Hablar es una cuestión ética. Y ya se sabe: no hay estética sin ética, que es el texto del telegrama de José María Valverde a Enrique Tierno Galván cuando el franquismo le robó la cátedra al Viejo Profesor. Pienso en Tierno Galván: ¿qué diría el Viejo Profesor si un alto cargo del gobierno equiparara a los independentistas catalanes fugados de la Justicia con los exiliados republicanos (aunque nadie los estaba buscando)? Me pongo en su lugar: le causaría indignación y escándalo. A veces imagino a Azaña en Montauban. Tengo un amigo, José Esteban, que durmió en la misma habitación del mismo hotel en el que murió el estadista republicano. No pudo pegar un ojo en toda la noche pensando en su exilio. Pienso en Antonio Machado. Y en Concha Méndez, a quien conocí en México en los años 80, cuando era una de las mantenedoras de un Ateneo Español en la Ciudad de México que vivía de puro milagro histórico: sólo con la fuerza de aquel exilio grandioso. Pienso (y veo en mi imaginación) las riadas y riadas de españoles republicanos al final de la guerra incivil: los veo caminando hacia Francia para acabar en campos de concentración, hacinados como animales y tratados con una indignidad canallesca. ¿Qué diría Jorge Semprún, por ejemplo, de esa equiparación de huidos con el exilio español? Imagino a Lázaro Cárdenas en México, recibiendo a miles de exiliados con los brazos abiertos. Me acuerdo de Agustín Millares Carlo y de Juan Marichal. Releo con mi memoria a Luis Cernuda. Y luego veo a los miles de resistentes anónimos, trabajadores, maestros, ebanistas, médicos, profesores, gente huyendo en las enormes caravanas de exiliados republicanos. Conocí a muchos que terminaron enviando a sus hijos a España, a estudiar a la universidad, para que no perdieran de vista las raíces y el país de donde venían... ¿Qué hubiera dicho ante esta vileza de Pablo Iglesias el gran Francisco Ayala? Quiero decirles que me extraña mucho el silencio de tantos corderos, escritores de izquierdas según ellos, progresistas de salón, en mi concepto.
Cuestión de ética, ese es el principio. Y quien carece de ética no tiene ni el más sentido estético de lo que dice. Sí, indignación, desasosiego y rechazo absoluto de esta canallada. Porque es la vileza de un canalla, y no otra cosa, lo que significa igualar al exilio republicano, a la diáspora política española después de la guerra incivil, con los fugados independentistas catalanes. No, no hay exilio cuando se huye de un país en donde rige una democracia homologada con las europeas. Y ese es el caso de España. Claro que no hay democracias perfectas, no hay democracias sin defectos. Hecha por hombres, por muy grandes que sean, no se puede esperar otra cosa. Pero una cosa es una cosa y otra muy distinta es que, amparado en la libertad de expresión y en su poder actual, un dirigente político ¡y de izquierdas!, según dice, diga lo que ha dicho y aquí nos quedemos con las manos en la cabeza como si Julio Salinas hubiera fallado un gol más a puerta vacía. Y a otra cosa. Como si hubiera simplemente metido la pata en una expresión en la que se le fue la olla, y nada más.
Hablar es una cuestión ética, sobre todo si se habla como cargo público, si se ostenta un cargo público de la envergadura del que ocupa Pablo Iglesias. Un dirigente viene obligado a demostrar la estética que dimana de la ética, que se supone que es el primer elemento del que tiene que estar dotado un político. La supuesta superioridad de la izquierda no le da derecho a nadie a decir canalladas que ofenden a cuenta de miles de personas cuyas familias tuvieron que exiliarse y, desgraciadamente, morirían en el exilio. Es -lo repito- la vileza de un canalla la única que puede permitirse ese uso canallesco de la libertad de expresión: digo lo que me da la gana porque soy quien soy y puedo. Y lo demás no importa en ese momento ni después: ni la ética ni la estética de la que carece esta afirmación canallesca. Además, la indigencia histórica demuestra que el prócer de Podemos no es ni tan inteligente ni tan culto como dicen tantos de sus devotos, los mismos que escriben y escriben una y otra vez contra todos los demás cada vez que yerran y que ahora exhiben ese silencio cómplice de los corderitos mansos que, aunque supongo que rechazan las palabras de su jefecillo, hacen un mutis en el escenario donde deberían exhibir precisamente la ética y la estética que dicen tener por bandera. Así nos va y así se va. No dejo de pensar en esta canallada. Pasan los días y, en lugar de empequeñecerse, el episodio se agranda y me asusta. Sólo me provoca asco. Asco estético y, por supuesto, ético.