Clásicos españoles (II): Fernando Fernán Gómez
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Vivimos en un país extraño en el que es más fácil encontrar en plataformas de streaming o en DVD los grandes clásicos del cine estadounidense que los españoles. Figura central de la cultura española del siglo XX en calidad de actor, director de cine, autor teatral o novelista, Fernando Fernán Gómez (Lima, 1921-Madrid, 2007) fue el rostro más reconocible del cine español a partir de la posguerra tanto a las órdenes de los mejores directores de su época como tras la cámara, donde fue no solo un buen narrador de historias, también un refinado esteta capaz de recrear ambientes y encontrar nuevas y originales formas de contar con imágenes que lo convierten en un gran, enorme, cineasta por derecho propio. Nos centraremos aquí en su labor como director, que muchas veces está solapada a su faceta como actor pues él mismo protagonizó muchas de las casi 30 películas que dirigió en su vida.
La vida por delante (1958) y su secuela, La vida alrededor (1959), fueron los primeros éxitos del cineasta. Filmes muy influidos por los aires del neorrealismo italiano que llegaban desde Italia y prácticamente inencontrables, en ellos Fernando Fernán Gómez trata el asunto que se convertiría en el centro de buena parte de su filmografía: la miseria. La miseria económica pero también la moral de una ciudad, Madrid, empobrecida por la Guerra Civil y el atraso respecto al resto de Europa. El propio Gómez y la actriz de origen argentino Analía Gadé dan vida a un matrimonio de jóvenes universitarios, educados y refinados que se enfrentan a la vez a su matrimonio y a la falta de perspectivas laborales entre el entusiasmo y la desesperación.
No deja de ser curioso que películas como éstas y el cine español de calidad en general de los 50 y 60 se parecen más a la realidad actual que el cine de los años 80 o 90, que parece más lejano. “Yo no quiero la vida por delante, yo quiero la vida alrededor”, le dice un jovencísimo Gómez a un señor bien asentado que lo acusa de tener demasiada prisa. “Fíjate, tener una carrera y estudios para esto”, dice el protagonista en otro momento de La vida por delante como podría decir cualquiera ahora, donde Fernán Gómez construye un fresco lleno de gracia sobre la España de posguerra en el que la dificultad para salir adelante de sus protagonistas contrasta con la luminosidad de esa pareja moderna en la que ella es médico (y él un poco machista) pero que simboliza un posible futuro para nuestro país.
Muchos años antes de que Jim Carrey tuviera un gran éxito con Mentiroso compulsivo (1997), Fernán Gómez realizó un filme, La vida alrededor, que parte de una premisa parecida. Un año después de lo que vimos en la primera parte, Antonio (Gómez) sigue buscándose la vida por Madrid haciendo todo tipo de trabajos pintorescos como extra de cine, fotógrafo o profesor mientras espera su oportunidad como abogado. La aparición de El Raterrillo, un delincuente de poca monta que conoce mejor que el abogado las leyes (“este trabajo es un infierno”, dice el ladrón, “todo el día corriendo y cuando tienes un minuto de descanso, hay que estudiar el Código Penal”) puede ser su oportunidad para dedicarse a “lo suyo”.
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Desde la primera secuencia, el protagonista reflexiona sobre el sentido de la justicia al contraponer su propia defensa de un ladronzuelo con su reacción cuando a su mujer le roban el bolso. Y en la secuencia más icónica, un Fernán Gómez hipnotizado se dedica a hacer lo contrario de lo que se supone que es su trabajo, defender la verdad, para acabar defendiendo a su cliente aun sabiendo que es culpable, planteando el dilema ético de los abogados que ayudan a hacer justicia defendiendo una injusticia. El personaje triunfa cuando miente y fracasa cuando dice la verdad, lo que da lugar, a pesar de que se trata de una comedia amable, a una muestra del carácter más bien pesimista y muy crítico de Fernán Gómez, que en sus filmes realiza una y otra vez una crítica demoledora a la sociedad española que hoy sorprende por su contundencia y su actualidad.
