Con su cínica y continua utilización de la expresión fake news, que usaba contra cualquier noticia que perjudicara sus intereses, Donald Trump popularizó durante su etapa como presidente de los Estados Unidos este término que fue considerado por el Diccionario Oxford como la palabra del año 2017.
En realidad, el término alude a un fenómeno que se remonta, como mínimo, al Imperio romano: la manipulación informativa, el bulo, la desinformación o, como dice otro neologismo, “infoxicación”. Son maneras distintas de hablar de algo tan antiguo como la mentira, aunque aplicada a la comunicación de masas y con un matiz propio: son contenidos pseudoperiodísticos que se difunden a través de medios de comunicación tradicionales, portales de noticias o redes sociales con el objetivo de desinformar a un público específico y manipular la opinión pública.
Fíjense si llevamos tiempo lidiando con la mentira que la palabra “diablo”, etimológicamente, significa “calumniador”, “el que arroja mentiras”, como recuerda el periodista Mario Tascón, comisario de la exposición Fake News. La fábrica de mentiras. Organizada por la Fundación Telefónica, la muestra reflexiona sobre el impacto de la desinformación en nuestra sociedad y aporta herramientas para defendernos de ella, y puede visitarse en la tercera planta del Espacio Fundación Telefónica, en la Gran Vía madrileña, hasta el 19 de noviembre.
Según Tascón, “uno puede escribir un libro o dar una conferencia, pero la exposición es el elemento didáctico por antonomasia”. En esta encontramos mayoritariamente texto y datos —dispuestos con un diseño atractivo y numerosas infografías animadas—, acompañados de algunas piezas de museo —originales y reproducciones— que se remontan a la Antigua Roma y la Edad Media para mostrar la historia de la manipulación informativa. También se presentan obras de artistas visuales y casos de estudio reales.
La desinformación se ha convertido en un fenómeno alarmante en los últimos años precisamente por el continuo bombardeo de información y la hipercomunicación que caracteriza al mundo contemporáneo. Aquí van algunos datos que arroja la exposición y que demuestran que hoy generamos y recibimos más información que nunca: cada segundo se comparten en el mundo 740.000 mensajes de WhatsApp, 6.000 tuits y 700 publicaciones de Instagram. Esta velocidad nos mantiene más conectados que nunca, pero también nos hace más vulnerables ante la manipulación informativa.
Aunque todos hemos escuchado la frase “no te fíes de la prensa” en boca de aquellos que luego son los primeros en reenviar bulos cutres recibidos por WhatsApp, parece que el auge de las fake news ha reforzado el papel de los medios tradicionales para poner orden en medio del caos informativo. El estudio “Desinformación científica en España”, elaborado por FECYT en 2022, indica que los encuestados tienen la percepción de que las redes sociales —como Facebook e Instagram— y las aplicaciones de mensajería —como WhatsApp y Telegram— son los medios por los que más se transmite la información falsa. El 61,7% y el 43,8% de la población, respectivamente, dicen recibirla a través de ellos, seguidos por la televisión, la prensa digital, otros medios digitales (blogs, foros, pódcasts…) y, ya muy por detrás, la prensa escrita (21,9%) y la radio (20,8%).
Otro estudio de Science indica que las noticias falseadas (término que la Fundación del Español Urgente, Fundéu, recomendó para evitar el uso del innecesario anglicismo fake news, aunque sin éxito) tienen un 70% más de probabilidades de ser compartidas que las noticias verdaderas, y según un estudio del MIT, la mentira viaja en Twitter seis veces más rápido que la verdad. Todos estos datos se visualizan en la exposición con infografías animadas realizadas por Maldita, el medio digital especializado en el rastreo y desmentido de bulos. En la exposición se afirma, además, que los bulos relacionados con la política son los que alcanzan mayor difusión, por encima incluso de cuestiones relacionadas con terrorismo, desastres naturales, economía o leyendas urbanas.
La sección de la exposición titulada “Nuestro cerebro nos engaña” enumera, explica y ejemplifica los sesgos cognitivos que favorecen que nos creamos noticias falsas e incluso las difundamos sin querer. Entre ellos se encuentran el de confirmación (nos gusta confirmar nuestras creencias), el de autoridad (nos fiamos de aquellos que tienen cierta autoridad, sin cuestionar sus objetivos o métodos), el falso consenso (pensamos que nuestras creencias son las más habituales) o el efecto marco (que determinan nuestra respuesta según cómo se nos presente la información).
Otra infografía animada proyectada sobre una plataforma circular presenta el índice de verosimilitud de un contenido, determinada por dos factores: la emoción y la calidad. Si la información que se presenta impacta emocionalmente y coincide con nuestras ideas, es altamente probable que se considere verdadera, aunque su confección sea burda. Por tanto, si ambos factores, calidad y emoción, coinciden, lo más seguro es que interpretemos la información como cierta.
