La semana pasada lo vimos todos por televisión: una horda de miles de salvajes asaltó el Capitolio, lugar sagrado para la democracia y la libertad estadounidenses. Dicen que lo hicieron para recuperar las libertades que les habían robado en las urnas un mes y medio antes. Y, lo peor del incalificable suceso: quien invitó una y otra vez, durante cuatro años de su mandato, a que fueran conculcadas las leyes y se cometiera finalmente este delito flagrante e inédito fue el propio presidente de los Estados Unidos de América, el republicano Donald Trump, la vergüenza del mundo occidental, el perfecto idiota norteamericano, por mucho que Steve Bannon y algunos otros de sus apóstoles y brujos hayan tratado de enseñarle los elementales modales necesarios a un presidente de Estados Unidos. Este hecho marca el final de un retroceso histórico que no se sabe bien dónde y cuándo empezó pero que, al final y a la postre, acaba en un vergonzoso esperpento, sin altura ni grandeza algunas. Trump es ese personaje que si nos cayera bien, que no es precisamente el caso, sería un cómico formidable. Alguien capaz de hacernos reír con sus gestos, sus facciones ridículas, sus dichos, sus frases y palabras dirigidas siempre a una parroquia que lo aplaude sin cesar, muchos de los cuales asaltaron el Capitolio hace unos días muy contentos todos de haber cumplido con la misión que les encomendó su presidente.
Ya no se sugiere, se confirma: el populismo es la nueva máscara del fascismo, por la derecha y por la izquierda; el populismo no necesita para salir a la calle y asaltar las libertades más que un jefe que lance a sus masas contra la lógica histórica y ordene el retroceso de esa misma Historia, la vuelta atrás y la repetición de las atrocidades que el mundo vivió en los alrededores de los años 30 y 40 del siglo pasado. Trump es una caricatura de Mussolini: tiene sus mismas posturas públicas, azuza de la misma manera y lanza a masas más o menos analfabetas al ataque contra el tiempo, contra el mundo y contra la ley. De eso se trata: de la tentación totalitaria, siempre al acecho para robarle a quienes todavía tenemos la libertad que ellos, el fascismo, el comunismo, el totalitarismo, dicen que la democracia les ha robado.
¿Cuándo empezó todo esto? El novelista peruano Alonso Cueto, gran amigo, acaba de enviarme un artículo del Daily News, firmado por Jorge Fontevecchia, y titulado 'Two weeks more', las que le quedaban entonces a Trump para abandonar "su" Casa Blanca. El artículo es muy interesante porque viene a decir que una de las causas principales de todo cuanto está sucediendo en el mundo occidental, y -desde luego- en Estados Unidos de América, tiene una raíz cultural: el empobrecimiento del lenguaje, la miseria moral que se esconde en lo que yo llamo la didáctica de las palabras. Una razón cultural que esconde una razón política cada vez menos secreta: idiotizar a la población con una educación vacía de contenido; darle a la gente sólo la necesidad de un lenguaje pobrísimo en léxico y entendimiento para que no vayan más allá de la fase simple e infantil, para que no se le ocurra a nadie atisbar el más mínimo pensamiento abstracto o complejo.
El profesor García Gual, uno de los pocos filólogos sabios que nos quedan en España, lo explicaba hace unos días en una entrevista publicada en un periódico de alcance nacional: sacar las Humanidades de los planes de estudio ha venido a empobrecer hasta la miseria el pensamiento del ser humano del siglo XXI, y a buscar un retroceso histórico totalitario que Orwell o Huxley no hubieran pronosticado mejor. El mundo regresa lentamente, de manera casi imperceptible para las mayorías, al "panem et circensem" del Imperio Romano, con un añadido negativo: que las masas de hoy prefieren "circenses" antes que "panem" porque el retroceso ha sido tal que ellos mismos se niegan a entender las libertades, los derechos y los deberes de una democracia que muchos, con razón, dicen que se encuentra en la decadencia.
La educación, la educación, la educación: esas son las tres premisas con las que un puñado de gente en el mundo luchamos con la palabra libre para mantener lo que nos queda de lucidez en este siglo. La educación que nos falta nos daría el impulso para enfrentarnos a quienes, en mayoría, adoptan el papel de las bestias salvajes y optan por la agresión y la violencia. La educación que nos falta nos daría el lenguaje y la inteligencia necesarias para saber que la sanidad pública es más necesaria que nunca. Y que a más libertad, más educación y más sanidad pública.
El empobrecimiento del lenguaje lo dice todo. Y Trump es el maestro de la ceremonia circense y peligrosa que estamos viviendo en esta actualidad de pandemia, convulsa y terrible.