Adaptación de una obra de Miguel Mihura de los 50, Solo para hombres (1955) aúna el espíritu crítico de Larra contra la ineficacia de la administración española con un ácido y divertidísimo retrato de costumbres del Madrid de finales del siglo XIX. De nuevo, la miseria es el motor de la propia acción al presentarnos a una familia (el padre y su hermana) ansiosa por casar bien a las hijas y salir de la pobreza. La más inteligente y bella, Florita (de nuevo Analía Gadé) se niega a hacer el papel de tonta de su casa y guiada por sus “ideales” pide un trabajo en el ministerio de Fomento, generando un escándalo nacional.
Que hayan pasado poco más de cien años desde la época que narran los hechos asombra por la rapidez con la que ha avanzado una sociedad española en la que perviven importantes focos de machismo, pero que está muy lejos de ese Madrid finisecular en el que unos y otras se llevan las manos a la cabeza por la audacia de esa mujer trabajadora y donde los diputados dicen cosas como que “las mujeres no están preparadas para hacer cuentas”. Es un filme sensacional lleno de gracia y encanto en el que Fernán Gómez realiza una conmovedora interpretación de su personaje, un pobre escribiente devorado por el hambre y enamorado de la chica en una sociedad profundamente burocratizada y politizada, en la que el destino de sus protagonistas depende del gobierno de turno, que cambia cada nueve meses y se mantiene paralizado por la falta de acuerdo político, algo que retumba con especial claridad en la actualidad.
Una joyita, La venganza de don Mendo (1963) es un derroche de talento en el que Fernán Gómez nos apabulla y nos maravilla con su capacidad expresiva. Adaptación de una obra teatral de Pedro Muñoz Seca que parodia la España medieval, el actor está divertidísimo como marqués arruinado y posterior trovador vengativo en pleno dominio de las posibilidades dialécticas del castellano. Con poco presupuesto, es un filme dirigido con gracia e imaginación francamente divertido.
El mundo sigue (1963) ha sido reestrenada en los cines en fechas recientes para hacer justicia a esta obra maestra castigada con dureza por la censura, que cercenó el montaje y apenas dejó que se viera. Basada en una novela de Juan Antonio de Zunzunegui, supone el clímax de esa visión pesimista de España en la que la miseria económica acaba destruyéndolo todo como una gangrena. Con tintes casi bíblicos, cuenta la historia de dos hermanas hijas de la empobrecida clase media que afrontan la crudeza de la realidad desde perspectivas distintas. Una, Eloísa (Lina Canaleja), decide aprovecharse de su belleza para andar con hombres ricos hasta pescar el mejor partido mientras la otra, la desdichada Lusita (Gemma Cuervo) debe sobrevivir a un marido ludópata y tunante que se gasta el dinero que necesitan para mantener a los hijos.
Es una película triste que deja helado el corazón en su retrato de un Madrid depauperado en el que sus ciudadanos han canjeado la dignidad por un plato de comida caliente en el que Fernán Gómez, como en La vida alrededor, nos hace reflexionar con un mensaje pesimista con esa victoria de los “malos” y derrota de los “buenos” que se erige como metáfora de una sociedad enferma. La frase de Fray Luis de León que abre el filme: “Verás maltratados los inocentes, perdonados los culpados, menospreciados los buenos, honrados y sublimados los malos; verás los pobres y humildes abatidos. Y poder más en todos los negocios el favor que la virtud” condensa no solo el sentido del filme, también la visión que el propio cineasta aplicó a muchas de sus películas.
