La patria siempre está de moda. Está ahí, a veces silenciosa y agazapada, pero siempre aparece con estruendo y exabrupto, cuando menos se espera. La manosean unos y otros, la nombran sin parar, se confiesan patriotas todos los días de la semana y calman su conciencia con banderas e himnos. Están en su derecho. Francisco Franco, el monstruoso dictador, creía que él era la encarnación de España y por esa era el primer gran patriota de la historia de este país. Detesté siempre esa concepción de la patria, esa apropiación indebida, ese robo de conciencia que nos hacía ponernos a todos como los patriotas que no éramos ni queríamos ser. Conste que yo no me considero un patriota de nada ni de nadie. La manía identitaria de la tribu me trae sin cuidado, tengo suficiente con ser ciudadano y cumplir con las leyes de mi país, sin más alharacas ni contumacias.
En su momento, Fernando Savater escribió un soberbio y lúcido panfleto titulado Contra las patrias. Para mí no es sólo extraordinario y sólido de criterios sino catecismo colosal contra el nacionalismo y sus consecuencias, contra sus excesos, contra las manías patrióticas de los descendientes de aquellas tribus de monos caníbales de las que venimos. Hojeo ese panfleto de vez en cuando, porque me parece un libro de una actualidad perenne e inmóvil, de un presente continuo.
Dije antes que siempre detesté el concepto de patria y todas sus artes marciales y mentirosas. Neruda, siempre lo recuerdo, en su lucidez surrealista supo atinar con el verso: "Patria, palabra triste, como termómetro o ascensor". Pero los supuestos "liberales" se declaran patriotas con dinero en Suiza y robos cotidianos y, cada vez que pueden, juegan con la patria. Como ahora comienzan a hacerlo ciertas izquierdas que hicieron asco, hasta hace poco, del término y el concepto. Hay que recordarlo en hablando sobre las patrias.
El doctor Johnson, lexicógrafo y gran personaje de la historia de cultura universal, lo vio con ojo certero: "El patriotismo es el último refugio de los canallas". Los "liberales" a los que me refiero, y las izquierdas que estoy señalando, cambian el término en medio del juego, y en lugar de referirse al patriotismo hablan de nacionalismo. "El nacionalismo es el último refugio de los canallas". No, Johnson dice "patriotismo", como bien sabe y repite Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo, uno de mis libros de cabecera. En la entrada de "patriotismo" viene a decir del término y del concepto lo que Johnson con anterioridad y añade de su cuenta y riesgo: "Con permiso del notable lexicólogo, el patriotismo no es el último refugio de los canallas, es el primero". Lo suscribo. He visto a lo largo de mi ya larga y experimentada vida a canallas sin remisión citarse como patriotas de primera hora que buscan cualquier excusa para echarse fuera de la ley (lo primero, el dinero). He visto, aquí mismo, y no más allá de Andrómeda ni en la puerta de Tanhauser, a canallas irreductibles cantando loas a la patria de la que dicen ser amantes pasionales cuando en realidad son los primeros en engañar a esa misma nación a la que pertenecen (dicen pertenecer) y en la que militan con tanto entusiasmo.
A un escritor famoso le preguntaron qué cuál era su patria de verdad y contestó, mirando hacia el suelo, que era exactamente el espacio y la huella de sus zapatos. Otros contestan que la patria es la lengua que hablan y en la escriben, que ahí están las fronteras grandes de la patria, hasta donde llega la lengua llega la patria. Cuán largo me lo fiáis, colega. De todos es conocido el poema del mexicano José Emilio Pacheco, gran poeta. Se titula 'Traidor a la patria', y deja las cosas tan claras que les invito a que lo encuentren y lo lean. Una vez tuve una discusión radiofónica terrible con un "patriota" de mi tierra, analfabeto exacto, entonces Presidente del Gobierno de Canarias. Decía el hombre, en su indecencia doméstica, que yo iba a Canarias, "la patria", de vez en cuanto a ver a algunos familiares, a comer pescado, a la playa y a hablar con algunos amigos. Le reproché de viva voz su estupidez supina con esta pregunta: ¿y qué otra cosa es la patria?, ¿los negocios de los intermediarios fruteros, los turbios negocios de solares, tierras y asuntos inmobiliarios como los suyos?
En fin, queda claro que detesto las patrias y las naciones. No sé qué fue antes, el huevo o la gallina, y me importa muy poco. Hay quienes distinguen entre nacionalismo y patriotismo, pero nunca me aclaran bien dónde están los fronteras de uno y otro concepto, dónde en realidad comienza uno y acaba otro. Eso forma parte de la confusión que patriotas y nacionalistas llevan a cabo desde el principio de los siglos. Y los que no estamos en el ajo somos, ya se sabe, los malos, los execrables, los traidores.