Yo amaba a Toshiro Mifune, el último libro de poemas escritos y publicado hasta ahora por Tina Suárez Rojas, es un festín pantagruélico de versos, un lezamiano banquete poético, brillante, compacto, abierto y liberador. Había leído recientemente 'Brevísima relación de la destrucción de June Evon' y 'Así habló Sara Trasto', poemas que descubren y describen la madurez de una escritora excepcional, constructora de una poética tan personal como única, con un estilo rítmico que marca una música distinta y con una percepción del mundo clásico que se dibuja en todas las esquinas de sus poemas. Yo amaba a Toshiro Mifune pertenece a esa madurez asombrosa de la poeta: un brillante dominio de la palabra, una erudición poética sumamente incontestable, una lección de literatura muy poco común en estos tiempos en los que una jauría de poetastros se lanzan a la carrera del protagonismo en las redes sociales con cursilerías interminables y torpes vulgaridades; en tiempos como estos, donde los valores verdaderos se confunden con espejismos de disparates que se dicen y son tenidos por literatura, los poemas de Tina Suárez Rojas son un gran regalo para la esperanza y para quienes seguimos creyendo en los valores estéticos de la literatura, especialmente de la poesía. Lasciate ogni speranza todo aquel lector que no lo sea de la poesía clásica: las referencias de la mejor poesía en los poemas de Tina Suárez Rojas están presentes o escondidas en cada uno de sus versos, y la semántica final del poema no puede conocerse si no se sabe antes por dónde le entra el agua al coco. Manrique, Pavese, Blake, Unamuno en su pensamiento, Vallejo sobre todo, y tantos otros, y la literatura poética del griego clásico. Un festín, digo, porque la poeta ama la poesía con la pasión de la palabra siempre nueva o renovada y, por eso mismo también, es correspondida: la poesía ama a la poeta, la abraza con cada una de sus palabras y la bendice como una de sus diosas modernas y contemporáneas.
Cada vez estoy más convencido de que los escritores venimos a este valle de lágrimas a luchar por conseguir un lugar en este mundo. Esa es la huella, el objetivo de la poesía, no el afán de protagonismo, no la fama social ni los premios de los juegos florales que consagran equivocadamente a los tontos que juegan a la poesía como quien juega al tenis. Por eso el lugar en el mundo de Tina Suárez Rojas es la poesía. Lo persiguió desde el principio del ejercicio de la escritura literaria y lo fue consiguiendo hasta la madurez del herrero que domeña a golpes de genio el hierro de la vida y sus sudores. Para todo esto no le hace falta ideología, como creen algunos de sus intérpretes, ni siquiera se sirve del género, no le hacían falta tampoco las cuotas femeninas tan de moda en la estupidez de la que vivimos rodeados. Los poemas de Tina Suárez Rojas, por los libros que de ella llevo leídos, están llenos de ideas, no de ideología. Téngase en cuenta que las ideologías, las que sean, de una manera u otra, aprisionan, y las ideas, de cualquier manera, liberan. Y la poesía es liberadora o no es. En mi concepto, Yo amaba a Toshiro Mifune es, por tanto, un libro de poemas lleno de ideas que descubren la belleza y el ritmo de las palabras; sí, cada poema es un "monstruo" bellísimo contraído con la fuerza de las palabras y la voluntad de una poeta libérrima; cada verso es la construcción misma de unos cimientos culturales que van levantando un edificio único cuya solvencia poética está para mí fuera de duda. Tampoco se sirve nuestra poeta del truco de la geografía ni somete las ideas de sus poemas más que a la libertad y a la literatura, a su propia poética, lejos de otras historietas y otras tretas. Y el juego: ahí está el malabarismo textual y verbal en su jugo más perfecto, la palabra vibrando y brillando en el universo, en su lugar exacto, y como la buscaba Flaubert desesperadamente, ella misma también exacta. Por eso digo festín, digo descarga musical, banquete lezamiano en el sentido estricto, fiesta de la palabra para seguir tratando de ser exactos. Y los versos: cada uno una nota, un descubrimiento que camina hacia la sinfonía que nos propone Tina Suárez Rojas con sus poemas. Hablaba antes de su lugar en el mundo: la poesía, tratada con un respeto imponente por la escritora, en la misma línea estética de Virginia Woolf, la literatura sobre todas las demás circunstancias y pasiones de la vida. Por eso lo digo y llamó festín, regalo para el lector, esperanza del valor de la palabra. Y su lugar en el mundo, ganado a pulso verbal y lírico. En fin, la poesía y Tina Suárez Rojas.