Hamlet es una obra en torno a un personaje complejo y la prueba de su complejidad es que se ha representado de muchísimas maneras. Es tan extraordinaria la variedad de estilos, de personajes, de situaciones que reúne, que eso ha permitido que cada época se vea reflejada en la historia del príncipe danés. He tenido ocasión de ver unas cuantas representaciones de Hamlet, la última en los Teatros del Canal de Madrid por la compañía Shakespare’s Globe de Londres. Mi percepción del personaje y de lo que creo que Shakespeare intenta contarnos cambia constantemente… creo que en eso consiste la magia de este texto (además, de en sus impactantes parlamentos), lo que explica que no me canse de volver a verlo representado.
La de ayer es una puesta en escena “conservadora”, su pretensión es mostrarnos la obra que Shakespeare escribió con fidelidad y sencillez. Dura casi tres horas. Y su virtud, creo, es la alegría y el espíritu juglaresco que destila el elenco, y la claridad de su puesta en escena (Dominic Dromgoole y Bill Buckhurst firman la dirección), pues hace amena y comprensible la historia épica, misteriosa y sorprendente que el autor ideó.
Con la excepción del actor que interpreta al fantasma, que también da vida a Claudio (Keith Bartlett), y el que hace de Polonio (Rawiri Paratene), el elenco lo forman intérpretes jóvenes y versátiles, ya que se desdoblan en tres y cuatro personajes y, además, muchos de ellos tocan instrumentos musicales y cantan. En Naeem Hayat recae la labor de dar vida a Hamlet, y lo hace con naturalidad y sin afectación, lo que ya es mucho.
Me gustó el dispositivo escenográfico (original de Jonhatan Fensom), colocado como una maqueta sobre el escenario y que recordaba a los teatros al aire libre de la época del autor: el telón de foro, tras el que los actores hacen sus cambios de vestuario, numerosos baúles desperdigados por la escena, a los que se les dan varios usos (tronos, sepulturas, mesas…), y delimitando con el proscenio un cable por el que discurre una cortina roja que inicialmente aparece descorrida (pero que tendrá gran utilidad en la célebre representación de los actores y cuando empiecen las matanzas). El comienzo de la pieza, cuando los soldados hacen guardia en las almenas del castillo, transcurre en el proscenio, y está resuelta con una sencillez apabullante. El hecho de que esta producción, estrenada en 2014 (aniversario Shakespeare), se haya propuesto girar durante dos años por todo el mundo, explica la sencillez del diseño escenográfico.
Antes del comienzo de la obra, los actores van tomando posiciones en el escenario. Unos afinan sus instrumentos musicales, otros hablan con el público, como Keith Bartlett, que exhibe una simpatía arrolladora… Y comienzan la obra entonando “de todas las profesiones que hay en Inglaterra la de mendigo es la mejor”. Visten de manera intemporal, una prenda basta para inmprimir la condición de su personaje. Se trasluce el empeño por rescatar el espíritu que uno imagina debían tener las troupes de la época isabelina, y más concretamente la de Lord Chamberlain, a la que perteneció el autor.
Uno de los momentos más importantes de la obra es la aparición del fantasma del padre de Hamlet, que es quien desencadena la acción, pues despierta en Hamlet su deseo de venganza. Siempre tengo gran curiosidad por ver cómo los directores resuelven esta escena, creo que depende de ella la interpretación que hacen de la obra. He visto sofisticadas formas de representarlo, pero aquí, siguiendo con el criterio ya descrito, no hay artificio ni exornación: aparece como un personaje más, con su traje usado de guerrero, paseando entre Horacio, Hamlet y los soldados. Mayor literalidad, imposible, por lo que es el público quien decidirá sobre si Hamlet es un loco, o se lo hace y está más cuerdo de lo que parece.
Se ha tachado Hamlet de obra filosófica, porque un elemento importante del texto son los ocho monólogos del protagonista, que han interesado mucho a los estudiosos, ya que en ellos el personaje hace meditaciones profundas en torno a la filosofía, la política, el teatro... Algunos críticos han dicho también que en esta obra se examina la complejidad ética de la venganza, de si es justo vengar un delito. Sinceramente, no creo que ese sea el tema.
De lo que Hamlet duda es de si el fantasma es real y de si lo que dice es verdad, y para averiguarlo se hace pasar por loco y probar el regicidio representándolo en una obra de teatro frente a su tío Claudio, con la finalidad de examinar su reacción. A Hamlet le basta una representación teatral (o sea, una ficción) para dar por cierto que su tío es un traidor.
Es por ello, que a estas alturas creo que lo que Shakespeare quiere contarnos tiene más que ver con los límites de la realidad: cómo la interpretamos y qué lugar estamos dispuestos a conceder dentro de ella a la ficción, a los sueños, a las interpretaciones, los milagros, las apariciones… ¿Existe sólo lo tangible o en nuestra vida también damos pábulo a los fantasmas y a sus mensajes?