Alfabetización digital
“No hay herramienta democrática capaz de luchar contra la desinformación”, dice el comisario de la exposición. Por eso, la mejor forma de combatirla es fomentando la alfabetización digital e informativa de la ciudadanía, mejorando nuestra capacidad para distinguir las fuentes fiables de las que no lo son y los detalles que pueden hacernos sospechar que una información no es cierta. “Esto debemos enseñarlo en la escuela pero debemos seguir formándonos al respecto a lo largo de nuestra vida, y esto es ya una responsabilidad individual”, opina Pablo Gonzalo, director del Área de Cultura Digital de la Fundación Telefónica. Por su parte, María Brancós, responsable de exposiciones de la institución, elogia el ejemplo de Finlandia, “que ha emprendido un programa de alfabetización mediática transversal en las escuelas”.
Hay datos que muestran la importancia de mejorar la alfabetización informativa de la gente: según el estudio Media & News Survey de la Unión Europea en 2022, solo el 14% de los españoles confía mucho en ser capaz de reconocer la desinformación cuando se la encuentra. El 52% confía algo, el 26% no confía demasiado y el 4% no confía nada en saber distinguirla. Unas cifras prácticamente iguales a la media de la UE.
El propósito de Fundación Telefónica es contribuir en esta tarea pedagógica, por lo que en torno a la exposición ha preparado un programa complementario de actividades presenciales y online que incluye 12 charlas y mesas redondas con expertos sobre el tema.
Casos históricos
Fake News. La fábrica de las mentiras muestra ejemplos históricos de manipulación histórica de todas las épocas, empezando por la antigua Roma, de la que somos herederos incluso en esto. Entre los bulos y difamaciones de aquella época que han persistido hasta hoy, la exposición menciona el gran incendio de Roma supuestamente provocado por Nerón o que Livia planeara el asesinato de todos sus herederos al trono.
Uno de los grandes maestros de la propaganda política y la manipulación informativa fue el emperador César Augusto. En la exposición se muestran dos monedas que dan cuenta de ello. Una muestra la leyenda Ob civis servatos (“por la salvación de los ciudadanos”), ya que se jactaba de haber salvado a la moribunda República cuando lo que hizo fue acabar con ella y fundar el Imperio, gobernado de manera unipersonal. Otro denario de plata que se muestra al lado fue acuñado por Marco Antonio para pagar a sus tropas. Cuando cayó Marco Antonio, Octavio (aún no había tomado el nombre de César Augusto) se hizo con sus monedas para paliar su crisis financiera, pero hizo creer que estas monedas habían empezado a circular entre sus tropas porque los soldados de Marco Antonio estaban cambiándose de bando en masa.
Entre los ejemplos de la Edad Media encontramos libelos de sangre: alegatos antisemitas basados en falsas acusaciones de que los judíos mataban niños cristianos para beberse su sangre. Una ilustración muestra una acusación dirigida contra el duque de Alba, al que se ve comiendo niños.
Ya en la Edad Moderna, otro dibujo muestra un supuesto monstruo —una arpía devoradora de hombres y ganado— que apareció en la laguna de Tagua Tagua, en Chile. Se decía que el monstruo había sido enviado a Cádiz para que lo viera el rey de España. Los impresores de la época reprodujeron y difundieron la imagen y, con ella, la falsa noticia, que circuló por toda Europa.
Otro bulo famoso es el que propagó el diario neoyorquino The Sun en 1835, según el cual el astrónomo John Herschel había observado vida inteligente en la Luna gracias a su potente telescopio.
Por su parte, el magnate de la prensa William Randolph Hearst es recordado por difundir en 1898 una de las primeras noticias falsas a través de la prensa, que tuvo graves consecuencias para España. Su periódico, The New York Journal, publicó que los españoles habían provocado el hundimiento del acorazado Maine en el puerto de La Habana. Como consecuencia de la indignación que aquella mentira generó en la opinión pública, el gobierno de Estados Unidos declaró la guerra a España.
Tampoco podían faltar la célebre transmisión radiofónica que Orson Welles hizo en 1938 de La guerra de los mundos de G. H. Wells y que fue replicada en Quito en 1949 generando una reacción enfurecida de radioyentes que prendieron fuego a la emisora, donde murieron cinco personas, según explica el comisario de la exposición.
