De vez en cuando Banksy sigue haciendo de las suyas. De pronto aparece una nueva obra en algún lugar del mundo (como su última intervención en la pared de un casa de Bristol en la que habla de las consecuencias de un estornudo) como que simula una invasión de ratas en el cuarto de baño de la que se supone que es su casa. Cada uno de sus actos llega a las páginas de los periódicos y se hace un hueco en las redes sociales de miles, quizá millones, de personas. El que empezó siendo un artista callejero hace tiempo que dio el salto al circuito galerístico y este es el punto en el que quiere hacer hincapié Banksy. The Street is a Canvas, una exposición no autorizada de 70 obras procedentes de colecciones privadas que se puede ver en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Hace tan solo dos años pudimos ver el universo del artista en el Espacio 5.1 de Ifema. Entonces la muestra planteaba al público si Banksy es o no un gamberro (a la vista de aquella acción en la que trituró su propia obra tras ser subastada algunos pensarán que sí mientras que otros lo considerarán un inteligente acto de publicidad). En esta ocasión, el diseño expositivo “es más museístico y quiere mostrar el salto desde la calle a las galerías”, apunta Rafa Giménez, uno de los responsables de la exposición. Aunque algunas piezas icónicas como Niña con globo, Napalm o Love is in the Air repiten en el CBA, hay otras como Christ with Shopping Bags (2004) que no se han visto antes. En ella, de las manos de Jesucristo crucificado sin cruz cuelgan varias bolsas en una clara crítica a la sociedad de consumo y a la distorsión del significado real de la tan cercana Navidad.
La muestra la abre un audiovisual que se ha actualizado para destacar algunas de sus piezas y enmarcar una trayectoria que le ha llevado a intervenir paredes de diferentes lugares del mundo (incluso ha decorado el Walled Off Hotel con vistas al muro de Palestina). Se trata, por tanto, de una exposición que se centra en algunos de sus temas más recurrentes como la sátira, la política, la cultura o la guerra. Una de las secciones está dedicada a las piezas en las que critica el consumismo, como la pieza de Kate Moss o la instalación de los billetes de diez libras con la imagen de Lady Diana que recrea “el momento en el que durante un carnaval tiró un millón de libras desde una azotea de Londres”, recuerda Giménez. Aunque en lugar de Bank of London se podía leer Bansky of London, la gente intentó pagar con esos billetes en las tiendas y comercios de la ciudad. Aunque no tuvo consecuencias el artista podría haber sido acusado de falsificación.
Esos mismos billetes son los que el artista utiliza como certificado de autenticidad de sus obras. Al comprador le da la mitad y la otra mitad se la queda él. En la sala Picasso del Círculo de Bellas Artes se reúnen otras piezas en las que arremete contra la política y las cctv como representación de la obsesión de Banksy en torno a la vigilancia a la que nos someten. “Banksy ha adquirido la categoría de fenómeno. Su trabajo es un desafío para el sistema, una protesta, una marca extremadamente bien construida, un misterio, una desobediencia a la ley”, sostiene Alexander Nachkebiya, comisario de la exposición. Y todo esto lo consigue a través del uso de los stencils, unas plantillas que le permiten actuar con rapidez y evitar así ser pillado in fraganti.
Aunque su identidad sigue siendo un misterio (y puede que siga siéndolo) personajes como monos, ratas, la policía, niños o miembros de la familia real británica le hacen fácilmente reconocible. Otra de las obras que no ha estado antes en España es Nola, una serigrafía en la que una niña deja de mojarse cuando saca la mano del paraguas. Es una alegoría sobre los diques de contención de Nueva Orleans, ciudad en la que el huracán Katrina (2005) azotó tan fuerte que estos, en lugar de evitar una tragedia, reventaron dejando miles de muertos. Sin embargo, Banksy creó esta pieza tres años después, en 2008, cuando el huracán Gustav amenazaba de nuevo la ciudad.
Es de sobra conocido que toda su obra es crítica con una sociedad en la que él mismo participa, lo que se puede entender como una autocrítica a sí mismo haciendo uso del característico sentido del humor británico. “Es algo contradictorio, es un gran presentador de las paradojas de la sociedad contemporánea. Ha dado el salto a la galería y su obra se puede ver en todo el mundo. En este contexto es difícil criticar el uso ilegal de sus obras cuando él mismo interviene en los espacios públicos. Además, cuando una obra está en manos de un coleccionista este puede hacer lo que quiera con ella”, opina Giménez.
Se sigue hablando mucho, de hecho, de su identidad. Pero, ¿acaso importa? “Su manera de trabajar me parece curiosa porque las plantillas se han convertido en una forma de sencilla y, al mismo tiempo, efectiva de transmitir un mensaje”, considera Rafa Giménez. Con tan solo ver una rata o un mono se sabe que ha vuelto a ocurrir, que ha vuelto a actuar y que algo nos quiere decir. Pero el anonimato, por supuesto, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Por un lado, le permite seguir actuando sin que su presencia llame la atención de la policía pero esta ha jugado en su contra y es que la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea ha determinado que la empresa Full Color Black puede seguir reproduciendo sus imágenes en las postales que venden. ¿Por qué? porque no se puede demostrar que la obra pertenece a Banksy.