Ha sido la omnipresente de esta edición de ARCO. Representada en cuatro galerías: la londinense Lisson, Krinzinger de Viena, la bilbaína Carreras Múgica y la madrileña Helga de Alvear, el gran público ha podido familiarizarse con piezas de diversas épocas. Si a esto añadimos una entrevista en la revista S Moda, constatamos que, por fin, Ángela de la Cruz ha pasado de ser una artista “de culto”, o “de artistas”, a una creadora popular y mediática.
Y no es que no le faltaran méritos: nominada al premio Turner en 2010, tras residir en Londres desde finales de los años 80, y Premio Nacional de Artes Plásticas en 2017; sin embargo, su residencia hasta hoy en Gran Bretaña, junto a su rotundo éxito en el mercado en la última década, han ido aplazando una retrospectiva que ya se hace esperar. Ahora, además, la corriente social mira con empatía su discapacidad, tras una hemorragia cerebral en 2005 que le dejó en una silla de ruedas desde la que dirige, con energía, a los asistentes que materializan sus piezas.
Entre pintura y escultura, De la Cruz muestra un repertorio de metáforas de violencia y vulnerabilidad, torpeza y socarronería
Ángela de la Cruz (La Coruña, 1965) estudió primero filosofía, y se nota en su obra. De la misma manera que se toma con humor la ascendencia artística que algunos atribuyen al espacialismo de Lucio Fontana (porque algún “padre” habría de tener), ha subvertido la experiencia corporal ante los volúmenes de la fría e industrial escultura
minimal con buenas dosis de drama y picaresca del neobarroco hispánico. Pues, si Fontana agujereaba y rajaba la superficie de la “ventana” bidimensional del cuadro,
De la Cruz abrió un nuevo camino al afirmar que la pintura es un objeto, ya transitado por otros tantos seguidores. Entre pintura y escultura, sus piezas pasivas a toda clase de acciones propician un repertorio de metáforas acerca de violencia y vulnerabilidad, torpeza y socarronería pintadas en colores puros y ora, ácidos: solo pintura pintura. Sus posibilidades siguen pareciendo ilimitadas cuando presenta una nueva serie.
Hermética hace alusión al periodo de pandemia que hemos vivido. Si antes golpeaba y contorsionaba volúmenes y marcos, desde los que salían barrigudos lienzos empastados, como puede verse en una magnífica tela en un pasillo de la galería; ahora convierte los cuadros en grandes libretas o almanaques de hojas negras superpuestas, como aquellos días de confinamiento, unos iguales a otros, de esperanza velada. Es verdad que el acabado tornasolado del negro es muy elegante e incluso lujoso pero no me queda claro si resulta sexy, como pretende la artista en su texto para la hoja de sala. Quizá, por condicionamiento cultural, se pueda asociar mejor la serie fucsia Loop a esa pretendida carga erótica. Con todo, mi pieza preferida es el personajillo Triple Box Cut (Black): realizada con tres cajas de aluminio aplastadas con la altura de la artista de pie, la tapa superior parece haber explotado, ansiando oxígeno para respirar.