Toldos los años celebro el Día de Muertos releyendo algunas páginas de Bajo el volcán, la novela de Malcolm Lowry que tiene lugar en Cuernavaca, México, mientras se celebra con todos sus rituales el siniestro culto a Catrina. Bajo el volcán es una tragedia clásica, escrita con una prosa a veces fragmentaria y otras veces galopante, en la que el Cónsul Firmin llora, bañado en mezcal, la pérdida de su mujer, Ivonne, la pérdida del amor y la vida. Lowry se mira en el espejo literario de su personaje central: es un dipsómano mirándose a los ojos mientras inventa, soñando consigo mismo, al Cónsul Firmin.
Desde luego, en criterio de leyente, Bajo el volcán es una de las novelas más impresionantes del siglo XX que, de escribirse ahora mismo, en lo que estamos de siglo XXI, nadie publicaría en el mundo. Y, sin embargo, se mueve, hasta el punto que tengo para mí que Lowry escribe cada vez —cada año— mejor esta novela única. Cada vez que puedo, cuando visito México, siempre por razones literarias o intelectuales, así son mis viajes y ese es mi placer, trato de viajar a Cuernavaca y tomarme un trago de mezcal en honor de Lowry, recorriendo las cantinas y el camino del Cónsul Firmin en la novela.
A veces me pierdo en un laberinto de sensaciones que, todas, tienen que ver con la ingestión de mezcal, esa bebida sagrada que sólo descubren los verdaderos borrachos, Lowry o Firmin, por ejemplo, y aquellos fanáticos leyentes que rinden culto a la novela, aunque no sea exactamente siempre en el Día de Muertos.
[Como Malcolm Lowry tocando el ukelele]
Se hace la broma excesiva al decir que la mejor novela mexicana la escribió Malcolm Lowry. Ganas de rasgarse las vestiduras con ese humor negro que a veces padecen y gozan los mexicanos, tan adictos a la Catrina como a la vida y al trago.
Tengo para mí, desde hace tiempo, que Carlos Fuentes trato por todos sus medios intelectuales de “repetir” la escritura de Bajo el volcán en su novela Cambio de piel, una tragedia muy parecida a la de Lowry pero escrita por un mexicano que anduvo siempre a caballo entre México y el resto del mundo.
Si Bajo el volcán tiene lugar en Cuernavaca, Cambio de piel tiene lugar en Cholula; si Bajo el volcán se celebra el Día de Muertos y bajo la admonición sagrada del mezcal y de la Catrina, la Muerte de todos nosotros, Cambio de piel tiene lugar en Cholula, bajo el delirio de las pasiones humanas en la ciudad sagrada en la que Cortés, ahí está la vaina, plantó 365 iglesias cristianas sobre los 365 templos aborígenes que había en la ciudad sagrada.
Les confieso que cada vez que puedo voy a Cholula a sentir el atardecer de la ciudad de la que nunca se fueron los dioses originales, sino que laten ahí, en el fondo de las iglesias cristianos donde se escondieron los ídolos eternos para transformase en creencias divinas.
En el fracaso editorial está el triunfo literario, porque no es lo mismo una cosa ni otra, sino que casi siempre es todo lo contrario
Cambio de piel fue, en general, un fracaso editorial. Durante mucho tiempo, no se pudo publicar en España, porque la censura lo negó, a pesar de haber sido premiada con el entonces resplandeciente y limpio premio Biblioteca Breve de Seix Barral, comandada en aquel momento por Carlos Barral; fue un fracaso crítico: los comentarios y lectores fueron inmisericordes con la novela de Fuentes y la condenaron a los infiernos del silencio o al ostracismo del rechazo; fue un error de lectura para la mayoría de los lectores, y leyentes, pero yo debo ser, en este y otros casos parecidos, una excepción.
No creo que haya sido un fracaso literario ese intento de Fuentes de trasladar la gran novela de Cuernavaca a Cholula, sino todo lo contrario: en el fracaso editorial está el triunfo literario, porque no es lo mismo una cosa ni otra, sino que casi siempre es todo lo contrario. Incluso he llegado a pensar que el olvido de la novela se ha perdido una gran película. O una película normal, buena pero normal, como se hizo después de tanto tiempo con Bajo el volcán.
Cineastas y guionistas de muchas décadas anduvieron detrás de esos fantasmas literarios —entre ellos Jorge Semprún y Guillermo Cabrera Infante— con la idea de “perpetrar” un guión cinematográfico que les resultó imposible, como si los personajes de la novela se escaparan siempre de la asunción cinéfila. Al final, resultó todo más fácil de lo que se había supuesto. La película se hizo, es buena, pero nada más; no fue una obra de arte sensacional ni una cinta fuera de serie, sino una película digna que no alcanzaba llegar a la novela ni en un mínimo porcentaje.
Así es la vaina, la pelea entre la literatura y el cine, y viceversa. Sólo digo que cada año me parece mejor escrita la novela y bien hecha la película de la novela. Mientras espero que algún Iñárritu atrevido active la posibilidad de Cambio de piel en cine, sí afirmaré sin dudarlo que la novela me parece, como Bajo el volcán, cada año mejor escrita. Y en esto también coinciden Fuentes, que no bebía gran cosa aunque cantaba rancheras como ningún otro escritor mexicano, y Malcolm Lowry, el cónsul que bebía mezcal tocando el ukelele, tal como recoge el poeta Heberto Padilla en un provocador poema de Por el momento.