En el mundo de Cyberpunk 2077, los ordenadores se han fusionado con nuestra biología. Implantes biomecánicos que sustituyen extremidades y órganos, no porque hayan sucumbido a la progresión de alguna enfermedad, sino para proporcionar capacidades sobrehumanas. Cuerpos que se convierten en una aleación de carne y cromo, con puertos de entrada en la sien donde incrustar un USB o cables desplegables en las muñecas para actualizar el firmware.
Un transhumanismo maximalista que ha afectado a la cultura y la sociedad a todos los niveles, de las grandes corporaciones japonesas que rigen la economía e imponen su ley al margen de las estructuras democráticas.
Cyberpunk 2077 fue uno de los juegos más esperados de la última década. Por eso, cuando después de numerosos retrasos, el juego salió a la venta en diciembre de 2020 completamente roto, el escándalo fue mayúsculo.
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Sony decidió retirarlo de su tienda digital, se ofrecieron devoluciones masivas y aun así no se libraron de demandas judiciales. La ambición les había doblegado y la reputación de CD Projekt RED, el estudio polaco que se había erigido en referente con The Witcher, quedó destruida.
En vez de tirar la toalla, agacharon la cabeza y se pusieron a arreglar el desaguisado. Ha sido una larga travesía por el desierto, pero ahora podemos decir que con esta Ultimate Edition, tres años después, el juego está al nivel de pulido técnico con el que tendría que haber salido a la venta.
Para capitalizar la redención, los polacos han volcado sus esfuerzos en una amplia expansión, Phantom Liberty, una historia paralela donde Idris Elba interpreta a un espía consumado con lealtades contrapuestas y que añade un cuarto final a la trama.
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Cromo inoxidable
Cyberpunk 2077 quizá no tenga la complejidad mecánica que su inspirado mundo sugiere, pero triunfa por su irresistible personalidad estética, unos personajes bien perfilados e interpretados por un reparto espectacular, una trama que nos hace preguntas sobre la naturaleza de la conciencia y los estragos del progreso tecnológico.
Night City es una distopía provocada por un capitalismo fuera de control, donde todo es una mercancía o un producto, donde las corporaciones se enfrascan en guerras en la sombra y establecen una cadena trófica de miseria que excreta su detritus hasta los desposeídos que se agolpan como cucarachas en colmenas de cemento donde ni la policía se atreve a entrar. Es un mundo donde el cuerpo ha dejado de ser sagrado para convertirse en material profano que alterar y modificar a gusto del consumidor.
Keanu Reeves disfruta del mejor papel en veinte años de carrera en Johnny Silverhand, la conciencia digital de un rockero que lleva muerto cincuenta años, cargado de inventivas y apreciaciones irónicas sobre la realidad, un narcisista patológico pasadísimo de rosca, con impulsos terroristas hacia las megacorporaciones y, sin embargo, con un corazón sincero debajo de todo el cromo inoxidable.