El cómico es aquel que genera el caos en el statu quo. Es un elemento de desestabilización social que, desde la sátira y la hipérbole, acaba por evidenciar aquello que quizá no somos capaces de ver de otro modo. En el cine, la figura del cómico ha sido desde sus inicios mudos —con Charlie Chaplin, Buster Keaton, Fatty Arbuckle, Mary Pickford, Harold Lloyd, Stan Laurel y Oliver Hardy, etc.— la del artificiero dentro del sistema, un agente que introduce el desequilibro en el orden social para revelar sus fracturas. Son payasos que, como todos los bufones, ostentan el privilegio de poder decir la verdad, y toda la verdad, sin maquillajes ni correcciones políticas.
Es fácil ver en el reportero Borat de la República de Kazajistán, creado y encarnado por Sacha Baron Cohen, un descendiente directo de estos maestros de la subversión. Su primera aparición, hace ya 14 años, dinamitó determinados prejuicios entre dos conceptos aparentemente incompatibles como documental y comedia, pero lo cierto es que su mockumentary cruzó determinados límites (vinculados al sexo, la escatología, la celebridad y la política) que hasta entonces realmente nadie había cruzado de ese modo. Con su secuela, recién estrenada en la plataforma de Amazon, Borat regresa a un mundo muy distinto, azotado por la pandemia. De hecho, el rodaje coincide con la cuarentena mundial y el cómico introduce esta realidad en el filme confinándose con unos rednecks para conseguir que… bueno, tienen que verlo, pues casi todo es inenarrable.
El regreso de Borat Sagdiyev nos presenta a Baron Cohen como un cómico pero sobre todo como un activista. De hecho, los créditos finales cruzan la pantalla bajo la consigna “Vote”. La América de Trump es el escenario perfecto para su humor, para generar el caos y el surrealismo mediante sus intervenciones e interacciones con la realidad, y sobre todo con persona(je)s que cristalizan un pensamiento, una actitud, una nación en la que la caricatura y los extremismos son de hecho material cómico en bruto, sin necesidad de ser pulido o manipulado. Esto es lo que hace evidente la estrategia de Baron Cohen para retratar América, como ya hizo en la serie previa al film, Who is America?, que nos regaló momentos absolutamente impagables.
En Borat Subsequent Moviefilm: Delivery of Prodigious Bribe to American Regime for Make Benefit Once Glorious Nation of Kazakhstan, el cómico cuenta con una extraordinaria aliada. Interpretando el papel de su hija, que aspira a “vivir en una jaula de oro como Melania (Trump)”, la actriz Maria Bakalova pone toda su carne en el asador para estar a la altura del desacomplejado, valiente y demencial registro de su compañero. Su baile sangriento en una presentación en sociedad sudista oposita como la secuencia más disparatada y divertida del año, también la que más incomodidad puede generar en el espectador. Humor y desconcierto van de la mano en el estilo cómico de este creador británico que no parece conocer límites. Un dato: es la primera película que rodó con un chaleco antibalas.
Hay que protegerse de algún modo cuando tus principales objetivos son poner en evidencia, frente a la cámara, los principios éticos del vicepresidente de Estados Unidos y el exalcalde de Nueva York, abogado de Trump, Rudy Giuliani. La controvertida escena con Bakalova en una suite de hotel, haciéndose pasar por una periodista que lo admira y le invita al dormitorio a beber whisky después de la entrevista, es mejor no comentarla sin que cada espectador saque sus propias conclusiones. Las ‘misiones’ secundarias del filme —una influencer de Instagram, un cirujano estético, unos rednecks conspiranoicos, etc.—, apenas tienen relevancia política, pero aparte de su extremo sentido de la comedia, todas se ofrecen como ventanas de aproximación sociológica a la América de Trump. Esta secuela de Borat, tan pertinente en el escenario preelectoral, no deja de ser, en cierto modo, un gesto de intervención de carácter urgente, pero también una conquista mayor en los territorios de la comedia extrema.