Ferdinand von Schirach es un abogado alemán especializado en derecho penal, nieto de un líder de las juventudes hitlerianas. En Alemania tiene cierta fama de "abogado de celebridades", lo que podría dejarle en mal lugar si lo comparásemos con algún equivalente patrio; sin embargo, es autor de un par de libros tan reveladores como desconcertantes: Crímenes, que Salamandra publicó aquí el año pasado, y Culpa, en cierto modo continuación de aquel, que llega ahora a las librerías.



En Alemania incluso se ha rodado una serie de televisión basada en estos libros suyos. El tema favorito de von Schirach es, como él mismo resume, no responder a la pregunta ¿quién fue el asesino? sino: ¿cuál fue el motivo? Esa es la misma búsqueda de su último libro, El caso Collini, del que la crítica dijo que era "una nítida historia de la sorprendente amoralidad".



Ambos, Crímenes y Culpa, podrían considerarse "libros de relatos" con la peculiaridad de que su autor nos invita a aceptar que se trata de casos reales que él vivió de cerca. Tal vez Culpa sea más turbio que Crímenes, un libro que, sobre todo, movía a reflexionar sobre lo engañoso de términos como verdad o responsabilidad. Allí von Schirach se acercaba con delicadeza a los matices de cada caso, nos llevaba a comprender que no siempre el culpable es el responsable, que no siempre nuestros actos dependen de nuestra única voluntad, que incluso tras el crimen más atroz puede haber un trasfondo de fragilidad humana. No es, ni mucho menos, que nos invitara a ponernos del lado del criminal; simplemente, nos recordaba que las cosas nunca son tan sencillas como para separarlas en dos montones y colocar cada uno en un fiel de la balanza. La lección, que podría pensarse que venía del lado de la realidad, era, sobre todo, una lección literaria: avisaba contra las tesis demasiado simples y los personajes demasiado esquemáticos que tanto abundan en la mala literatura. Crímenes era gran literatura, en cierto modo. Y más que eso.



A primera vista podría pensarse que Culpa es una secuela, una segunda parte de un libro exitoso. Pero es más que eso. Aunque el esquema del libro, en forma de relatos basados en casos reales, sea el mismo, parece que el personaje cuyos grises ha querido dibujar en esta ocasión von Schirach es él mismo. El primero de los relatos, "Fiestas", es estremecedor. En las fiestas de algún lugar que no se nos revela, una banda de músicos ocasionales está en el escenario, disfrazados todos con peluca y barba postiza, maquillados de forma cómica. En un descanso, desde detrás del telón uno de ellos llama a una chica de diecisiete años, le pide que le lleve unas cervezas. Al apartar el telón para que ella pasase, ella resbala, la cerveza se le derrama encima, empapa su camiseta. No lleva sujetador. Uno de los hombres le da la mano para ayudarla a levantarse, y se cierra el telón.



Alguien de la banda que no quiso identificarse llamó a la policía. Cuando llegaron, encontraron a la muchacha bajo el escenario, desnuda, sucia, incapaz de hablar o de moverse. Tenía rotas dos costillas, un brazo, la nariz. Al acabar, los hombres habían levantado un tablón del escenario y la habían arrojado debajo. Después habían vuelto a salir a escena para divertir a sus amigos, a sus esposas. Cuando la policía sacó a la muchacha del barrizal tocaban una polca.



Entonces no había una prueba tan fiable como lo es ahora la del ADN. Todos sabían lo que había ocurrido, pero no había forma de inculpar a nadie en concreto de la banda. Todos quedaron libres, probablemente volvieron a tocar polcas en la fiesta del año siguiente, sobre el mismo escenario. Para von Schirach fue uno de sus primeros casos "relevantes"; "ganó" el caso a sabiendas de que estaba dejando a los culpables en libertad. Y por lo que escribe, sabe que, aun pese a tener la ley de su parte, su culpa es mayor que la de muchos de los verdaderos criminales de su libro anterior.



Si von Schirach nos dejaba con Crímenes el regusto pensativo que tendía a intentar comprender todos los puntos de vista de un hecho cualquiera, criminal o no, en Culpa nos deja un desasosiego no menos revelador, pero sí mucho más amargo y negro. Tal vez podemos llegar a comprender por qué los demás hicieron tal o cual cosa (aunque en los casos relatados en Culpa rara vez parece posible), pero nuestras culpas nos perseguirán siempre.