Variaciones de color: azules, blancos y grises. Cierta reminiscencia de la Victoria de Samotracia: escultural el óleo, narrativo, sugerente, esencia elegante de artista que está de vuelta de todo, sin el reconocimiento debido. Vivimos tiempos de siempre: Bovary y Emilio Machado, un mito que llega incluso a Buñuel en su gran película: una leyenda de Flaubert que sobrevive por encima de los tiempos, las guerras, las enfermedades y las muertes. La enfermedad y la vida de Emilio Machado: la pintura, los colores, la imagen, los volúmenes: una melodía plástica que componen cientos de cuadros, arquitectura, solvencia pictórica, profundo conocimiento de los secretos del color y la imagen. ¿Por qué no es un artista más conocido? Para mí, y quiero decir que es un criterio compartido por mucha más gente, Machado es el pintor canario, el artista plástico más importante de la segunda mitad del siglo XX después de Manolo Millares, nuestro Goya del siglo pasado.
Esta Madame Bovary, que ilustra este comentario de mis miércoles en El Cultural es el producto de una larga vida de lector, de conocedor de la vida, de sus arquitectura a y sus encuadres, sus sincronicidades e hipotéticas casualidades. Carga Machado ya con 80 años, pero ha vivido más de 120. Su arrolladora, desbordada e intransitable vitalidad lo han convertido en un artista casi solitario. Y, en cuanto a lo que se dice de los pintores, que son culturalmente analfabetos la mayoría, Machado rompe el molde: es todavía capaz de cantar ópera en alemán, francés e inglés, tres lenguas que maneja como si fueran las suyas. Toca instrumentos como si fueran sus cubiertos de comer. Habla más que cuando era joven y se refugiara, como Picasso, en los burdeles de Barcelona, París y Canarias para pintar sus desnudos y sus glorias plásticas. Ha regado de hijos la faz de las tierras en que ha vivido y ha reconstruido y rehabilitado una joya de la arquitectura y la historia de México: el Hospicio Cabañas de Guadalajara, México. De Moby Dick a Madame Bovary, la literatura clásica no tiene secretos para él. Es genial y pudo ser un genio, pero no se lo propuso, sino que quiso ser un artista libérrimo aún a costa de abandonar las tradiciones y los deberes más importantes de la vida de un hombre. Pero ahí está su obra: inconmensurable y escondida, la obra de un viajero de la vida. Su Madame Bovary puede ser cualquiera, incluso la gran mujer de Flaubert, el de aquella frase genial ante los jueces que quieren encarcelarlo: "Madame Bovary soy yo".
En la novela, Bovary tiene algunas veces ojos verdes, y otras grises o azules: la mujer de las palabras exactas de Flaubert; la Bovary de Machado es una mujer de azul picassiano, de corte clásico, de volumen lleno de historia: de colores exactos como las palabras de Flaubert en francés. Me enamoré de la Madame Bovary de Machado, a quien admiro y quiero desde que lo conocí en casa de Juan Cruz en Santa Cruz de Tenerife (hace ya más de cincuenta años), como se enamoraron de la novela de Flaubert el novelista Vargas Llosa y millones de lectores, entre los cuales felizmente me encuentro. Sueño ahora, de vez en cuando, en la penumbra de este verano interminable de mi ciudad predilecta, en la que vivo y sueño, Madrid, con la Madame Bovary de Machado y con la que leí en traducción española de Consuelo Vergès, y la que leí en francés muchos años después del gran descubrimiento. Se lo he dicho a Machado muchas veces: "te vas a morir y no voy a tener en mi casa más que seis o siete cuatro tuyos", que son los que tengo. Pero quiero más. En la penumbra de la noche sin frío, sueño con los blancos, los grises, los blancos y sus variaciones: la Madame Bovary de Machado. El artista se ríe cuando escucha por teléfono mi petición. Esta allí, donde quiso vivir, en la Costa Brava, entre Barcelona y Girona, él que siempre se reclamado de la "escuela catalana" en su plástica y en su concepción artística. Sí, Dalí, Joan Pons, Cuixart, Tàpies. Casi nada.
Me anuncia el pintor una exposición magna y antológica en Alcalá de Henares para febrero y marzo del próximo año. Si su etapa blanca se expusiera en cualquier galería de Tokio, porque hoy Tokio es el mundo, los coleccionistas se llevarían todos esos óleos que dejan al espectador exultante y asombrado. Pero vuelto a ese acontecimiento que ahora esperamos con fervor: Machado en Madrid, en Alcalá de Henares, llenando grandes salas con su exuberancia plástica, con su palabra barroca, con la cantidad de escuelas por las que ha pasado como un terremoto, de las que tomado las especias más relevantes. De cada una y de todas. Escribo estas letras últimas de mi comentario y me tiendo en mi sillón de cuero nórdico color mostaza a escuchar a Brendel tocando al piano a Schubert. No duermo: sueño con los azules y los blancos de Madame Bovary y escucho la voz de Flaubert, como un murmullo melancólico y melódico dentro de mis propias somnolencias.