J.M.G. Le Clézio: el nómada impasible, siempre con su memoria a cuestas, recorriendo un mundo que poca gente como él puede convertir en obra de arte, en literatura pura y de la máxima altura intelectual. Un fotógrafo de la realidad y de la memoria, Le Clézio no deja de viajar. Ha afirmado muchas veces que no se siente exactamente de ningún lado, pero que tampoco parece que vaya a ningún lugar de extranjero: se naturaliza en el instante en que llega a determinada geografía y la escribe y la describe en sus libros. El nómada impasible que hay en Le Clézio posee una memoria igualmente impasible, lograda en la gimnasia de la escritura literaria a lo largo de muchas décadas de recorrido, viaje, esfuerzo y trabajo hondo y perseverante.
Ahora acaba de ver la luz en la edición española su Canción de infancia (Lumen, 2021), una prueba más de esa memoria impasible que cuenta y se cuenta tal como se recuerda. Ahí está la infancia en el lugar de su memoria, un pueblecito de la Bretaña francesa en el que veraneaba con sus padres y amigos cuando era sólo un niño que empezaba a transformarse en un adolescente. Y ya desarrollaba esa memoria de viajero, impasible ante la fotografía de lo que iba a ser su vida. Canción de infancia es de una escritura muy sencilla: tan sencilla como difícil de conseguir, salvo que la consumada maestría del escritor vaya dibujando con una serenidad y madurez impecables el detalle exacto de aquel tiempo en el que -lo dice el propio escritor en Canción de infancia- fue feliz.
Suele decirse que quien luego se convierte en escritor, exactamente en novelista, quien convierte su vida en literatura, en una religión verdadera, es que tiene cuentas pendientes con el mundo. O bien la infelicidad tiñó su infancia con un matiz de negrura que lo alejó del mundo real para ingresar en la orden de los escritores o bien todo lo contrario: fue la felicidad la que trajo la literatura a su vida para siempre. Cuando leí El africano descubrí un sensacional narrador de su propio viaje por el mundo y sus relaciones con ese mundo que se convirtió en texto literario. Ahí hay un nómada excepcional, un escritor vocacional que dibuja un mundo que a veces le gusta para siempre y otras, las más de las ocasiones, le disgusta sin querer disgustarle. El africano, en mi criterio de lector, es una obra excepcional de literatura de viajes y memorias.
Le Clézio no viaja para escribir, sino todo lo contrario: es un artista que escribe para viajar, que es su vida, hasta el punto de que el lector no sabe, cuando lee alguna de sus obras, alguna de sus novelas, si está leyendo ficción o realidad, si lo que lee es página de la imaginación o recuerdo de la realidad. Pasa en Canción de infancia y pasó, antes, en El africano, la historia de su padre, a quien el escritor describe desde la adoración y el agradecimiento. Lean también, ya que estamos en Le Clézio, El buscador de oro y El pez dorado. Son obras más que suficientes para darnos cuenta de que la Academia sueca no se equivocó -como otras muchas veces- al concederle el Premio Nobel de Literatura.
Sainete-Marine: ahí está la vaina, la infancia mezclada con la geografía, la memoria inyectada en la escritura literatura, sin salirse ni un momento del método elegido para escribir Canción de infancia, una delicia de lectura que obliga al lector ya exigente a adaptarse a esta escritura que parece un trazo elemental de una memoria más de un escritor, o de la memoria de un escritor más, y no lo es. El esfuerzo de Le Clézio por "suavizar" la profundidad textual de su literatura en Canción de infancia, no va en la dirección de evitar la dificultad de esa misma escritura en el momento de llevarse a cabo. Todo lo contrario: lo difícil aquí es la sencillez, la certidumbre de una escritura en apariencia fácil que ha sido escrita con un tremendo esfuerzo literario. Por eso Canción de infancia es una película llena de maravillas, de descubrimiento del mundo de un niño que luego, en su vida real, va a llegar a lo más alto de su vocación, escritura tras escritura, el único golpe importante de su vida, la escritura literaria.
Le Clézio me contó una vez que él había visitado "el museo de las momias" en Las Palmas de Gran Canaria; que su padre, en uno de los muchos viajes de ida o vuelta de África, había buscado en la ciudad en la que nací el museo de los aborígenes de las islas, los guanches, y que él guardaba un recuerdo imborrable de ese episodio. Hemos quedado -y nos lo hemos prometido desde hace un par de años- que haríamos un viaje juntos para volver al lugar de las "momias", que no es otra estancia sagrada que el Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria. Tanto él como yo queremos hacer ese viaje. Canción de infancia me ha acercado de nuevo a este escritor y amigo al que considero un maestro de la vida y el mundo, un nómada impasible retratando su vida en palabras para que todos podamos conocerla leyendo sus obras.