Un chaval que acaba de cumplir los 30 sale de rehabilitación. Adicto a la heroína, ha pasado los últimos diez meses ingresado y 'limpio' y se enfrenta por primera vez a la libertad. Sobre su cabeza pende la espada de Damocles de todo ex drogadicto, ¿será capaz de superar su problema o volverá a caer a la mínima que tenga ocasión? Estamos en Noruega, ese país gélido y ultracivilizado que los españoles envidiamos por su progreso y tememos por sus días sin luz y la supuesta frialdad de quienes habitan en el norte de Europa. Se llama Anders y sus ojos tristes y despiertos nos plantean con crudeza los dilemas del sentido mismo de la existencia y la posibilidad de que quienes han cometido graves errores durante su vida puedan rehacerla.
Oslo 31 de agosto, de Joachim Trier ha ganado todo tipo de premios internacionales, participó en Cannes, fue nominada al César como mejor película extranjera y llega precedida de un áurea de sólido prestigio autoral. Basada en una novela de Drieu de la Rochelle que ya tuvo una adaptación por parte de Louis Malle, es una película que desprende veracidad y sensibilidad por cada uno de sus poros. Película triste donde las haya, ese Anders representa la quintaesencia de ese personaje arquetípicamente romántico: demasiado frágil, demasiado inteligente para vivir en un mundo forjado a base de concesiones a la galería en el que quien más quien menos debe negociar con el vacío.
[caption id="" width="500"] Fotograma de 'Oslo. 31 de agosto'[/caption]
En su fantasmagórico recorrido por Oslo, Anders se reencuentra con un antiguo compañero de correrías reconvertido en respetable profesor universitario de literatura y amante esposo y padre. La desoladora conversación entre ambos, en la que el yonqui expresa su incapacidad para seguir soportando la vida y el otro le ofrece una visión no menos pavorosa, que seguir viviendo no es más que una opción que pasa también por asumir la existencia del fracaso y de la imposibilidad de nuestros anhelos más profundos, marcan el tono de una película que no se anda por las ramas ni busca coartadas o subterfugios para expresar una visión terrorífica como insoslayable.
Abandonado por una familia que lo apoya económicamente pero le deja solo a la hora de enfrentarse a sus demonios, Anders deambula por Oslo como un fantasma preguntándose si habiendo sido uno será capaz de ser otro. Demoledora metáfora sobre la posibilidad (o no) de las segundas oportunidades, Trier plantea de manera extrema preguntas filosóficas a las que nos enfrentamos todos los días para acabarse interrogando sobre si en este mundo existe realmente el perdón (el de nuestros seres queridos, el de la sociedad, y más importante, el de nosotros mismos) y si la redención no es más que una figura retórica con algún sentido en la realidad misma. Hermosa y triste película, Oslo 31 de agosto no encuentra su humanidad en la esperanza sino en la crudeza entre la realidad y la fantasía. Al final, Anders se equivoca queriendo ser 'demasiado feliz', ese punto en el que se mezclan la ingenuidad con el idealismo, la sensibilidad con pusilánime.