Para celebrar el cuarto centenario del nacimiento de Juan Valdés Leal (1622-1690), el Museo de Bellas Artes de Sevilla ha organizado esta ambiciosa exposición donde descubrimos al principal artista de la escuela sevillana en pleno barroco triunfal. Valdés Leal fue un artista erudito y polifacético: genial dibujante y preciso grabador, original pintor, escultor y a mucha honra, brillante estofador de policromías, fue también buen conocedor de la arquitectura y constructor de monumentos y triunfos efímeros, así como muralista. El despliegue de estas facetas le llevó a colaborar con los más destacados pintores, escultores y arquitectos, y con los mejores comitentes de su tiempo. Méritos y honores cuyo reconocimiento se rubrica con su nombramiento como presidente de la Academia de Pintura, que había fundado junto a Murillo.
El artista total y su versatilidad en tantas técnicas, sus procesos de trabajo y la integración de sus hijos Lucas Valdés y Luisa Morales en el taller paterno constituyen líneas de fuerza en esta exposición que supone una puesta al día de las investigaciones llevadas a cabo desde su última retrospectiva, hace treinta años, en el tercer aniversario de su muerte. Con un planteamiento historiográfico renovado que deja atrás viejas mitologías, como su carácter huraño o su fama romántica de pintor macabro.
Un planteamiento renovado que deja atrás viejas mitologías, como la fama de pintor macabro
El acertado proyecto curatorial, desdeñando el recorrido cronológico, reintegra los Jeroglíficos de las postrimerías encargados por Mañara en un interesante deletreo de los rasgos inconfundibles en la gramática de su pintura, inseparable y siempre en diálogo con el resto de obras. Para pasar a analizar sus procesos de trabajo, centrándose en su excelencia como dibujante y grabador, y erudito arquitecto en el diseño del triunfo y decoración de la catedral de Sevilla con ocasión de la canonización del santo Fernando III. Cierra, a lo grande, con los ciclos creados para el Monasterio de San Jerónimo y la Casa Profesa de la Compañía de Jesús. Además, un vídeo documental nos invita a perseguir en conventos e iglesias de Sevilla –San Clemente, Hospital de los Venerables y Hermandad de la Caridad o, ya en casa, a través de youtube– su faceta de muralista.
En total, 88 obras, de las que tres cuartas partes proceden de préstamos de piezas diseminadas por toda Andalucía y también de los principales museos históricos de nuestro país, como el Museo del Prado y el MNAC, así como de señaladas colecciones privadas. Y la oportunidad excepcional de contemplar obras maestras, como las espléndidas La Inmaculada Concepción con dos donantes, 1661, de la National Gallery londinese y Vanitas, procedente de Estados Unidos; o los finos dibujos y aguadas propiedad del Hamburger Kunsthalle. Toda una gran celebración, y un logro de gestión en estos tiempos de pandemia.
Todo Valdés, o todos los Valdés Leal. El artista, que desarrolló su carrera entre Sevilla y Córdoba, no solo asimiló a su lenguaje único lo que más le interesó de pintores precedentes y coetáneos sevillanos; también extranjeros, gracias a su visita a las mejores colecciones en Madrid. Desde el realismo de Sánchez Coello y Velázquez, el tenebrismo de Herrera el Viejo y Ribera, al equilibrio soñador de Murillo y pleno barroco de Herrera el Mozo, de todos a quienes consideró rivales encontramos citas en un diálogo arrollador que aquí y allá integra detalles iconográficos y estrategias formales y técnicas en un nuevo estilo inconfundible para la exaltación del barroco triunfal. Sin duda, entre las categorías críticas de la época, la que mejor le conviene es bizarría, que exhibe gallardía, extravagancia o rareza, lucimiento, colorido o adorno exagerado y generosidad, lucimiento, esplendor.
Tal era su confianza en sus conocimientos matemáticos y destreza técnica, que Valdés pinta alla prima, a golpes de pincel monta complejas escenografías teatrales con la perspectiva a mano alzada, desde inesperados puntos de vista, controlando por completo la percepción del espectador. Entre sus composiciones oblicuas y escorzos inusitados, me quedo con esos personajes en primer plano que nos arrastran hasta las muy libres perspectivas aéreas de desvaídas arquitecturas, personajes y paisajes. Y con sus ángeles resueltos, enérgicos y dinámicos, que irrumpen planeando su vuelo hasta casi chocar de frente con quienes miramos con asombro.