Dos cautivadoras comedias de amor
[caption id="attachment_1749" width="560"] Escenas de la vida conyugal[/caption]
Dos comedias, dos títulos muy alejados en el tiempo, dos obras de entretenimiento en las que el amor es el gran victorioso. Ricardo Darín lleva varias semanas en los Teatros del Canal con Escenas de la vida conyugal, obra que vuelve por segunda vez a este espacio y que el actor lleva haciendo desde 2013; la obra ha agotado las entradas, termina el próximo día 22 y luego viajará a Bilbao y Barcelona. Por otro lado, el Teatro de la Comedia ha estrenado La dama duende, deliciosa comedia de Calderón cocinada con ritmo y buen gusto y estupendo elenco.
El seductor temperamento de Darín convierte la pieza de Bergman sobre las interioridades de un matrimonio en una composición humorística y realista que evita el melodrama. Darín es de esos extraordinarios actores cuya personalidad es capaz de fundamentar una obra, de hacerla crecer, ganar naturaleza y consistencia. De manera que viéndole actuar tendemos a confundir al personaje que interpreta con él mismo. Casi desde el primer momento que aparece y nos dice con su acento argentino la acotación en la que va a transcurrir la escena que vamos a ver, caemos, al menos yo, rendidos a su encanto. En escena le acompaña Andrea Pietra, que compone también un personaje simpático y veraz, el de una esposa enamorada de fino e inteligente temperamento, gracia e ironía.
Como es sabido, esta pieza de Ingmar Bergman fue escrita inicialmente como miniserie de televisión protagonizada por Liv Ullman y Erland Josephson y fue tan grande el éxito que obtuvo que luego fue traducida al cine y finalmente el mismo autor hizo su versión teatral. En España se ha hecho con el título de Secretos de un matrimonio, y como indica nos presenta las historias domésticas de un matrimonio a lo largo de poco más de media docena de escenas. La versión de esta producción está firmada por Fernando Masllorens y Federico González del Pino y la dirección de escena es de la actriz Norma Aleandro.
Se dice que los buenos y prolongados matrimonios rara vez dan para una obra, los que funcionan en la ficción son los que nos cuentan su fracaso. La evolución de esta pareja a lo largo de 20 años es la médula de la obra y lo que también gradúa el interés del trabajo interpretativo. La pieza transcurre desde la juventud del matrimonio, cuando ellos se aman y hay armonía; atraviesa el momento crítico, cuando se separan; y llega hasta el feliz desenlace, cuando han rehecho sus vidas por separado pero siguen queriéndose. Una lección de vida en la que es fácil sentirnos identificados.
[caption id="attachment_1750" width="560"] La dama duende[/caption]
Por otro lado, la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha rescatado una de las piezas más representadas de , La dama duende, que nos muestra un Calderón muy alejado de la gravedad de sus tragedias. La directora Helena Pimenta hace un uso proporcionado de los elementos escénicos, con una elegante escenografía de Esmeralda Díaz, que resuelve de manera sencilla el artilugio de tramoya que sustenta el enredo de la obra (la alacena-armario). El montaje mantiene una coherencia conceptual y visual en torno a la figura fantasmagórica – la protagonista- gracias a un vestuario inspirado y al servicio de este concepto (Gabriela Salaverri), la iluminación etérea y apastelada (Gómez-Cornejo) y las danzas incardinadas en la acción (Nuria Castejón).
Estamos ante un brillante texto, un embrollo magistralmente construido, que soporta lo que le echen. Únicamente me pregunto por qué Pimenta, que ha encargado la versión a Álvaro Tato, decide trasladar la acción al siglo XIX, como ya hizo José Luis Alonso en su versión también para la CNTC de 1990. Supongo que el XVII es una época demasiada austera y sobria para una comedia tan fantástica, pero trasportarla al romanticismo nos aleja de los interesantes orígenes contextuales de esta obra escrita por Calderón en 1629. Según el investigador Antonio Regalado, esta historia de fantasmas es el contrapunto del racionalista Calderón al fervoroso ambiente de quema de brujas y persecución de lo diabólico desatado en el siglo XVII en el norte de Europa e Inglaterra, con escalofriantes estadísticas de víctimas. En contra de la leyenda negra, en España la Inquisición se mostró más prudente y contenida, tanto que Calderón escribe una pieza en la que se ríe de las costumbres de la época, de la superstición concretamente, y satiriza sobre aquellos crédulos en “súcubos”, “nigromantes” y “hechiceras”, algo que en los países citados hubiera sido impensable.
La obra tuvo un gran éxito cuando Calderón la estrenó y fue muy traducida a otros idiomas. Más tarde incluso se llegó a hacer una ópera en Austria. Presenta el caso de una viuda endeudada que sus hermanos tienen encerrada en una habitación guardando luto. Hasta la aparición de don Manuel, hombre cabal y escéptico, que es invitado a la casa por los hermanos y acomodado en una estancia que limita con la de la viuda. Las inexplicables entradas y salidas en la habitación de don Manuel de alguien o algo que aparentemente no tiene manera física de entrar llevan a su criado Cosme a creer en algo sobrenatural. Y hace que Calderón escriba fantásticos diálogos entres amo y criado.
El montaje es un entretenimiento con canto al amor. Discurre entre un verso veloz e ingenioso, y los personajes de la pieza tienen una profundidad poco usual en estas comedias de enredo, que el elenco de esta producción explota bien. En la obra conviven veteranos actores de teatro clásico como Joaquín Notario, Rafa Castejón (estupendo don Manuel), Cecilia Solaguren (criada divertida y lista) y Nuria Gallardo (pícara en su rol de joven casadera con varios pretendientes), con otros más jóvenes como David Boceta (gran presencia y voz), o Álvaro de Juan (descubrimiento por su extraordinario “gracioso”, el criado Cosme). Y figura Marta Poveda, como la viuda Ángela, en mi opinión en uno de sus mejores trabajos: por la gracia, ritmo y presencia física que le da a su personaje; y porque su voz quebrada suena mejor que nunca en este difícil arte de decir el verso.