El comienzo de El rey león es deslumbrante. Todo el colorido de África se condensa en unos minutos que preparan al espectador para sumergirse en un relato con resonancias shakesperianas. Ha nacido el nuevo heredero de las Tierras del Reino y todas las especies acuden a celebrarlo. Las aves sobrevuelan los grandes saltos de agua, las manadas de elefantes cruzan la sabana entre la niebla, los impalas desafían a la gravedad con sus saltos, las manadas de cebras levantan nubes de polvo. Las imágenes desprenden una alegría solar, pero también solemnidad.
El nacimiento de Simba, hijo de Mufasa y Sarabi, asegura la continuidad de la naturaleza como una totalidad armónica. Se puede decir que es un evento cósmico. Rafiki, un híbrido de mandril y papión que vive en un baobab, acude a ungir al heredero. Místico y chamán, es un viejo amigo de Mufasa, como delata su nombre, pues en suajili y árabe (“rafiq”) significa “amigo”. Rafiki traza dos línea rojas en la frente de Simba y lo eleva por encima de su cabeza, el gesto que utilizaban los patricios romanos para anunciar el nacimiento de un nuevo hijo. Parece un rito primitivo, pero el destino de Simba no es ser un monarca absoluto, sino una especie de director de orquesta que velará para que todas las notas de la sabana se conjunten sin producir estridencias.
La sobreprotección de los menores no es una forma de afecto, sino una torpeza que impide crecer interiormente y madurar de manera satisfactoria. Afortunadamente, El rey león, una creación de la factoría Disney estrenada en 1994, no incurrió en ese vicio. Por el contrario, apostó por una trama inteligente y adulta, donde el humor y la frescura conviven con la seriedad y la reflexión. El rey león no es una simple fábula con animales parlantes, sino una obra compleja que conjuga eficazmente distintos géneros.
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Entre sus virtudes destacan la banda sonora de Hans Zimmer, las canciones de Elton John y el letrista Tim Rice, y unos dibujos frescos y luminosos donde se aprecia un conocimiento preciso de la sabana y la influencia de pintores como Charles Marion Russell, Frederic Remington y Maxfield Parrish. El guion está a la altura de este despliegue de talento.
Afronta temas como las relaciones entre padres e hijos, las pérdidas y el duelo, la resistencia a madurar, el buen gobierno, el respeto al medio ambiente, la relación de complementariedad entre la vida y la muerte, la verdadera dimensión del tiempo, la construcción de la identidad personal y la eterna lucha entre el bien y el mal. La densidad de la película está muy alejada de las historias que solo se preocupan de entretener con una peripecia ligera.
'El rey león' no es una simple fábula con animales parlantes, sino una obra compleja que conjuga eficazmente distintos géneros
Mufasa no sobreprotege a Simba. Lo educa para convertirlo en un adulto equilibrado, independiente y responsable. Le advierte que ser rey no implica disponer de un poder ilimitado, sino asumir la obligación de mantener el delicado equilibrio de la naturaleza. La vida es un ciclo que se renueva permanentemente. La muerte no es algo estéril. Gracias a ella, el mundo prosigue su marcha. Los que se van abren la puerta a los que vienen detrás.
Al morir, un buen gobernante deja un legado fecundo que sirve de modelo. La ejemplaridad no es un título para la gloria, sino una semilla que fructifica en el porvenir. La muerte solo es un paso más en la danza de la vida. Hay que afrontar el propio fin con la conciencia de que será un principio para otros, una referencia y no una simple calamidad. La inesperada muerte de Mufasa sitúa a Simba ante el horizonte de la finitud, revelándole la fragilidad de todo lo existente. Sus certezas infantiles no sobrevivirán al trauma. Simba comprenderá de golpe que los padres no son omnipotentes y que la seguridad perfecta no existe. Sin embargo, el dolor de la pérdida no le ayudará a madurar. Simplemente, le arrebatará la infancia, transformándole en un joven desarraigado y extremadamente vulnerable.
Simba ignora que su tío Scar ha asesinado a su padre y ha ordenado a las hienas que acaben con él para poder ocupar el trono. Obligado a abandonar las Tierras del Reino, Simba no morirá de hambre y sed en el desierto gracias a la intervención de Timón, un suricato, y Pumba, un jabalí verrugoso o facóquero común. Timón es un pícaro de buen corazón, un superviviente nato. Sus armas son la astucia y el humor. Pumba es simple y primario, pero posee un gran corazón. Aquejado de un grave problema de flatulencias, su existencia no ha sido fácil. Todo el mundo se apartaba de su lado, pero gracias a la amistad de Timón recuperó las ganas de vivir.
Ambos personajes se inscriben en la tradición picaresca. No pretenden cambiar el mundo, sino evitar que el mundo acabe con ellos. Aparentemente, son irresponsables y egoístas, pero cuando Simba necesita ayuda, acuden sin dudarlo y arriesgan sus vidas. Timón y Pumba son la letra pequeña de la historia. Marginales y minúsculos, sus vidas no son estériles. En cierto sentido, materializan la profecía de Walter Benjamin: la esperanza ya solo puede venir de los que no tienen esperanza. Nadie aguarda nada de ellos, pero salvan a Simba y luchan a su lado contra Scar y las hienas. Son el río oculto que mantiene viva una tierra árida.
