[caption id="attachment_1274" width="560"] Juan Carlos Pérez de la Fuente[/caption]
Se rumorea que el proceso de selección organizado por la empresa municipal Madrid Destino para elegir directores para los tres espacios en los que se ha dividido el Teatro Español no está suscitando gran interés entre los profesionales. La inestable situación política o los problemas administrativos a que se vería abocada la institución tras la denuncia presentada por el director cesado no animan precisamente a los posibles aspirantes. ¿No sería mejor entonces elegir a los directores a dedo y volver así al viejo método del nombramiento directo?
Después de la destitución del director del Teatro Español, Juan Carlos Pérez de la Fuente, por la corporación municipal madrileña, que se ha pasado por el arco del triunfo el concurso convocado por el anterior gobierno de Botella para su elección, queda cristalino que este tipo de procedimientos para elegir cargos culturales en instituciones públicas es una pantomima en muchos casos, una puesta en escena de cara a la galería para parecer plural, democrático y superprofesional, porque luego estos “concursos” –es más preciso llamarlos procesos de selección– no vinculan a los políticos que no quieran respetarlos, como ha quedado demostrado.
Habrá quien discrepe de mi opinión, podrá decirse que en otras instituciones sí funcionan, pero si lo hacen es a discrecionalidad de los políticos. Es verdad que los actuales directores de las unidades de producción del Ministerio de Cultura, nombrados en procesos de selección organizados por el gobierno del PSOE poco antes de abandonar el poder, -Ernesto Caballero, Helena Pimenta, José Carlos Martínez, Antonio Najarro y Paolo Pinamonti- , fueron confirmados por el PP cuando llegó al Ministerio. Y siguen todavía, con excepción de Pinamonti, que recibió una oferta del San Carlo de Nápoles.
Las bases de esos concursos las copió el Ayuntamiento de Madrid para confeccionar el que llevó a la elección de Pérez de la Fuente como director del Español. Él compitió con 26 candidaturas y en el comité de selección estaban José Luis Gómez, Ignacio Amestoy, Alonso de Santos, Ignacio García Garzón, Juanjo Seoane, Carlos Hipólito y Timothy Chapman como secretario. Como es lógico, los nombres de los miembros de los comités se ocultan hasta el día de la evaluación, para que los candidatos no presionen.
De aquel comité salió la terna de tres nombres del que la alcaldesa Botella eligió a De la Fuente, descartando a Ignacio García y Gerardo Vera. Y aquí comienza la polémica. El elegido no gustó al PSOE, y El País publicó la puntuación que obtuvieron los tres candidatos para pasar a la terna. Era el argumento para descalificar al ganador, ya que aunque había pasado, lo había hecho con menos puntuación que los demás. Pero no figura en las bases, y nadie lo exigió, que la terna final fuera evaluada, pues la alcaldesa se reservaba el derecho a elegir a cualquiera de los tres.
Creo que después de cesar a Pérez de la Fuente hubiera sido más corajudo por parte de Manuela Carmena, o de quien sea que decida en asuntos culturales de ese Ayuntamiento, nombrar directamente a los directores que le inspiran confianza. ¿Qué legitimidad tiene el nuevo concurso, cómo y por qué vamos a creer que es el bueno, el que hay que respetar, cuando sus impulsores se han cargado el anterior con la vaga razón de que “el teatro madrileño debe adquirir una altura que ahora no tiene” (Santiago Eraso dixit)? Y, además, sembrando infundios sobre el defenestrado desde la sombra, que las masas (o sea, la profesión) sospechen que su elección sí fue un dedazo, y el concurso, una ilegalidad. Muy, muy viejo método.
Ahora resulta que han ampliado el plazo para presentarse al nuevo procedimiento de selección hasta el 6 de julio. Madrid Destino explica que se debe a la “las múltiples cuestiones y dudas formuladas por los diferentes interesados”. El PP dice que es porque no se ha presentado ni el tato. El antiguo director ha denunciado el concurso ante el Tribunal Administrativo de Contratación Pública de la Comunidad de Madrid, un órgano cuya misión es garantizar que las resoluciones y actuaciones de las administraciones públicas cumplen con la ley (imparcialidad, publicidad, libre concurrencia…). Si este le da la razón, invalidaría el nombramiento de su sucesor. O sea, podría crearse un lío tremebundo que no me extraña que disuada a muchos posibles candidatos a la hora de presentarse al proceso de selección.
Pero es que, además, hace ya meses que circulan nombres de artistas, simpatizantes podemitas, como posibles candidatos a dirigir los tres nuevos “españolitos”. Esto es natural que ocurra, pero con estos antecedentes, ¿cómo creer que el nuevo proceso de selección es transparente y limpio? También porque con la calculada actuación política y el elegante trato dispensado al cesado, la actual municipalidad madrileña nos ha revelado su ideal de teatro público y, por extensión, de cualquier organismo cultural público: un instrumento para políticos nostálgicos del agitprop, convenientemente depurado, controlado por “uno de los suyos” para así poder extender su rollo, o sea, su poder.
¿No sería más fácil, menos costoso y evitaría frustrar ilusiones a los profesionales aspirantes, dejar de hacer el paripé y nombrar a dedo a uno de los suyos para el cargo? Creo que se entendería perfectamente: los políticos apechugan con la responsabilidad del nombramiento que, por otro lado, es apechugar con casi nada, y los ciudadanos identificamos claramente al elegido.