Jesús Rueda presenta libro en la Fundación Centro de Poesía José Hierro. Buena noticia, porque de Jesús Rueda me interesa (prácticamente) todo. Es un compositorazo que dejó en seguida el nido de Paco Guerrero, en el que se crió, para crear cosas sonoras muy especiales. Hace poco le dieron el Premio Nacional de Música, para gloria y prez del propio Premio. Se prodiga poco, sobre todo últimamente. Tengo para mí que, a lo mejor sin saberlo, está incubando algo gordo, alguna música muy distinta. O a lo mejor soy yo, que imagino lo mucho que Rueda podría imaginar a base de sonidos claros y serenos.
[caption id="attachment_735" width="510"] Jesús Rueda[/caption]
Con Rueda comparto, entre otras cosas, la risa que nos da el esnobismo en todas sus formas, sobre todo, en su variedad artística. La prueba del algodón en este terreno es para Rueda el doble whopper con queso. Él va explicándole al esnob las sensaciones que le produce en las papilas gustativas cada bocado de la hamburguesa, con retrogusto a cebolla cruda y pepinillo, recuerdos de plástico de tranchetes y nasalidad avasalladora de ketchup y mostaza. En las yemas de los dedos, la viscosidad adhesiva de los jugos... y así sucesivamente. El efecto suele ser devastador. En boca de Rueda, el elogio del whopper se transforma en una manera directísima de mirar al corazón del arte. Si al arte le quitas la necesidad de elegancia y la manía de la distinción, lo que queda, que es de lo que se trata, se te escurre fácilmente entre los dedos. Como el ketchup.
Que yo sepa, Rueda solo había publicado hasta ahora negras y corcheas. No me extraña nada que publique ahora letras, porque todo él es poesía andante. Habla y escribe directo al lío, sin coba ni farfolla, no como yo. Me tragaré su libro en cuanto pueda. De momento, la editorial nos lanza este anzuelo. Recomiendo morder. Nadie mejor que Rueda para hablar del proceso de la creación. Su naturaleza, que es lo importante, es fácil deducirla luego a partir del proceso. Mirad estas perlas. Lo del amor al error yo lo entiendo, no como sonrisa surrealista, sino como sonrisa a secas. Me imagino fácilmente la sonrisa de Rueda ante la errata, esa bonita herramienta de desacralización. Me acuerdo ahora de Le marteau sans mâitre de Boulez, la obra maestra del serialismo integral, la cima y meta de la carrera dodecafonista. Era perfecta de toda perfección. Tanto, que aunque no le faltaban errores, cuando yo estudiaba corría el rumor —el chascarrillo, más bien—de que los errores del “Martillo” eran doce. Como diciendo: ¡hasta las erratas están calculadas y serializadas! Rueda se descacharraría de risa.