[caption id="attachment_1553" width="560"] Imagen de Ushuaia[/caption]
Ushuaia es el nuevo texto que Alberto Conejero ve sobre la escena después de La piedra oscura, obra que le proyectó como autor dramático y por la que recibió varios galardones. Era pues grande la expectación que ayer había ante su estreno en el Teatro Español de Madrid. Pero es sabido que en el arte es difícil sobreponer un éxito con otro, rara vez se consigue. Y así ocurrió, Conejero pincha en hueso.
Leo en el programa de mano que la obra es “una exploración sobre la persistencia de la culpa y la potencia redentora del amor”, de manera que me dije que la velada estaría poblada de gente torturada. Y efectivamente, la historia va de un nazi arrepentido: Mateo, un misterioso hombre ya mayor (José Coronado), vive aislado en Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, rodeado de bosques nevados. Está a punto de quedarse ciego y busca una mujer que pueda ayudarle con las faenas domésticas. Llega hasta su casa la joven Nina (Ángela Villar).
Un aire de misterio rodea a estos personajes, un misterio que se alarga y se alarga y comienza a desvelarse media hora después de iniciada la obra, cuando confirmamos que Mateo es un antiguo nazi que está expiando su culpa y la joven mujer, una cazarecompensas o algo parecido. El texto se desarrolla en dos planos, que se van superponiendo: en uno se narra el presente de Mateo con Nina en Ushuaia, él es un hombre triste y amargado, al que le asaltan sus fantasmas del pasado. Su pasado transcurre en Salónica, donde fue destinado como soldado alemán para detener a los judíos de la ciudad (allí había una importante comunidad, con gran predominio de serfarditas) y enviarlos en trenes a los campos de concentración; “el amor redentor” es la judía Rosa. Los actores Daniel Jumillas y Olivia Delcán se encargan de interpretar el pasado.
No comprendo por qué el elenco necesita micrófonos para actuar en un teatro de vieja planta como el Español. Puedo entender que se recurra a ellos en espacios escénicos que no fueron concebidos para la representación y, por tanto, hay que corregir de alguna manera los problemas de sonido que plantean. Además, en este caso los micros están mal calibrados, las voces se oyen muy altas, bajan o se distorsionan con el movimiento de los actores, a veces se hacen ininteligibles. De manera que el primer obstáculo que me distanció del trabajo de los intérpretes fueron sus voces.
Con la elección de un argumento tan visitado (especialmente en el cine y la televisión), al autor le quedaba la opción de ofrecer un enfoque original y un forma contundente. Pero esta historia da para un telefilm y como texto teatral carece de tensión dramática y los diálogos pecan de banales y repetitivos. Así que el elenco lo tiene difícil. José Coronado da físicamente el personaje de hombre solitario y torturado, pero su actuación no tiene relieve, es uniforme, aburrida. Y las chicas, a las que he visto trabajar en otras obras con excelentes resultados, tampoco logran transmitir verdad. Quizá el más convincente sea Daniel Jumillas. Ni siquiera la dirección de Julián Fuentes-Reta (Cuando deje de llover) está lograda.