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Durante su niñez y juventud, Simba se debate contra la culpabilidad. Su padre perdió la vida por salvarle de una estampida de ñus. Ignora que fue provocada por las hienas a instancias de su tío Scar. Su exilio ha servido para encubrir un regicidio. Durante años, la amistad con Timón y Pumba permitirá a Simba rehuir sus conflictos internos e instalarse en una adolescencia indefinida, pero el recuerdo de su padre no desaparecerá de su memoria. Al observar el cielo de noche, recordará lo que le dijo Mufasa: las estrellas son los grandes reyes del pasado, observando a sus sucesores.
No son simples vestigios de un tiempo anterior, sino faros que indican el camino, guías morales y espirituales. Cuando Rafiki descubre que Simba no ha muerto, tal como creía, acude a su encuentro y le comenta que no debe huir del pasado, sino aprender de él. El pasado puede doler, pero también proporciona valiosas lecciones. Rafiki se parece al bufón del rey Lear. Estrafalario, medio loco e imprevisible, sus befas e ironías siempre están acompañadas de valiosas enseñanzas. Es un sabio, pero finge ser un idiota, quizás para protegerse.
Simba sabe que no será eterno, pero entiende que su papel es perpetuar el ciclo de la vida, supervisando su despliegue
Sin embargo, su sabiduría no será capaz de neutralizar las intrigas de Scar. Zazú, un pájaro toco piquirrojo que ha servido desde tiempos ancestrales a la familia real, tampoco logrará frenar el complot del hermano cainita. No es tan clarividente como Rafiki, pero realiza su labor de mayordomo con el rigor y la solemnidad que se presupone al cargo. Zazú es un consejero sensato y fiel, pero será desbordado y desplazado por las circunstancias. Confinado en un siniestro calabozo tras la muerte de Mufasa, Scar lo degradará a simple bufón, sometiéndole a toda clase de escarnios y amenazándole con servir de alimento a las hienas.
Scar es tan astuto como Yago y tan despiadado como César Borgia. Refinado, decadente, manipulador, su resentimiento y su ambición provocarán la ruina de las Tierras del Reino. Se aliará con las hienas, estúpidas y crueles, con el fin de matar a su hermano Mufasa. Simba le comentará: “Qué extraño eres” y él responderá: “no sabes cuánto”. El diálogo es un guiño cinéfilo. Jeremy Irons, que presta su voz a Scar, sostiene un diálogo similar en El misterio Von Bülow. Scar odia a su hermano por ser más fuerte y por su condición de primogénito.
Su ambición de poder no está asociada a un proyecto. No le interesan la prosperidad y la seguridad de las Tierras del Reino. Solo quiere llegar a la cima, salir de la irrelevancia, superar su complejo de segundón. No es un espíritu banal, como Eichmann, sino un nihilista de la estirpe de Hitler. De ahí que pacte con las hienas, ofreciéndoles campar a sus anchas por las Tierras del Reino a cambio de una adoración servil. Narcisista y megalómano, se regocija al contemplar cómo desfilan ante él al paso de la oca, mientras las iluminan las antorchas.
Scar no es un nombre casual. Evoca a Scarface, sobrenombre de Al Capone. Y ciertamente, Scar no es un hombre de Estado, sino un traidor y un bandido. No es un villano tosco y burdo. Se parece más bien a los malvados del cine del Hollywood de los años 30 y 40, como el capitán Renault de Casablanca, brillantemente interpretado por Claude Rains. Eso sí, Renault se redime con un gesto de amistad. En cambio, Scar muere con la misma indignidad con la que ha vivido.
Los niños y los adolescentes no maduran sin conocer el mundo real y afrontar sus aspectos más dramáticos
El rey león finaliza con la transformación definitiva de Simba. Ya no es un joven que elude las responsabilidades, sino un líder que se empareja con Nala, su amiga de la infancia, y engendra un hijo, al que Rafiki honrará como el continuador de un noble linaje. El tiempo no es una línea, sino un círculo. Nada desaparece del todo. El pasado pervive y parpadea en el firmamento como una constelación luminosa. Nada muere. Simplemente, la energía fluye y las vidas que se acaban sirven de suelo fértil para alumbrar nuevas existencias.
Simba ha alcanzado la madurez. Se ha resistido a ella, pero al final ha asumido su destino. Sabe que no será eterno, pero entiende que su papel es perpetuar el ciclo de la vida, supervisando su despliegue. El rey león expone una filosofía de la finitud que no está reñida con la esperanza. Pasado, presente y futuro solo son momentos de una totalidad que no cesa de crecer.
Después de El rey león, la factoría Disney solo ha producido otra obra maestra de animación: El jorobado de Notre-Dame. Al parecer, los padres protestaron porque las tramas eran demasiado adultas, demasiado complejas, demasiado crudas. Se trata de una queja increíblemente estúpida, pues los niños y los adolescentes no maduran sin conocer el mundo real y afrontar sus aspectos más dramáticos.
Si no queremos un porvenir dominado por aventureros como Scar, hay que educar a los más jóvenes para que comprendan que la filosofía del “Hakuna Matata”, una expresión muy empleada en países como Zanzíbar, Tanzania y Kenia y que significa “todo está bien” o “no te preocupes, sé feliz”, solo produce insatisfacción. El mundo no es perfecto, sino un lugar inestable y siempre exigirá líderes como Mufasa o Simba, capaces de mantener a raya a las hienas.