El extraño viaje (1964) es una obra maestra absoluta. Película con influencias del expresionismo alemán y el tremendismo literario de posguerra o el esperpento, la acción, inspirada en un caso real conocido como “el crimen de Mazarrón” y con argumento de Berlanga, se sitúa en un pueblo de provincias sometido a la misma tensión entre modernidad y tradición al que se enfrenta el resto de España en esos años 60 marcados por cierto aperturismo. Allí una muchacha (Lina Canalejas) espera todas las semanas a que aparezca su novio músico (Carlos Larrañaga) para tocar en el baile del pueblo mientras en la casa señorial se desarrolla el drama de dos hermanos (Rafaela Aparicio y Jesús Franco) cortos de luces pero con buen corazón sometidos por una hermana mayor (Tota Alba) tiránica e insoportable que les hace la vida imposible.
Lo que comienza siendo un cuadro de costumbres rurales esperpéntico y decadente que recuerda por momentos a la Sicilia creada por Pietro Germi se convierte poco a poco en una fábula de terror psicológico en el que el cineasta ofrece tanto un demoledor retrato de esos señoritos rurales que habían aguantado el peso económico del país durante generaciones, como un hondo e impresionante fresco de la propia alma humana, sometida a insidiosas contradicciones y pasiones volcánicas así como prisionera de sus propias pulsiones. La película apenas tuvo difusión en su época por culpa de la censura.
El talento de Fernán Gómez brilla incluso en películas menores con aire de encargo como La querida (1976), realizada a mayor gloria de Rocío Jurado. Cuenta la clásica ascensión de una estrella a partir de los hombres que la aman, el propio director dando vida a un músico frustrado por su falta de grandeza, un playboy y un viejo millonario, mientras ella ama al único que no la quiere, realizando un filme más valioso de lo que pudiera parecer sobre la pasión y sobre aquello que decía Wilder en El apartamento de que “existen los que aman y los que son amados”.
Mi hija Hildegart (1977) reconstruye el episodio real del asesinato por parte de su madre de una joven y brillante política socialista de principios de siglo. Educada desde bebé para encarnar a esa “mujer del futuro” (algo de esto hay, mucho más suave, en La vida alrededor), Hildegart se convierte en un prodigio que a los 14 años da densos discursos y en adalid de la lucha por la mujer hasta que su enloquecida madre se siente traicionada por su deriva política. Destaca la espléndida interpretación de Amparo Soler Leal en este filme que capta las tensiones de una época turbulenta creando un ambiente asfixiante.
Mambrú se fue a la guerra (1986) nos devuelve al Fernán Gómez más pesimista al contarnos la agria historia de un hombre que se pasa los casi 40 años del franquismo escondido en un sótano para que no lo represalien, y cuando finalmente muere Franco debe volver al hoyo para que su esposa pueda cobrar una pensión como viuda de la guerra. A partir de los hijos del resucitado protagonista, Fernán Gómez vuelve a presentar esa visión sombría de una España codiciosa y mezquina condenada a caer una y otra vez en sus defectos ancestrales.
Película famosa por derecho propio y ganadora de varios Goya, El viaje a ninguna parte (1986) es una maravillosa película y un testamento fílmico insoslayable en el que el director recrea, ahora sí en toda su crudeza, la miseria de la España de la posguerra a partir de un grupo de cómicos que se ganan la vida viajando de pueblo en pueblo (“somos mendigos”, como dicen en varias ocasiones) buscando algo que llevarse a la boca a cambio de entretener a la parroquia. Refleja el enfrentamiento del teatro popular de toda la vida, al que Fernán Gómez homenajea, con el cine, que le quita espectadores y hunde aún más en la miseria a unos cómicos a los que ni aceptan en las pensiones de Madrid porque no quieren perder su buena reputación.
Fernán Gómez como iracundo cabeza de familia, ese Fernán Gómez iracundo forma parte de su leyenda, y José Sacristán como inolvidable protagonista, o Gabino Diego dándole mucha gracia a su atontado adolescente, forman el elenco de esta sensacional película en la que el cineasta homenajea a su profesión para devolverle toda la dignidad de su pureza esencial más allá de sesudos análisis narrativos o fastos de la fama, entretener a la gente.