Vuelve Super Mario Bros tras más de una década de ausencia: 'Wonder', un viaje inducido por LSD
El fontanero más famoso del mundo regresa con una aventura en dos dimensiones que supone un auténtico torrente de creatividad.
Después del éxito avasallador que la película de Super Mario tuvo en abril, quedó patente que el gran icono de los videojuegos ha conseguido traspasar las fronteras del medio y permear la cultura popular de manera indeleble. Es un personaje que no necesita introducciones, con más de cuarenta años de historia y que ha convertido a su creador, Shigeru Miyamoto, en una de las figuras más celebradas y galardonadas (incluido el Príncipe de Asturias) de la industria. Nintendo ha diversificado las aplicaciones del personaje hacia todo tipo de géneros, con más o menos éxito, pero el pilar fundamental de la franquicia, al menos desde un punto de vista moral o histórico, siguen siendo los juegos de plataformas.
Desde hace tres décadas, estos se dividen entre los tridimensionales y los bidimensionales. Los primeros suelen ser más complejos y están destinados a un público más avezado, los últimos más sencillos, para una audiencia más casual que en general busca abandonarse a un sentimiento nostálgico por los juegos de su infancia. Nintendo ha sido acusada de relajar los estándares en el pasado para este tipo de títulos, sobre todo los que venían precedidos de la partícula “New”. Con Super Mario Bros. Wonder, la empresa de Kioto busca corregir esas nociones y trata de establecer una genealogía con el legendario Super Mario World (1990). ¿Consigue el juego estar a la altura del clásico?
La premisa, como siempre, es harto sencilla. Mario y compañía se encuentran de visita en los dominios del príncipe Florian cuando Bowser aparece y roba el gran tesoro de la nación, una flor Maravilla que tiene el poder de alterar la realidad. El villano se fusiona con el castillo del príncipe y se convierte en una gigantesca fortaleza voladora que sobrevuela el reino. Mario y compañía emprenden un viaje en busca de las semillas que les permitan deshacerse de las defensas de Bowser e interrumpir sus planes destructivos.
Todo el diseño jugable se sustenta sobre el concepto de la flor Maravilla (Wonder en inglés). En la gran mayoría de niveles, hay una flor escondida que al activarla cambia por completo tanto el escenario como al propio Mario. No hay ningún tipo de lógica o patrón reconocible que permita anticipar el cambio y describirlos en detalle impediría hacerles justicia. De repente las tuberías pueden cobrar vida y desplazarse por el escenario, los enemigos pueden crecer a un nivel colosal que destruyan la propia geometría del nivel, las plantas piraña pueden entonar una canción mientras se desplazan en procesión…
Las reglas cambian sobre la marcha y se desata un episodio frenético para llegar a la semilla que clausure el efecto. El trabajo de Nintendo ha sido ingente, desarrollando sistemas enteros y una ambientación brutalmente psicodélica para unas secuencias que rara vez superan el minuto de duración. Es un auténtico géiser de ideas que juega con las leyes de la física, con los colores y las formas para pergeñar una verdadera experiencia sensorial.
Por lo demás, el juego cumple con las expectativas. Hay unas cuantas habilidades nuevas, como la que convierte a Mario en un elefante, y vuelven muchas de las clásicas. Hay un sistema de insignias que otorgan al personaje habilidades especiales: poder saltar más alto, bucear con agilidad, un sensor para detectar tesoros… Están desperdigadas por los escenarios y se pueden equipar con libertad (aunque solo una cada vez) para facilitar las cosas. Tiene un modo cooperativo de hasta 4 jugadores al mismo tiempo, pero donde solo uno controla la cámara.
¿Qué quiere decir? Que todos tienen que seguir el ritmo del líder bajo pena de quedar liquidados como se quedan atrás y salgan de los límites de la pantalla. Para contrarrestar este perjuicio, los personajes se convierten en un fantasma y si en cinco segundos consiguen hacer contacto con algún jugador vivo, vuelven de entre los muertos sin consumir una vida. Es una solución poco elegante para un problema difícil de resolver.
Super Mario Bros. Wonder ha sido toda una sorpresa. Es un título con una ambición mucho más comedida que algo como Odyssey (2017), pero con una característica genial que le provee de personalidad propia, algo ya harto complicado en una franquicia con tantísimos títulos en sus ya cinco décadas de existencia. Se crea un verdadero sentido de anticipación nerviosa cada vez que se encuentra una flor Maravilla, una expectación sincera por ver la imaginación de unos artistas sin ningún tipo de contrapesos, liberados para experimentar a lo grande, sin ataduras formales.
Las transformaciones rara vez defraudan y todas cuentan con una cualidad muy de rock progresivo de los 70, conjurando imágenes y sensaciones que no desentonarían en los discos de King Crimson o Yes. Por todas las sospechas que a lo largo de los años se han extendido sobre Mario y su relación con las setas, al final han sido las flores la verdadera ayahuasca.