Cuando Facundo de Zuviría (Buenos Aires, 1954) era pequeño, su madre trabajaba como guía turística en Buenos Aires. Aquellas rutas a las que él también asistía y la columna semanal en el diario La Prensa que su madre escribía sobre los rincones secretos de la ciudad le llevaron a conocer bien la capital argentina. Así, cuando cogió la cámara de fotos de manera profesional lo tuvo claro: la protagonista de su obra no sería otra que su ciudad natal. Y así ha sido durante los más de 40 años de trayectoria que ahora se revisan en Estampas porteñas, una exposición retrospectiva que se puede ver en la Fundación Mapfre hasta el próximo 7 de mayo.
"Retrato Buenos Aires no porque busque algo específico, sino porque la encuentro autorreferencial, es donde he vivido y todo me remite a recuerdos. No puedo decir que sea más bonita que otras ciudades pero me da la posibilidad de escribir o fotografiarme a mí mismo", reconoce. La muestra reúne 195 imágenes en las que vemos fachadas de tiendas, algunas abiertas y otras cerradas, carteles publicitarios pegados los unos sobre los otros alertando sobre el paso del tiempo, letreros y maniquíes de cera en una especie de collage urbano que nos muestra cómo fue y en qué se ha convertido la ciudad.
Se puede decir que la obra de Facundo de Zuviría es en realidad un archivo fotográfico. En 1983, fecha en la que comenzó su andadura profesional en el mundo de la fotografía, trabajó en un programa cultural que buscaba llevar la cultura a todos los barrios bonaerenses. “Aquel proyecto ponía el acento en generar relaciones entre vecinos y barrios. Yo fui el fotógrafo de ese programa revolucionario que quería descentralizar la cultura”, recuerda De Zuviría. Y añade: “Cuando Alfonsín asumió el liderazgo del país, me sentía identificado con ese gobierno y ese proyecto. A raíz del programa conocí los barrios de Buenos Aires, caminaba por todos ellos documentando las actividades pero también empecé a fotografiar para mí”.
De Ródchenko a Walker Evans
Facundo de Zuviría no tardó en encontrar un estilo propio con el que retratar a su protagonista. En un principio, la influencia del fotógrafo y escultor ruso Aleksandr Ródchenko fue clave. Le impactaron sus tomas “disruptivas en la época de la revolución, esa búsqueda con ángulos picados y contrapicados. Me pareció extraordinario y me deslumbraba. Yo buscaba esos ángulos y esa deconstrucción de la realidad”, sostiene. De hecho, las imágenes de los años que van de 1980 a 1984 tienen esas características que le acercan al fotógrafo ruso.
Sin embargo, es en esa misma época cuando comienza a tener importancia su realidad más cercana con el registro de la cultura popular de los barrios. “Esto desplazó esa actividad de búsqueda de la deconstrucción formal y empecé a hacer encuadres simétricos, frontales, con un composición más clásica pero sin abandonar por completo lo rodchenkiano”, afirma. Es aquí cuando conoce la obra del norteamericano Walker Evans, fotógrafo que creó una nueva iconografía norteamericana a través de una mirada que se fija en la señalética, en los pueblos y sus calles, en los negocios. “Sin querer copiarle pero teniéndolo siempre presente, quise hacer un archivo de Buenos Aires que fuera, al mismo tiempo, una manera de definir nuestra esencia porteña”, apunta.
De modo que no cejó en su empeño de armar un conjunto que atraviesa gran parte de la historia más reciente de su ciudad. Se trata de “una suerte de argentinidad manifiesta en los frentes urbanos. Me propuse confeccionar una especie de catálogo personal de fachadas urbanas, viviendas de clase media en los barrios, tiendas modestas y algunas otras cuyo significado parece difícil de precisar”. Con el paso del tiempo, “este registro de expresiones sociales y espontáneas se ha convertido en un documento de la época que me ha tocado atravesar”, apunta De Zuviría.
En sintonía con Henri Cartier-Bresson, al que considera “el mayor poeta de la fotografía”, cree en la emoción del momento, en el hallazgo. “Cuando veo algo que me conmueve o interpela sé que tengo que fotografiarlo. Si no es el momento adecuado porque la luz no es buena, intento pasarme de nuevo más tarde”, admite.
La fotografía como poesía
En la obra de Facundo de Zuviría se adivina un matiz poético y es que este lector voraz considera que la fotografía tiene mucho que ver con la poesía. “Cada imagen es un poema y, de alguna manera, toca una fibra íntima de mí y de quien la ve, aunque no necesariamente sea la misma". Gran lector y amante de las librerías, su vida está atravesada por escritores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Pablo Neruda o Federico García Lorca.
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Sin embargo, a pesar de que una gran parte de su obra tiene este cariz poético, hay una serie que con el paso de los años ha adquirido un matiz político a pesar de que no surgiera con esa motivación. Titulada Siesta argentina, en ella Facundo de Zuviría retrata los años de la bancarrota y el corralito que hundió a su país. “Es una de las series conceptuales que he hecho. Arrancó en 2001 durante la crisis con la que tanto sufrimos. Había desesperanza, los negocios de barrio iban cerrando, lo veía día a día. Bajaban las persianas e iban quebrando. Empecé a ver ese paisaje del cierre, de la clausura”, recuerda.
En los primeros compases de 2001 fotografiaba tanto negocios abiertos como cerrados y le empezó a fascinar esa estética y poética que encotraba a su paso. Avanzado el año, comenzó a centrarse en los negocios cerrados hasta que se convirtió en una obsesión. En 2004 presentó por primera vez la serie a la que tituló Siesta argentina de “manera optimista, pensando que la crisis no iba a durar para siempre”, lamenta. Con su particular técnica de toma frontal, De Zuviría es testigo de una tragedia que captura con delicadeza y, sin saberlo, crea un archivo de carácter político que “expresa el dolor que suponía para todos aquella hecatombe”.
Así, Facundo de Zuviría ha creado colecciones de antropologías urbanas que tienen su esencia en la cultura popular y en la publicidad. “La ciudad genera una saturación de imágenes y por eso no fotografío ni el campo ni el paisaje. Si voy a un lugar disfruto de la naturaleza y la fotografío por compromiso más que por convicción”, se sincera. En definitiva, el paisaje de Buenos Aires y sus reflejos son su gran inspiración porque nada, concluye, le transmite con tanta profundidad como su ciudad.