El Museo Guggenheim de Bilbao cumple 25 años y, para celebrarlo, muestra bajo el título Del Fauvismo al Surrealismo: obras maestras del Musée d’Art Moderne de París, una selección de 70 obras, en su mayoría pinturas, que pertenecen a las historias de algunas emergencias modernas y vanguardistas que acontecieron en París en las primeras décadas del siglo XX.
La exposición –comisariada por Fabrice Hergott, director del Musée d’Art Moderne de París, en colaboración con Hélène Leroy, curator de la misma institución, y Geaninne Gutiérrez-Guimarães, del Museo Guggenheim de Bilbao– muestra una propuesta amable, grata para públicos diversos. Revisa figuras y obras conocidas de las corrientes fauvistas, cubistas y surrealistas y de aquella convergencia de artistas franceses y foráneos que participaron en la escena parisina del convulso periodo entreguerras y que en 1925 el crítico André Warnod denominaría Escuela de París.
Tal vez los veinticinco años que cumple el Museo Guggenheim de Bilbao merecerían un proyecto más ambicioso
En torno a esos ejes se construye un recorrido que comienza con la celebración cromática de los fauves (las fieras) que intensifican la herencia del impresionismo, pero que se diferencian del énfasis expresionista y romántico de sus coetáneos, los alemanes del Die Brücke. El Salón de Otoño de París de 1905 fue el inicio de esa corriente.
La representación novedosa de la naturaleza marcada por su configuración atrevida del color se muestra en las obras encantadoras de André Derain, La rivière (El río, 1904-1905), Maurice de Vlaminck, Berge de Seine à Chatou, (Ribera del Sena en Chatou, 1906) o Émile Othon Friesz y su Automne à Honfleur (Otoño en Honfleur, 1906).
En esta primera sala se presentan también una sintética presentación del cubismo promovido por Pablo Picasso y Georges Braque a partir de 1906. Mientras que el primero está débilmente representado con su escultura El bufón (1905); el segundo lo hace con más fortuna mediante dos interesantes pinturas, Le verre (El vaso, 1911) y Nature morte à la sonate (Bodegón con sonata, 1921).
Otras obras relevantes las firman Albert Gleizes, Natalia Goncharova, Juan Gris, Fernand Léger, André Lhote y Jean Metzinger. Entre las esculturas cabe destacar Portuguesa (1916), de Alexander Archipenko.
La segunda sala agrupa a la denominada Escuela de París con obras figurativas en pintura y escultura que de modo misceláneo acoge piezas de Henri Matisse, que constituye un nexo con los fauves, Suzanne Valadon y Marie Laurencin.
Y otras obras de Marc Chagall, Chana Orloff, Chaim Soutine y Ossip Zadkine, de Rusia; Jules Pascin, de Bulgaria; Amedeo Modigliani, de Italia; María Blanchard, de España; Kees van Dongen, de los Países Bajos; y Léonard Foujita, de Japón. Destaca la presencia de María Blanchard con seis pinturas entre las que sobresale La colada (1921) y Mujer con cesta de frutas (1922).
Nos adentramos en el surrealismo en la tercera sala, un movimiento que hubiera merecido un mayor desarrollo, y más cuando el museo del que proceden estos fondos le ha dedicado una atención sobresaliente en sus colecciones.
El surrealismo nace en París en la década de 1920 a partir de los escritos de los poetas Guillaume Apollinaire, André Breton, Louis Aragon, Philippe Soupault y Paul Éluard. Desde postulados artísticos, literarios y revolucionarios constituyó una iluminación crítica en la modernidad cultural y política.
Diferentes aperturas formales y temáticas se despliegan mediante las obras de Man Ray (magníficos son sus grabados que parten de rayogramas) como Électricité (Electricidad, 1931); Claude Cahun con Autoportrait (Autorretrato, 1929); o las pinturas de Max Ernst, André Masson, Victor Brauner, Francis Picabia o Roberto Matta. Esculturas como Le grand tamanoir (El oso hormiguero, 1962), de André Bretón o Roue-forêt II (Rueda-bosque, 1961) de Jean Arp tienen un interés notable.
Y hay una pintura un poco excéntrica en su inclusión en la adscripción surrealista, me refiero a Melancolía hermética (1919), de Giorgio de Chirico que bien merece la visita a esta muestra. Es un relevante ejemplo de su pintura metafísica, con su fascinación por la herencia clásica y renacentista, por su modernidad alegórica y por su potencia para dar forma a “estos extraños momentos que escapan a la inocencia y a la distracción de los hombres comunes”, como dejará escrito.
Al partir de los fondos del Musée d’Art Moderne de París (MAM), estas corrientes seleccionadas quedan limitadas a un espectro limitado, pero con todo siempre es sugerente e interesante recorrer esta propuesta.
Tal vez los veinticinco años que cumple el Museo Guggenheim de Bilbao merecerían un proyecto más ambicioso sobre alguno de esos destellos modernos que constituyeron el cubismo o el surrealismo, por ejemplo. No obstante, la visita de esta muestra se puede complementar con otra magnífica exposición que ocupa otras de las salas: Mujeres de la abstracción.