Vista de sala. Fotografía: Roberto Ruiz
El gigantesco archivo de postales de Oriol Vilanova (Manresa, 1980), motor central de su trabajo que ha mostrado hace poco al completo, o casi, en la Fundación Tàpies de Barcelona, ha llegado a convertirse para él en un instrumento de interpretación, una especie de tarot para nosotros inabarcable que el artista afirma conocer y haber memorizado al dedillo. Interpretación ¿de qué? Tanto de la tipificación del mundo y de la sistematización de lo que ha de ser recordado a través de la producción, el consumo y la circulación de las postales, antaño boyante negocio editorial (ya no), como del subconsciente del artista, que descubre y cataloga de una manera abierta e intuitiva sus propias obsesiones, inquietudes y dudas por medio de la elección de imágenes. Piensa con ellas. Con un vocabulario visual que es solo en parte transmisible.Sorprende por ello que en esta exposición haya minimizado la presencia de dicha colección, que no es un proyecto artístico más sino una monstruosa prótesis mental. La galería está casi vacía, con sus paredes preparadas para montar miles de postales, que se sujetarían con pequeños imanes a las chinchetas de latón que ha clavado a distancias regulares. Pero el visitante verá solo dos postales, iguales. Cada día una pareja diferente, que aparecerá en un lugar distinto en la pared. Una instalación con la que Vilanova pretende revelar el "dispositivo" oculto: el sistema de mostración al que no prestamos atención pero que determina la percepción y el significado de lo que se expone. No es nuevo: artistas y críticos se interesan desde hace décadas por estas cuestiones en los márgenes del arte que sin duda tienen una relevancia cultural pero que pueden quedarse en meros juegos formalistas con fondo más o menos limitado. Así, la presentación de vitrinas procedentes de varias instituciones artísticas y científicas que hizo Vilanova en el Centro de Arte Dos de Mayo, y la ordenación de sus fondos de obra gráfica según su tamaño, fueron algo simplistas. Me parece más interesante el actual ejercicio, quizá porque el artista destripa sus propios sistemas y porque, en este análisis de los usos expositivos, espacio y tiempo adquieren un caprichoso dinamismo. La voluntad de orden en la clasificación y en la disposición del material icónico es asaltada por el azar de lo vivido y por la insondabilidad de lo sentido.
La postal se transforma aquí en unidad abstracta de medida; la retícula de chinchetas dibuja un espacio matemático, geométrico, que se "adhiere" a los muros de la galería, sobre los que las parejas de postales irán bailando a lo largo de los 42 Días, título de la muestra, que esta permanecerá abierta. Las raras imágenes mellizas, que escapan casi siempre a la iconografía turística clásica, forman parte de la sección Entre comillas del archivo de Vilanova: son postales aparentemente iguales que demuestran la imposibilidad de la repetición, pues cada una fue adquirida por una persona distinta, que la envió a recorrer mundo, alude a una vivencia privada y fue encontrada por el artista a grandes distancias, quizá en diferentes países y hasta en diferentes continentes. Todo un entrecomillado de avatares que nos invita a imaginar. Y en el contexto de este montaje, a contemplar las postales (singularizadas y potenciadas en su aislamiento) como hojas dobles, arrancadas cada día, de un calendario incomprensible que nos hace saltar de año, de década e incluso de centuria. Hay una intervención arquitectónica en la sala que deberán detectar. No es primordial.
@ElenaVozmediano