Imágenes trucadas
La guinda de toda información falsa es una imagen manipulada. La exposición muestra ejemplos de esta práctica desde la invención de la fotografía hasta nuestros días, como un retrato oficial de Lincoln cuya cabeza fue pegada sobre un cuerpo más estético que el suyo —y que pertenecía, irónicamente, a un esclavista—, imágenes de la Primera Guerra Mundial creadas a partir de la combinación de varias fotos para aumentar la épica de la composición, las famosas fotografías retocadas por Stalin para hacer desaparecer personas que habían caído en desgracia, una foto de Obama visitando un laboratorio estadounidense que se hizo pasar por chino para difundir el bulo de que Estados Unidos había tenido algo que ver con la pandemia de Covid, o el reciente fake realizado con la inteligencia artificial Midjourney que mostraba al papa Francisco con un desproporcionado abrigo blanco de plumas que le hacía parecer una estrella de la música urbana.
Hay fotógrafos y artistas visuales que llevan décadas tratado de arrancarnos la inocencia con respecto a la veracidad que otorgamos a las fotografías. Uno de los pioneros en este campo es el español Joan Fontcuberta, de quien se expone una pequeña muestra de su proyecto Sputnik, un falso documental de 1997 sobre un cosmonauta soviético perdido en el espacio cuyo accidente había sido encubierto supuestamente por la URSS. El proyecto al completo, que no ha dejado de exponerse desde entonces —y que precisamente se estrenó en la Fundación Telefónica— puede verse hasta el 25 de junio en el Museo Ruso de Málaga.
“La idea se me ocurrió en 1990. Un año antes se había desplomado el Muro de Berlín y había aparecido PHotoShop”, explica el artista durante la presentación de la exposición. El desmoronamiento de la Unión Soviética y el surgimiento del revolucionario software de retoque fotográfico fueron dos acontecimientos fueron determinantes en la creación de este proyecto inspirado en las imágenes manipuladas del estalinismo y que llegó a generar airadas protestas del embajador ruso en Madrid.
El propósito de Joan Fontcuberta era “mostrar lo engañoso de las imágenes y cómo el marco en el que se muestra algo influye en su recepción. Si presentamos algo en el contexto de un museo, adquiere una autoridad y una fuerza de convicción mucho mayor”.
En Fake News. La fábrica de mentiras también puede verse el proyecto The Book of Veles, del fotógrafo noruego Jonas Bendiksen, de la agencia Magnum. Durante la pandemia del Coronavirus fotografió las calles vacías de la localidad macedonia de Veles, que durante la campaña electoral entre Hillary Clinton y Donald Trump en 2016, se convirtió en un importante polo desde el que se difundieron noticias falsas. Luego editó las imágenes añadiendo figuras humanas diseñadas por ordenador y las complementó con relatos generados por un robot. "El resultado fue un engaño que fascinó a la escena fotográfica internacional y que se llegó a aceptar como verdadero", se explica en la exposición.
También participa en la muestra el colectivo Domestic Data Streamers con la instalación audiovisual Data Heartbreak, sobre el consumo incesante de información al que nos sometemos voluntariamente a diario. En esta pieza, concebida originalmente para el festival Llum de Barcelona, abordan el fenómeno de la economía de la atención, en la que muchos actores compiten por captar nuestra atención el mayor tiempo posible, y nos lanzan preguntas incómodas que revelan hasta qué punto la culpa es de los propios usuarios.
La amenaza de lo “ultrafalso”
La última parte de la exposición está dedicada a la forma más sofisticada y peligrosa de manipulación de imágenes: el deepfake (de nuevo la Fundéu propone una alternativa en español, “ultrafalso”), que consigue trucar los vídeos de manera que resulta, en los casos de mayor calidad, prácticamente imposible distinguir si algo es real o no. Muchos de estos vídeos trucados muestran a personajes famosos en situaciones que nunca han ocurrido o diciendo cosas que nunca han salido de sus labios, y en la exposición vemos ejemplos realmente conseguidos de Morgan Freeman, Donald Trump, Kim Kardashian y Mark Zuckerberg, que forman parte del proyecto Big Dada / Public Faces, de Daniel Howe y Bill Posters, que en 2019 dio la vuelta al mundo y abrió el debate sobre la falta de políticas relacionadas con el control de este tipo de tecnologías.
Justo a continuación, el visitante podrá situarse delante una cámara y elegir un famoso (de Leonardo di Caprio a Michelle Obama), que usurpará su rostro, generando su propio deepfake. Un divertimento que seguramente generará alguna aglomeración de público, ya que solo hay dos pantallas para probar la herramienta.
Ya en la última sala, se muestran ejemplos de deepfakes con los que se enseña cómo detectarlos a partir de sus fallos, como cambios en la coloración de la piel o incongruencias en la perspectiva de las facciones, y se remata la experiencia con cuatro pupitres donde, aquellos que lo deseen, pasarán un examen para comprobar si, tras lo aprendido, son capaces de distinguir una noticia falsa de una verdadera.