El tiempo que no sobra
No hay pasión pequeña, o no sería tal pasión. Las hay más expansivas o más contenidas, más cacareadas o más secretas, pero no las hay mayores o menores. Una pasión, para merecer ese nombre, sólo acepta un tamaño: todo. La literatura le sienta bien a las contenidas, a las secretas, a esas que aprovechan el espacio de la página en blanco para decir en el papel lo que tal vez no se atrevieron a decir en la vida.
Hace cuarenta años, la breve novela de Maria van Rysselberghe que ahora publica en España Errata Naturae, es de estas. Finales del siglo XIX, una playa del Mar del Norte. La protagonista del relato se encuentra en "la casa de la duna" y, a la vez que su marido debe ausentarse, un amigo de la pareja, Hubert, necesita pasar una temporada junto al mar sin que su esposa pueda acompañarlo. "Cuando la puerta se hubo cerrado, me cuidé de experimentar la sensación de un milagro", nos dice ella. "Caminaba de puntillas, como si tudo pudiera derrumbarse al más mínimo contacto". Y es que la secreta pasión de la protagonista por Hubert viene de lejos, es incluso un puntal importante de su propio matrimonio, pues "Hubert le daba a Antoine coherencia y rigor, formaba en él en un núcleo duro, ese centro de resistencia que mi vida necesitaba".
La breve temporada que ambos se disponen a pasar juntos desvela afinidades ya sabidas, pero no dichas; y pone a su mutua atracción la música de la intensidad. "Éramos como dos instrumentos afinados de repente". Y lo que importa es ese "de repente", esa urgencia de ser, de saberse vivo, de saberse puesto a prueba, de querer caer y levantarse a un tiempo.
La autora de este brevísimo tratado sobre el corazón y otros frutos amargos es la belga Maria van Rysselberghe, de quien Errata Naturae anuncia que publicará sus otros libros (Alianza había traducido hace años Los cuadernos de la 'Petite Dame'. Esta edición añade (conviene leerlos después, que nada distraiga de la lectura del texto) como prólogo una especie de nota de prensa de los editores y un epílogo de la librera Natalia Zarco.
Hace cuarenta años habla de ese poco tiempo de nuestra existencia que, según aquel viejo epigrama de la Antología Palatina, merece ser llamado vida (el resto es sólo tiempo). Y nos recuerda la razón de aquellos otros versos de António Botto: "Dicen que la vida es corta. / Cabe en ella un amor eterno, / y aún sobra tanta vida"... Este libro conmovedor nos recuerda precisamente eso, cómo es el tiempo que no sobra, ese que, aunque acabe, no nos abandonará ya jamás. No es en vano haberse sentido, aunque sólo fuera una vez, infinitos.