamitar todavía más los límites entre realidad y ficción, los personajes se llaman como los intérpretes: Luis Bermejo, Gonzalo Cunill, Irene Escolar y Ariadna Gil. Louis Malle empleó un recurso parecido en su película de Vania en la calle 42, cuando la cámara sigue a los actores por la calle o saliendo del metro, entrando en el teatro ruinoso para iniciar el ensayo de la obra y, cuando nos queremos dar cuenta, están hablando con palabras de Chéjov.
La versión de Rigola no ha respetado la literalidad de Tio Vania, es una obra completamente nueva a partir del texto de Chéjov, contemporánea en su lenguaje y en su forma. Se titula exactamente: Vania (versión libre de la obra de Chéjov). Sí es fiel al espíritu del original y a la intimidad que transmite, al retrato de los personajes y a su dolorosa existencia. Rigola ha seguido un proceso de despojamiento, de ir a la médula de los conflictos de los cuatro personajes fundamentales del texto -Tio Vania, el doctor Astrov, la sobrina Sonia y Yelena-, respetando lo que en mi opinión hace de Chéjov grande entre los grandes, y tan actual como cuando estrenó esta pieza, en 1899: la conciencia de lo que es nuestra existencia cuando el tiempo va pasando y el sentimiento de la muerte toma posiciones; nuestra frustración cuando la vida no es la que soñamos, la monotonía se instala y ni siquiera el amor nos puede salvar.
Y el director también ha respetado algo esencial en Chéjov: el cariño, la dulzura y el amor con el que el autor trata a sus personajes, la misericordia con la que los protege de su amarga existencia. Chéjov era misericordioso con el ser humano y Rigola también habla de ello.
En mi opinión, la versión y dirección es buena, pero estos cuatro actores la potencian: ya hablen o simplemente escuchen a sus colegas, nos descubren su intimidad de forma generosa. Luis Bermejo es un Tío Vania con trazas cómicas, amigo de sus amigos, inocentemente enamorado de Ariadna, un hombre común, tierno, al que la vida se le ha escapado… veo el rostro de Bermejo con pinceladas de clown, delicioso cuando se come las flores, hasta el momento de su gran escena con Ariadna, cuando conoce la propuesta del profesor de vender la propiedad, en el que su ira y enfado le dan suexacta dimensión trágica.
Gonzalo Cunill es un hombre magnético e interesante, del que todas se enamoran, y también es un idealista embarcado en el ecologismo. Preciosa escena la que le explica a Ariadna cómo se han ido reduciendo los bosques y las especies, y poético el recurso de emplear los dibujos que forma la madera de los paneles que cubren las paredes para imaginar mapas. Tiene otros grandes momentos, cuando desenmascara a Ariadna y le pide escapar juntos.
Ariadna Gil da muy bien el personaje de Yelena, esa bella y joven mujer cobarde, aburrida y angustiada, que se niega a dejar a un viejo maridoy una vida apática para correr una pasión con Cunill. Esa mujer que pide amigos. Transmite naturalidad, dulzura, miedo y tristeza. E Irene Escolar es la joven Sonia, demasiado guapa para ser rechazada por Cunill, demasiado joven para condenarse a una vida monótona y sin amor y malgastar su tiempo con su tío. Su escena final es magnífica, me produjo un nudo en la garganta, cuando con lágrimas en los ojos nos dice que “simplemente debemos seguir viviendo”.
Solo actores-personajes viviendo ante nuestras narices, y los espectadores, al menos yo, con ellos. Las luces permanecen fijas durante toda la obra, sin cambios. No hay vestuario ni maquillaje. Y como único elemento decorativo pegado malamente en la pared un recorte en papel del profesor Tornasol (de Tintín), en alusión al torpe y pretencioso marido de Ariadna. En un momento de la obra Ariadna escribe también en la pared: "El profesor se está muriendo", y Bermejo la complementa al final de la obra fechándola con "2017". Sí, un Vania de nuestro tiempo.