Vista de la exposición. Foto: Roberto Ruiz
La exposición de Azpilicueta resuena en el espacio, tanto en los desdoblamientos encadenados entre las imágenes como en el sonido potente de su voz. La argentina (La Plata, 1981) realiza un ejercicio en el que articula una tensión entre lo narrativo y la abstracción.El relato lo establece con tres tipos de acercamiento desde lo documental: en las fotografías de sus manos sosteniendo reproducciones de las dos versiones de Artemisa Gentileschi de Judith decapitando a Holofernes (1613 y h.1620), en la narración de su viaje a la Galleria degli Uffizi para ver una de las pinturas, y en los bordados en lino y seda de la misma escena. La abstracción se formaliza en las dos esculturas de tejidos teñidos en tonos sanguíneos, látex y cadenas. Ambas son estudios de la simetría de los monstruos del reverso de un pequeño tondo de Pontormo, también en el museo florentino. Pero, y quizá sobre todo, el sentido de lo abstracto se refuerza con los silencios de la propia pieza de audio.
Las imágenes que se disuelven y el eco de las historias, de sus gestos repetidos, se convierten así en estrategias análogas para desvelar lo que la memoria a veces olvida. Una amnesia salvada en la remanencia de lo corporal a través de los diferentes saltos en el tiempo. Si la acción de Judith, decapitar al enemigo de su pueblo, suponía un símbolo de liberación, en el siglo XVII, esta rebelión de los oprimidos se leía como una prefiguración de la Virgen María venciendo al demonio, y más específicamente, como la Iglesia Católica triunfante ante los ataques protestantes. En el caso de Artemisa toma otro cariz dada su propia historia de abusos.
La artista Lea Lublin recuperó en 1979 esta pulsión para, en clave conceptual y feminista, traer a través del estudio de la relación entre pintura y espectador un análisis sobre lo reflejado, duplicado o doblado, y lo olvidado, lo deseado y lo inconsciente. Su trabajo sirve de punto de arranque para Azpilicueta, completado con las teorías feministas de Luce Irigaray y la reivindicación de una diversidad positiva, solo posible desde la superación de las estructuras patriarcales occidentales. Ideas que se resumen en la cita "El viejo sueño de la simetría", recogida en la inscripción sobre plata con la que termina de relacionar todas las obras de la muestra.
Si el Barroco basaba su dialéctica en la experiencia desde la seducción sensual, siendo lo carnal y el movimiento el motor para estructurar su narrativa de poder, en estas especulaciones, literales y figuradas, la artista actúa como figura activa que recupera la energía de la mujer que se empodera. Se supera al monstruo, y en el conflicto ya no es ella quien pierde la cabeza sino quien la corta, la que toma la voz y sus silencios.