[caption id="attachment_1090" width="580"] Imagen de 40 años de paz en los Teatros del Canal[/caption]
Podría parecer que el argumento de 40 años de paz, estupenda obra estrenada en el Festival de Otoño de Madrid, fuera el franquismo o los 40 años que vinieron después de la muerte del dictador. Es el contexto de la pieza, y recuerda la película El desencanto, de Jaime Chávarri, pues aquí también se nos cuentan las vicisitudes de los miembros de una familia (se inscribe pues en la categoría de "obras sobre familias"). Pero no teman, el experimento es puramente literario, contar la Historia con mayúsculas a partir de historias o anécdotas de la gente del común.
Así pues, no estamos ante un ejemplo de teatro social ni de teatro histórico, sino de un teatro tejido con una imbricada sucesión de microhistorias, de short cuts, en las que se muestran las aspiraciones y los fracasos vitales de los personajes, algunos muy perfilados y que transitan por una etapa reciente de nuestro país claramente referenciada.
Remón, al que le ha bastado escribir una obra para llevarse el año pasado el Premio Lope de Vega de Madrid, y otra más (La abducción de Luis Guzmán) para llegar a 40 años de paz, dispara con estilo y muestra interés por la forma narrativa. Las ficciones de los personajes avanzan y, con ellas el punto de vista del narrador, que cambia hasta tres veces, según el personaje que habla al público. La obra combina narración y texto dramático y hay que aplaudir a los actores (especialmente a Fernanda Orazi) por lo bien que ponen en práctica la fórmula, sin que resulte monótona. El narrador se incardina en las acciones dramáticas de una manera efectiva, informándonos de los sentimientos o sensaciones de estos.
En mi opinión, las dos grandes virtudes del texto son la ambición del autor por contar historias, se diría que es una máquina de ficciones encadenadas (incluso yo podaría la obra de algunas de ellas), y por saberse en el territorio del escenario, es decir, de que sus textos cobren forma dramática para que los actores los hagan suyos. Remón ha dirigido también la pieza y eso le ha permitido pulirla con los intérpretes con pinceladas de lirismo, de humor, de extrañamiento... que son las que dan precisamente estilo al texto.
En ese sentido, el autor, que es casi un neófito del teatro pero con callo como guionista y director de cine (Todo un futuro juntos, Circus...), habla así de su incursión en las tablas: "Me interesan porque que es un sitio donde mandan el texto y los actores. Y me permite investigar. Me siento muy atraído por dos escuelas como son la del teatro argentino y la del teatro anglosajón, y desde el punto de vista argumental me interesa tratar temas muy nuestros, españoles, a la manera de Buñuel, o también del cine de los años 70". Su fórmula para la escritura es que "una buena obra no debe juzgar a su personajes".
Respecto al elenco, el director se ha rodeado de actores con los que trabaja habitualmente en sus películas y a los que les toca interpretar un buen número de papeles. Orazi está sensacional como matriarca de la familia, y cuando actúa como narradora le da un vuelo fabuloso a la obra. Nunca había visto trabajar a Francico Reyes, actor madrileño afincado en Nueva York al que espero que se prodigue más por aquí; es de lo mejorcito que he visto recientemente, pasa de un personaje a otro como el payaso que se quita y se pone la nariz. Su composición del militar franquista tiene una buena mezcla de comicidad y campechanía. Y Emilio Tomé y Ana Alonso también están convincentes.
Ojalá que esta pieza, representada solo durante cinco días en la sala negra de los Teatros del Canal, encuentre un acomodo durante más tiempo en otro teatro de la ciudad. El texto se lo merece, los actores también.